Según una canción, Alabama, con sus cielos inmensamente azules, es tan dulce como el más dulce de los hogares. Sin embargo, tiene la mala fama –falsa por supuesto– de que allí no quieren a las gentes de color, aunque se encarguen de pizcar el algodón.
Fue allí donde arrestaron a una mujer por negarse a ceder su asiento en el autobús a un blanco; como lo exigía la costumbre. Era 1955 y los negros tenían su lugar « reservado»…En el transporte y en todo lo demás. Leyes segregacionistas que Rosa Parks se cansó de obedecer y hasta la cárcel fue a parar.
Con ella empezaba la lucha por los derechos civiles en el país que se jacta de ser el maaas libre del planeta. Al enterarse del hecho, un entonces desconocido predicador, llamó al boicot contra los autobuses. Montgomery, enclavada en el sur arcaico, volvía a despreciar a su población, no en vano había sido la capital del bando sureño en la Guerra de Secesión. Por cierto, uno de los motivos de dicho enfrentamiento fue la abolición de la esclavitud.
Hoy Doña Rosa tiene su estatua de tamaño natural en el Capitolio, que el mismo Obama develó hace poco: «Gracias a ella estoy aquí», dijo el presidente. Pero la vida de la activista no fue sencilla. Ella y su marido fueron corridos del trabajo y las amenazas de muerte se hicieron tan cotidianas que tuvieron que mudarse al norte (menos racista, según esto). Vivieron en una casita de 7×7 en un barrio nada glamuroso de Detroit, de la que nunca fue propietaria, esa fue otra de sus banderas: vivienda digna para todos.
El reverendo, que también pugnaba por una autentica igualdad era Martin Luther King, que si bien había nacido en Atlanta, fue en Alabama donde se hicieron célebres sus sermones y arengas. El boicot a los autobuses (cuyos principales usuarios eran afroamericanos) duró más de un año, hasta que la Suprema Corte declaró la medida inconstitucional. Inspirado en la fe cristiana y en Gandhi, peleaba sin violencia contra la segregación. El 15 de enero pasado habría cumplido 90 años, pero ya sabemos, lo mataron cobardemente en Memphis hace ya medio siglo.
Es el único personaje que sin ser presidente, tiene su holiday en el calendario gabacho, pero lo que se recuerda más que otra cosa es su discurso de: «Yo tuve un sueño…», que pronunció en Washington luego de la Marcha por los Derechos Civiles en el verano del 63; previamente, también pisó la cárcel, desde donde escribiría su famosa Carta desde la prisión de Birmingham…Alabama. Al año siguiente, le otorgaron el Nobel de la Paz y ni las balas lograron acabar con su ejemplo, que hoy se estudia en todas las escuelas del país.
Nunca había estado en Alabama. Camino por su puerto más importante: Mobile, fundado por los franceses en el lejano 1702 y busco discretamente huellas de la segregación. De pronto me encuentro con un barcote que dicen, sirvió para derrotar a los nazis en la Segunda Guerra Mundial…
Mis pies me llevan al estadio de beisbol, que lleva el nombre del hijo predilecto de la ciudad: Hank Aaron, un pelotero brillante que también fue víctima del institucional racismo, sino díganme por qué había dos campeonatos: el «blanco» y otro en el que jugaban nada más que los «morenos». Junto con Jackie Robinson, fue de los primeros en romper el cerco. Con la novenas de Milwaukee y de Atlanta después, se cansó de dar cuadrangulares. En 1974, superó el record del mítico Babe Ruth y dejó una marca de 755 vuelabardas, que duraría más de treinta años.
Me interno en la playa, pero en mis divagaciones aparece el activismo de Parks; el pacifismo de Luther King; los batazos de Hank “Hammer”. El simple gesto de no quererse mover del autobús desencadenó una batalla necesaria, ¿más importante que las que dio el acorazado USS Alabama? No lo sé, si me dieran a escoger, me quedaría con la valiente actitud de Rosa.