Una revisión histórica del papel de los intelectuales en la República Dominicana, incluido sus tres fases: colonial, republicana y moderna, en ninguna de ellas, ha sido cómoda o cuando menos, genuflexa.
¿Por qué tal afirmación? Pues bien. En los pasajes de la historia dominicana donde se menciona posiciones de los intelectuales en su relación con el poder político, social, religioso o económico vemos que, cuando no se sumaba incondicionalmente al poder, sus posturas críticas, eran respondidas con marginalidad, exclusión de las esferas del poder, o simplemente la invisibilidad social como respuesta.
Una sociedad pobre desde la época colonial, dependiente de la bondadosa ayuda externa del situado, un grupo dominante que no entendió nunca su compromiso con la tierra que lo acogió y, una procedencia social no siempre favorable para escribir y pensar con independencia, de muchos de sus mentes brillantes, era poco lo que se esperaba.
Núñez de Cáceres y Bobadilla, se explayaron y se sirvieron con la cuchara grande en el período pre y pos republicano. Antes que ellos lo hicieron Antonio Sánchez Valverde, Andrés López De Medrano y otros. Le siguieron en línea de sucesión a estos núcleos de pensadores, Enrique Dechamps, Pedro Francisco Bonó, José Ramón López, el Arzobispo Meriño, en la fase restauradora y los Henríquez, en los inicios de la modernidad dominicana de principios del siglo XX, con los nacionalistas urbanos, Manuel Arturo Peña Batlle y Joaquín Balaguer, por mencionar dos.
El intelectual nuestro en muchos caso proviene de capas medias y media baja, que los obliga a alquilarse y en consecuencia a lidear entre el poder social, el oficio o vocación y la búsqueda de medios de vida.
Trujillo, suma a su proyecto la elite intelectual que anidó alrededor del nacionalismo urbano de la segunda década del siglo XX y opaco y desterró los opositores a su régimen, como el enclaustramiento de Américo Lugo en su distancia con Trujillo. Con inteligencian y olfato, captó a aquellos que les podían ser útiles, bajo un principio contradictorio del poder, sumar las mentes lúcidas en el proyecto político del trujillismo, lo cual le sumaba puntos en la gestión, aunque quien mandaba era él. En este caso, la inteligencia estaba al servicio del poder.
Este modelo siguió con los gobernantes que le sucedieron, sobre todo Balaguer, que aprendió a cooptar opositores, políticos e intelectuales. La transición hacia la democracia luego del tiranicidio, se vio matizada de una carga ideológica que hizo del intelectual un protagonista importante. Las ideas ocuparon una primacía en el debate.
No obstante, pasó lo irreverente, el intelectual no crea una comunidad independiente, autónoma del poder, con base propia y se diluye en el militantismo político, el clientelismo refinado, la cooptación y el transfuguismo, perdiendo categoría y glamur.
Sabiéndolo, los políticos lo han usado, lo han instrumentalizado para beneficio propio y le pagan con un puesto, una designación o un sueldo… muchos se ven en su oficio, como empleados públicos permanentes, limitándole su criticidad, independencia, autonomía y objetividad analítica.
Todo esto está bien, ahora ¿de dónde viene este suplicio? Muchas razones históricas, sociales y económicas se ven envueltas en la madeja que rodea la vida del intelectual como sector social en nuestro país.
Primeramente y contrario al axioma de Platón de que toda sociedad de abundancia, debe fundamentarse en una clase ociosa, resultado de sus riquezas y acumulación de bienestar que hace posible que algunos de sus ciudadanos ejerzan la función de pensar, escribir y ejercitar su intelecto, al margen de los espacios sociales destinados para la producción: agricultura, fábricas, burocracia, y otros oficios remunerados.
Bien por Platón, esa ociosidad no es posible en todas las sociedades, y en todos los tiempos. La esclavitud griega, generaba una riqueza social, que producía estamentos o clases sociales ociosas destinados al debate, el pensamiento, el oficio de escribir y analizar las sociedades, el mundo y las cosas.
Por el contrario, sociedades pobres como las nuestras producen a su vez, círculos variados y atomizados de pensadores e intelectuales venidos de situaciones sociales, económicas y familiares complejas. La nuestra es una de esas sociedades. Si bien siempre nos hemos creído una sociedad rica, con un patrón de consumo por encima de nuestras posibilidades y en donde lo trivial, pesa más que lo modesto; también sumamos capas sociales de poca inserción en la economía, de donde han salido algunos de nuestros intelectuales, dije algunos.
No siempre ha sido en esos sectores claros, sin embargo, aun aquellos bendecidos por la riqueza y estabilidad económica, la vacilación y el conservadurismo de muchos de ellos, empobrece su criticidad social y profundidad de mira.
El intelectual nuestro en muchos caso proviene de capas medias y media baja, que los obliga a alquilarse y en consecuencia a lidear entre el poder social, el oficio o vocación y la búsqueda de medios de vida.
Esta condición social, limita su independencia y a veces retuerce su compromiso. Reconocido como debilidad, la clase política los usa y los desecha una vez obtenido su favor o favores justificativo del poder.
Qué refleja este suplicio, la pobreza de la sociedad que los produce. Sobrevive el intelectual entre necesidades materiales, estrecheces, precariedades de todo tipo, ausencia de espacio laboral digno, conocimiento social del sector al que pertenece y ahogamiento del pluriempleo.
Esta realidad vista a distancia es parte de la estructura social que lo expulsa al mundo laboral que termina por contravenir su esencia misma. Todo ello no justifica, explica su clientelismo de siempre, su apego a la burocracia estatal (uno de los pocos espacios de empleo posible), limita su independencia y condiciona su criticidad.
En una extrapolación regional arbitrariamente comparativa, las capas sociales intelectuales en Cuba y Puerto Rico, corrieron otra suerte. Desde antes de la Revolución Cubana, la burguesía cubana había puesto empeño en un proyecto de nación favorecida por la riqueza acumulada en el siglo XIX con el azúcar. La Revolución cubana, entendió como aliados a los intelectuales y promovió o profundizó desde el poder, la formación académica, creando una comunidad intelectual fuerte subvencionada por el estado, claro se pagó el precio de la adhesión al poder como compromiso, pero se formó con apoyo institucional y recibió los recursos para ello. Contrario a lo que sucedió en nuestro país.
Por su lado Puerto Rico, contó con un apoyo condicionado del poder norteamericano que definió un sistema , no solo formativo, sino de garantías, parecido al que se daba en los Estados Unidos, y en este marco, el intelectual, aun crítico, tenía un espacio de trabajo con cierta autonomía y gozando de prerrogativas venidas del país dominante.
Haití, se beneficia de un componente exclusivo relacionado a los grupos dominantes que eran quienes tenían acceso a una educación superior, al hacerlo fuera de su territorio, Francia y Canadá, asumen las ideas liberales en boga y crean una comunidad sólida, bien formada y algo distante del país de origen, pero la mayoría procedían de las clases adineradas de la vecina isla.
Jamaica y otras islas del Caribe bajo dominio inglés o francés, encuentra como puente favorable, las mismas razones de Puerto Rico, amparadas estas facilidades por los beneficios de sus antiguas colonias, a diferencia de Puerto Rico, esta comunidad intelectual no creó un marco absolutamente autónoma, de criticidad, en muchos casos fueron domados por los moldes coloniales y se convirtieron en reproductores del sistema de dominación, aunque no siempre.
Todo lo anterior nos plantea un problema de fondo en la constitución de la comunidad intelectual dominicana. Adicional tenemos un desinterés en los grupos de poder dominicanos por los valores nacionales, una desconfianza por el proyecto de nación que se ve reflejada en una invisibilidad de sus intelectuales. Sus cuadros intelectuales en muchos casos responden a modelos técnico-profesionales de universidades extranjeras y no terminan de aplatanar sus ideas a la realidad dominicana, produciendo un tecnicismo que no siempre contribuye al fortalecimiento de un pensamiento intelectual propio, como lo fue el de Juan Bosch.
Si bien estas razones son causales de una debilidad estructural, no omite causas de otra naturaleza que contribuyen al fortalecimiento de nuestra intelectualidad y de la complejidad de nuestras ideas. Son debilidades sumadas del sistema educativo nacional que se reflejan muchas veces en nuestras pobrezas y al mismo tiempo, fortalezas que se han destacado entre intelectuales nuestros que son de los más trascendentes de la región, aunque no sean reconocidos como tales internamente o no tenemos el lobby necesario para estas trascendencias.
Finalmente entre lamentaciones y reconocimientos de debilidades estructurales, la intelectualidad dominicana se ha tenido que manejar como otros sectores sociales para sobrevivir y ejercer su oficio, aunque para ello hayamos tenido que pagar un precio alto. No se trata de criticar al que trabaja en el sector público, total es una institución de todos, o que tenga que asumir vaivenes en determinados momentos, la realidad del intelectual dominicano, al fin y al cabo refleja la pobreza misma de la sociedad dominicana, que aún no termina de despegar para pensarse en grande, con pantalones largos.
El papel del intelectual en sociedades como la nuestra, esta vez afectada por la ausencia de árbitros, es fundamental en la profilaxis social. No hablamos de compromisos partidarios, ni siquiera ideológicos (que tampoco cuestionamos, cada quien que asuma lo que considere correcto), sino más bien de compromisos con la verdad del conocimiento y la ética. A veces estos compromisos desdicen del libre pensador.
Alquilamos los servicios profesionales y alquilamos a veces el cerebro y entonces perdemos de vista el necesario equilibrio del poder, pues la Prensa ya no es el Cuarto Poder, es parte del poder factico y por tanto, el desequilibrio social es marcadamente desfavorable y se requiere una actitud más crítica en el juego de poder en que se conduce la estructura social, por eso para pensar van estas líneas sin ánimo de erigir verdades, recetas o dar lecciones…solo para pensarlas.