Muñequitos, películas y tiras en periódicos ocupaban nuestras atenciones y lecturas amenas en nuestro correr de niños y jóvenes en todo el territorio nacional de aquellos años 50s y 60s.

Al menos una buena muestra de ello nos concitaba en la comunidad donde nacimos y crecimos de Cotuí. Hatuey, Miguel Antonio de Camps, Rigoberto Nouel (fallecido), Luis Otáñez, Hito Domínguez, Vicente Soto, David Raymundo y Denos Raymundo, y un servidor, como otros intercambiaban los más diversos pasquines o muñequitos (nombres que les dábamos) y con ellos aprendimos a disfrutar historietas, narraciones, a incorporar interjecciones en nuestro modo de hablar, a redactar con cierta ortografía y a conversar con cierta fluidez esas historietas.

Constituyó una fuente de sabiduría y una manera de educación informal ante la ausencia de televisión y todo tipo de tecnología en el modo de vida de la juventud que vivimos, que se acompañaba de los juegos infantiles que, años luego, describió Edna Garrido en Folklore Infantil Dominicano con inusitada iluminación y fino estilo, en la que recoge el folklore cultural de los pueblos.

Tomando en cuentas que mi memoria fallara en algunos títulos y nombres de esas tan agradables historietas que circularon por el mundo americano, que también se llevaban al cine, proyectándose en la gran pantalla los personajes como verdaderos héroes de nuestra causa, valores y sueños.

Eran ilusiones infantiles de justicia, solidaridad, valentía, hermandad y misterios del universo. Actores que cristalizaran los sueños que no podíamos cumplir, pero nos representaban en los ideales que abrigábamos en nuestro pequeño ser, entonces disfrutamos esos hechos y acciones fantásticas como pertenecientes a un mundo real, que hacíamos nuestros.

Es el sueño que aspiran hoy muchos deseando un campeón de la justicia y un protagonista que haga cumplir la ley y con el látigo de Durango Kid,  que imponga los valores de una vida democrática y con justicia social; que sea capaz de  revertir el orden injusto y hegemónico que nos gobierna

En ocasiones nos envolvían de emociones por ver cumplidas ilusiones y esperanzas, en otras las hazañas se resolvían en accidentes y tragedias que no podían materializarse en la vida real, en el mundo cotidiano concreto. Desde luego, no podíamos comprender la dialéctica diferenciada entre el mundo fantástico y el concreto. Tarzan o Superman estaban en nosotros o parte de nosotros en ellos como visualización de sueños e ideales y absortos mirábamos los filmes o leíamos las maravillosas historietas. Así discurría nuestro tiempo de juventud. Ellos cristalizaban los ideales que bullían en nuestro ser de joven.

Las historietas más socorridas traían en sus páginas a Tarzan, Rey de la Selva; a Superman cruzando a la velocidad del rayo el espacio sideral con su manta roja y convirtiéndose en Clarke en su vida corriente;  Durango Kid imponiendo justicia en el Viejo Oeste y su rival Mala Fe, burlando esa justicia para quedar encarcelado por la destreza del jinete y el látigo de Durango vestido de negro;  la historieta nombrada Vidas Ilustres, un tanto más cerca de santos, creadores y científicos narradas como modelos a imitar por su sabiduría, la bondad entregada a los demás o la curiosidad que despertaban en nosotros sus inventos; como la que contaba la invención del pararrayos de Benjamín Franklin o la referente a la obra espiritual de Ignacio de Loyola;  Chanoc, el Yaqui Justiciero ; Toro y El Llanero Solitario; Batman y Robin; Pedro Picapiedra; Popeye y Olivia. La Mujer Maravilla; Spiderman y nuevas historietas que degustaron las nuevas generaciones que sustituyeron a las nuestras.

Se puede advertir que en dichas fútiles narraciones se nos enseñaba la aplicación y lucha por la justicia, la solidaridad, la generosidad y la consagración de la honestidad en oposición al ladrón en aras de los más débiles e inocentes de la sociedad. Emergía del insondable terruño nuestro héroe fantástico en afán y pasión de redimirlos del abuso y la desconsideración como seres inofensivos, generalmente imponiendo la justicia por su propia cuenta en un mundo sin instituciones. Es ahí emergiendo Superman de la oscuridad e inmensidad espacial, volando cual estrella fugaz para salvar de un incendio a un indispuesto niño atrapado.

Es el sueño que aspiran hoy muchos deseando un campeón de la justicia y un protagonista que haga cumplir la ley y con el látigo de Durango Kid,  que imponga los valores de una vida democrática y con justicia social; que sea capaz de  revertir el orden injusto y hegemónico que nos gobierna y haga trizas y añicos la impunidad que carcome hasta los tuétanos la sustancia ética de este pueblo dominicano, que se queja en medio de paradojas y contradicciones absurdas de que la economía anda mal y la inseguridad nos sobrecoge de temor y crimen, aunque justifica seguir con lo mismo.

¡ Que paradojas!. Sin embargo, juegan algunos a la política de poder carente de valores éticos afincándose en simple conveniencias para alimentar su egoísmo o su patrimonio en detrimento de los hijos humildes de Quisqueya y la trabajadora clase media.