Cada vez que alguno o varios de los enfebrecidos partidarios del torrentoso ex Presidente de la República, ingeniero Hipólito Mejía, me han asediado en un corro de argumentos antipeledeístas, antigobiernistas y en específico antileonelistas explicativos de la imparable popularidad de aquel, he tenido a bien decirles que "el problema no es el gobierno, ni la crisis económica, ni el desempleo, ni Leonel, ni el desgaste del poder, ni los inevitables ejemplos de corrupción, ni el sereno y efectivo Danilo, ni la atractiva, capaz y locuaz Margarita, ni mucho menos el PLD… el problema, el de nunca acabar, lo es el PRD".
Todas las condiciones estuvieron dadas a su favor, servidas en bandejas de plata por el destino político, para que se las comieran con cuchara, cuchillo y tenedor, se chuparan los dedos delante de todo el mundo y después consumieran una variedad de postres políticos almibarados, como les place.
La primera oportunidad de oro del ingeniero Mejía –por el encarecimiento del oro, dudo de una segunda oportunidad- se perdió entre los vapores de su casi asombroso triunfo intrapartidario: presentarse a las puertas de la residencia del casi derrotado ingeniero Miguel Vargas Maldonado a ofrecerle la candidatura a la Vicepresidencia de la República y su respaldo anticipado para la nominación presidencial del 2016. Y si rechazaba las ofertas, anunciar que lo esperaría hasta 72 horas antes del cierre del plazo de inscripciones de candidaturas en la Junta Central Electoral.
A estas alturas del mes de noviembre de 2011, con indicios claros de lo que podría interpretarse como definición de las intencionalidades del uno contra el otro, habría que dudar que de darse esa fórmula pudiera tener efectos auspiciosos mayúsculos en el tiempo mediano.
Coexisten en la vida y, consiguientemente, en el campo de la comunicación política, ciertas leyes, reglas y normativas que nos podrían explicar el desarrollo de un accionar, así como las tácticas y estrategias, como resultan ser las leyes de "la Primacía" y "la Recencia". En lenguaje cristiano podría explicarse la primera así: el que llega primero bebe agua limpia; y la segunda: los de adelante no van lejos si los de atrás corren bien, esto es, la de actuar a posteriori sin prisa pero sin pausa.
El ingeniero Mejía, intuitivo, sagaz, práctico, aplicó la ley de la Primacía sin tener noción académica de ésta. A troche y moche fue dejando a un lado y bastante atrás al ingeniero Vargas Maldonado y sus compinches, al PLD, a Danilo, al Gobierno… Lo hizo bien, pero muy bien.
Pero no. El PRD es un problema, el problema de nunca acabar. Hipólito no es quien –carece de bagaje- para llenar el actual déficit de la dinámica de la estructura partidaria, derrotar definitivamente a Vargas Maldonado, montar, ampliar y dirigir exitosamente una estructura de campaña, atajar a Danilo, neutralizar a Leonel, minimizar y desacreditar al gobierno, a la administración toda, mantenerse arriba en la realidad y en las encuestas y finalmente ganar la Presidencia de la República.
¿Supermán político? Da para mucho, pero no para tanto. Pero sus estrategas de campaña y él se lo han creído. Y lo peor de todo es que han jugado Dómino y no han jugado Ajedrez. Han confundido su táctica –Dómino- con la estrategia –Ajedrez-. Por si no lo sabían, hay que informarles que ni Leonel ni el Gobierno son los candidatos, a quienes mantienen en el primer nivel de un ataque de intensidad furiosísima, y que de insistir en la niñada de que Danilo es lo mismo que Leonel, que es más de lo mismo, contribuirían en mucho a transvasarle lo bueno de aquel, que no es chin, por cierto.
No se llamen a engaños. El presidente Mejía es un inauténtico representante del Cambio. Si acaso, es un Cambio calimocho, al que le hace competencia el medio Cambio de Danilo. A Mejía le favorece lo malo del gobierno, y a Danilo lo bueno del gobierno y de Leonel, ahora coronado con una buena porción de lo mejor de su gobierno, traducido en el desfogue popular del "efecto Margarita", cuyos beneficios se percibirán en el tiempo corto, el mediano y el largo, en el tránsito de la ley de la Recencia.
Ahora me pregunto, ¿y por qué Mejía esconde al joven, locuaz, efectivo y atractivo Luis Abinader, de quien doy fe personal de su laboriosidad, honestidad y, sobre todo, de su don de gente…