“Ah pero aquí na’ma hay libro e”. Muchacha de aproximadamente 16 años que caminaba en la Feria del Libro.

Cada año se suceden críticas sobre la Feria Internacional del Libro. En años anteriores las más frecuentes eran que se trataba de una feria gastronómica, una musical, una de artesanía… más que una feria del Libro. Eran observaciones válidas que ante los ojos del que lee, que suele ser minoría, enfadaba.

Porque la música opaca el libro, la gastronomía opaca al libro, Telemicro opaca al libro… y entonces el llamado protagonista de la Feria terminaba siendo un actor secundario. Lo cual en una sociedad donde ya es muy difícil y extraño leer, debido al ruido, el constante estímulo y la poca disciplina, es digno de lamentar.

El Ministerio de Cultura para este año se enfocó en desmontar estas críticas y lo logró. Pero surgieron otras como la de la muchacha que inicia la nota: “poca asistencia”, “aburrido”… Porque si restamos de la ecuación esos mismos elementos que opacan al libro, la popularidad del evento cae de manera estrepitosa, y buena parte de la gente acostumbrada al espectáculo se decepciona.

¿Cómo compaginar entonces ambos mundos sin menospreciar al otro? Es la pregunta que deben hacerse las autoridades. Y la respuesta es fácil, ofreciendo los dos aparte.

Cada año se nota la necesidad de eventos culturales, la ciudad y quienes la habitan precisamos de este tipo de actividades, dónde caminar, compartir y aprender. Y es que las ferias pasadas habían establecido un buen argumento en favor de la existencia de dos ferias, no para un innecesario dilema entre escritores y artistas.

Todos sabemos que la Cultura supera al libro, y que como tal una feria al Libro es insuficiente para una ciudadanía ávida de cultura. Por lo que, se hace propicio crear tanto una Feria del Libro como una Feria de la Cultura para los años venideros.

En la Feria de la Cultura, el Ministerio podría aprender de todos estos pequeños Festivales que frecuentemente se suceden en la capital (como el BurgerFest, que el Ministerio incluso ha apoyado) y reinventarse. Puede dividir la Plaza de la Cultura en un área gastronómica (invitar a los  Foodtrucks de comida), agregar un área de danza, un área para niños, tener un programa de teatro, de música y también, claro, un espacio menor para el libro. Porque el Libro tendrá su propia Feria, la cual debe hacerse más modesta y centrada. Y en esta nueva Feria del Libro convendría que la misma:

1) Se expanda a un mes, teniendo como el grueso de actividades (y pensando en los trabajadores) los fines de semanas, no los días laborables.

2) Se dedique no sólo a un autor y a un país, sino a un libro. Un libro del cual se hagan simposios, concursos y hasta juegos.

3) Se publicite y eduque con tiempo la presencia de grandes invitados, como Leonardo Padura y Raul Zurita, presentes en la Feria pasada, pero quienes no contaron con una difusión correspondiente a su estatura de escritores.

4) Obligue a las instituciones del gobierno (que tanto millones gastan) a elegir un autor y un libro de su respectivo tema para fomentar el contenido. A modo de ejemplo puede ser que si el Tribunal Constitucional decide tener una caseta, el mismo se vea obligado a elegir una obra de Hans Kelsen sobre Derecho Constitucional y deba promoverla.

Así la nueva Feria del Libro deberá tener como propósito el ser menos densa y más digerible. Mientras que la nueva Feria de la Cultura será por su parte más parecida a lo que conocimos en años anteriores. El Ministerio de Cultura podría celebrar con 6 meses de distancia una de la otra, para tener tiempo de entregarnos su mejor oferta.

Y es que si como dice el Ministro de Cultura, Pedro Verges, en 2014 se gastaron 146 millones de pesos en la Feria del Libro, mientras que en 2017 su administración proyectaba gastar solo 80 millones de pesos, estamos en capacidad de producir dos ferias en el año y fomentar el desarrollo de una cultura nacional con calidad. ¡Anímese Ministro!