Se exhibe, en las salas de cine de nuestro país, la película de Jonathan Teplitzky: Un pasado imborrable, cuyo título original en inglés es El hombre del ferrocarril (Railwayman). El film cuenta la historia verídica de Eric Lomax, oficial británico hecho prisionero por el ejército japonés durante la Segunda Guerrra Mundial. A partir de 1942, Lomax fue enviado a un campo de trabajo forzado donde fue sometido a largas y sistemáticas sesiones de tortura. Uno de los principales responsables de las mismas fue un soldado cuya función básica era la de ser traductor de los mandatos japoneses a los prisioneros británicos, Takashi Nagase.
Décadas después de que sucedieran los acontecimientos referidos, Lomax seguía sufriendo el trauma psicológico de las torturas recibidas durante su estadía en el campo de trabajo. Aparentemente condenado a no encontrar resolución para la profunda escisión que experimenta, Lomax encuentra la posibilidad de cerrar el nefasto capítulo de su historia haciendo un arreglo de cuentas con su torturador, redescubierto a través de una reseña periodística.
Aunque titubeante al principio, e impulsado por un amigo del ejército, víctima también del encarcelamiento nipón, Lomax decide encontrarse cara a cara con su victimario, quien, paradójicamente, vive como guía turístico de los escenarios del terror nipón. Lo que pudo convertirse en un encuentro para concretizar la venganza se transforma en la posibilidad de una redención personal mediante el perdón.
Perdonar es una actitud estrictamente personal, pero haya o no perdón, la experiencia histórica nos muestra que para las víctimas de delitos de guerra, torturas o crímenes políticos, la posibilidad de encarar a los responsables del terror tiene una función terapéutica, posibilita concluir un trayecto de la vida que debe concluirse para reorientar el rumbo hacia nuevos horizontes y permite encarar el futuro con una actitud más positiva, sin el fardo de un pasado que no se ha resuelto, pero que sigue lastimando sin proyectar clausura.
Lomax dijo que después de encontrarse con su torturador, encontró paz y determinación. No todos los hombres encuentran paz después de sufrir la experiencia que él vivió, pero, ¿no merecen todas las víctimas la oportunidad de la redención?
Esa oportunidad es negada cuando los estados ocultan los crímenes políticos del pasado y no muestran de manera pública la cara de los responsables. Transparentar el pasado no es pues, un mero ejercicio por elucidar la verdad de la historiografía. Es lo mínimo que puede hacerse para aligerar la pesada carga que las víctimas de la barbarie política han cargado durante sus atormentadas vidas.