Cuando escribí sobre los cantantes que me mueven el alma mencioné a Sufjan Stevens, éste es el único joven del grupo, tiene cuarenta y cinco años, muy joven en comparación con los demás que pasan de los setenta. Muchas de las personas que me leen me llamaron, me escribieron identificándose con mis cantantes preferidos, incluso muchas jóvenes de menos de cuarenta y cinco años, pero me decían que no conocían a este músico.
Así como cuando escribí sobre “Hauser y su chelo” quien es un regalo a la vista por su gracia, su hermosura y talento, Sufjan es un regalo al oído, al alma.
Pues bien, es norteamericano. Canta como los ángeles, compone como los dioses y entra en cada uno que lo escucha como una fragancia divina. Toca banjo, guitarra, oboe, piano, flauta, tambor. Es un músico polifacético.
Este joven al cantar lo hace de la forma tan natural que es como un susurro. Tiene tanto talento que ha creado música para el Ballet de Nueva York y para producciones cinematográficas. A propósito de ballet, cuando visité NY, tuve la oportunidad de ver una función en Lincoln Center que me dejó con la boca abierta. Nunca había visto bailarines danzar en el aire con tanta gracia, maestría y seguridad, algo que me dejó traumada ya que no he conseguido volver a ver algo parecido.
Mientras escribía esto, escuchaba la música del ballet y veía de vez en cuando en un vídeo la conjunción maravillosa de música, músicos, director, bailarines y coreógrafo brillante de apenas veinticuatro años, durante el ensayo de la obra.
Sufjan compone con el corazón, es un cantante indie, sus producciones son especiales. El grupo que le acompaña al cantar disfruta y tiene la misma espiritualidad que él.
Cuando termina de interpretar una canción muestra en el rostro la satisfacción, la paz que siente y que trasmite. Su sonrisa parece que viene del cielo. Entorna los ojos con una sutileza que encanta. Sus canciones son como un lamento. Mis preferidas son “Fourth of July” dedicada a su madre en el momento de su muerte, Should have known better y Futile Devices. Pero cada una de sus canciones es un homenaje a los recuerdos.
El estilo de Stevens lo comparo con la maravillosa música del desaparecido grupo dominicano “Convite” en la que había fusión de instrumentos, voces y letras comprometidas, aunque guardando distancia en cuanto a ritmo. Me quito el sombrero ante músicos de este calibre.
Otro de mis recuerdos inolvidables me remontan a Chile en la que tuve la dicha de ser invitada a una boda celta en la Viña Indómita, en el Valle Casablanca. Como el salón de eventos de esta viña queda en un cerro, para llegar hasta él había que ir subiendo de nivel desde el parqueo y en todo el recorrido habían músicos interpretando con diversos instrumentos hermosas composiciones celtas.
La ceremonia fue algo especial ya que hay un ritual diferente a todas las que acostumbramos a participar. Desde la ubicación del “¿altar?”, hasta las lecturas y poemas propias para la ocasión. Como toda boda celta fue en un área al aire libre y con la puesta del sol, espectáculo digno de ver, ya que se realizó en pleno verano en donde las nueve de la noche es atardecer.
Las composiciones de Stevens también las comparo con la música celta, propia para la meditación. Para explorar los rincones del alma. Para elevar su corazón al cielo. Para establecer un vínculo con un hilo invisible directo con Dios.