“El egoísmo del escritor es creer
que el mundo termina con él”. Sergio Ramírez
Hay ciertas cosas que me cansan. Por ejemplo las constantes referencias a Friedrich Nietzsche, a Charles Bukowski y a algunos otros, a menudo tan nombrados como ellos. Da la impresión de que nada existió antes de esos escritores y que el mundo terminó con su desaparición, proceder a todas luces injusto con la literatura anterior y posterior. Esa postura habla mal de quienes siguen sus pasos, a ojos de los demás pueden parecer hombres de litografía cobarde.
En mi caso, busco en silencio como monje tibetano ese verso, esa frase que nadie hasta hoy escribió sobre la piedra. Es una labor paciente, a veces de siglos. Yo he tomado la antorcha dejada en el camino por otros. Entro en las cavernas alumbrado por un verso a medio hacer, una frase torpe, incoherente que necesita ser redondeada, pulida en la más rústica de las piedras para después elevarla y cortar un pensamiento por la mitad.
Lamentablemente vivimos en un período de la historia donde el cansancio espiritual solo permite repetir viejas consignas, ideas añejas. Lo novedoso cumple, en el mejor de los casos doscientos años y trágicamente lo celebramos como si fuera un descubrimiento de hoy. Siguiendo, en cierta media, el pensamiento de Albert Camus en su discurso de recepción del premio Nobel, el intelectual de estos tiempos tiene un doble reto. Cargar con siglos de historia y al mismo tiempo desmontar el pasado, arrojar a la basura todos los preceptos sociológicos, económicos y filosóficos que sean camisa de fuerza en el pensamiento creativo. Debo aclarar que no hablo de renegar de los aportes hechos en todas esas disciplinas. A lo que me refiero, más bien, es a no ser esclavo de ninguna y no celebrar como un triunfo ser fiel pastor de éstas. Siguiendo de nuevo la estela de Camus es titánica la tarea que tienen por delante los pensadores de estos tiempos. Por un lado es preciso tratar de subir la piedra hasta la meseta de la montaña y por el otro no dejar que ruede de nuevo sobre sus faldas, para poder vencer así por un momento el absurdo de esta vida.
En este punto reflexiono sobre lo dicho por el escritor nicaragüense, Sergio Ramírez, cuando habla del egoísmo en los escritores mayores. Ramírez enfatiza la dificultad de oír más allá de su voz, su incapacidad para hacer una humilde parada y prestar atención a quienes vienen subiendo la cuesta esperando un aliento, un espaldarazo, Pócimas todas ellas absolutamente vitales para quien necesita seguir creyendo en sí mismo.
Yo -al igual que muchos- me he encontrado buscando ese tipo de alicientes con el portón de la casa pegado a mi nariz, cuando lo que quería, más que un falso reconocimiento, era afecto. Esa caricia dada a quien todavía tropieza al caminar. Es triste, desalentador y terriblemente frustrante cuando el puntapié asoma a tu cara. Sin embargo y para sorpresa de muchos, son este tipo de pruebas de las que uno, a menudo, sale fortalecido o vencido. Hay quienes piensan que tender un puente en el camino a quien va a cruzar el rio, le resta fuerzas y no es así. El famoso boom de los años sesenta de la literatura latinoamericana está lleno de actos de generosidad y reconocimiento. Escritores consagrados de reconocida trayectoria y éxito, fueron comodín de literatos nóveles cuyas obras aún no estaban del todo maduras. De igual modo autores que en el tiempo eran pares, no crearon falsas distancias, ni se sintieron molestos por los aplausos otorgados al trabajo de un amigo, más bien por el contrario supieron esperar su pequeña cuota de notoriedad.
Creo que hay que cuidarse de aquellos árboles frondosos que no permiten que a su lado crezcan y florezcan otros árboles. El desprecio, la olímpica indiferencia pueden echar por tierra a muy temprana edad un talento en ciernes. Quienes vamos subiendo la cuesta debemos de creer en nuestra fuerza interior de modo obsesivo, como caballo con aparejos. Solo así la obra, tu obra, buscará entre la maleza que la cubre, el aire que le es indispensable y la infinita luz.