La compra de un auto usado (jeepeta, sedán, camioneta) en el mercado local sería fácil si solo fuera por el acceso a la caterva de díleres desparramada por los cuatro costados del territorio nacional.

Nada, sin embargo, resultaría más tedioso si el comprador orientara el objetivo hacia la adquisición de un vehículo con calidad real garantizada, no un fraude. Se emborracharía dando tumbos, gastaría cualquier cantidad de gasolina y correría el riesgo de infartarse a causa de un tráfico infernal donde sobresale la carencia generalizada de educación.

Las mañas son tantas que se necesitan las destrezas de un malabarista de primer nivel para vadear obstáculos y salir sin una chatarra trucada al hombro. En ese mundillo, las aguas turbulentas de los cimarrones ahogan a los mansos.

LA VIVEZA EN ACCIÓN

Muchos negociantes han establecido amarres con subastas del mercado de Estados Unidos, principalmente en el estado Florida, para comprar, “a precio de vaca muerta”, despojos que, de no ser vendidos a tontos, terminarían en el vertedero.

Y por esa vía han inundado al país con autos reparados allá, sin el rigor de las leyes estadounidenses porque serán exportados a algún país de Latinoamérica o el Caribe donde es posible el libre accionar de los mañosos; o reconstruidos aquí, pero sin seguimiento oficial tras ser desembarcados.

En ese vaivén, lo que menos cuenta es el bolsillo y la vida del consumidor. 

La carnada más tentadora es que se vean “como nuevos”, porque muchos clientes, presas de la irracionalidad, la pican seguido sin reparar en que se trata de una estrategia de persuasión que esconde un mar de engaños.

Casi seguro que el vehículo importado había sido declarado “pérdida total”, y liquidado por el seguro de EE. UU. O había resultado con daños estructurales, golpes fuertes en el chasis y explosión de las bolsas de aire, si no ahogado. O ha sufrido fallas de fabricación, o daños en piezas claves como la transmisión y la computadora, por descuido del conductor. O con las millas alteradas en el odómetro para esconder el sobreuso.

El delito es más grave porque al ofertarlo en el mercado dominicano, no se ve un  letrero que diga, por ejemplo: “Vehículo chocado y reparado, al 50% del costo”. Ni alguien informa verbalmente al comprador sobre las debilidades.

Con un acto de transparencia del vendedor, quedaría claro que quien tenga deseos de “ahorcarse”, se ejecute en pleno estado de consciencia, con una deuda desgastante y un “anafe con ruedas” que le dejará en la calle a cada momento, o se volverá un amasijo de hierros con el mínimo impacto. Pero no. El único objetivo es “cerrar” el negocio.

TODOS CONTRA UNO

A través del Carfax, si no está trucado, podría usted enterarse sobre el número de dueños del vehículo, los mantenimientos y  “macos” ocultados, entre otros datos interesantes. Sería un primer paso, pues, a continuación debería correr en busca de un técnico honesto para que continúe con un análisis de fondo.

Pero si usted, como comprador racional, descubre el fraude y reclama, brota la respuesta, sin titubeos: “No hay problema con eso, son cositas, roces, un rayón en el bumper, un golpecito en un guardalodo… Si quieres, te doy el número de chasis para que investigue. Está nítida esta macana; además, mira el precio y compara”.

Nunca le informarán acerca de los daños graves, ni de las bolsas de aire reacomodadas, pero infuncionales a la hora del siniestro vial.

Así, abrumado por la premura y las emociones extremas, con sobrada “amabilidad y sinceridad” de su oferente, quizás usted quede seducido, hipnotizado, listo para comprar un gran problema en ausencia de la lógica.

Y cuando lo compre, la solución será harto difícil porque hay seguros que, pese a todo, aseguran full, bancos que tasan y financian como si los vehículos fueran "nuevos, de paquete”; jueces, abogados y hasta ministerios públicos que inclinarán la balanza hacia el lado del dinero.