Mi madre, mujer sabia, en alguna situación especial nos comentó: "Para contar mentiras y comer pescado, ¡es necesario tener mucho cuidado! Al respecto, y recordando a don Antonio Machado, ¡sin previo aviso!, le tomo "prestada" una de sus reflexiones, la que se me ocurre como anillo al dedo, y le copio:

"Tu verdad no; la verdad

y ven conmigo a buscarla.

La tuya, guárdatela".

 

Además de mi madre y Machado, entre otras, el Gran Maestro Jesucristo nos enseñó: "Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres!".

"Porque quien calla otorga", estas líneas obedecen a esclarecer vivencias acaecidas durante el período final de octubre del año 1960, aún vigente el gobierno dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo Molina, Benefactor de la Iglesia, y que algunos articulistas no han sabido plasmar en sus dibujos, tal cual sucedieron los hechos.

Como grata sorpresa de Luaiti, hermana de Libertad Núñez -niña de antaño hoy abuela- con quien su familia y la mía durante décadas hemos mantenido hermosos vínculos, recibir su regalo inesperado, muestras de cariño que ¡siempre nos agradan!

Desde el interior de una delicada bolsa de papel extraigo un libro. Me inclino para ver el título del mismo y leo: "A los 60 años: dos panfleteros de Santiago". Editado y compilado por Ramón Antonio -Negro- Veras. Me pareció interesante.

Como la curiosidad mató al gato, y porque sabía que mi nombre estaba incluido en el mismo, de inmediato hojeé las páginas del Índice onomástico. Y allí, de la autoría del profesor Juan José Estévez E., en el tercer párrafo de la página No. 191, además de mencionar a mi hermano Virgilio Perdomo, también a Manuel Bueno -por elección propia, ¡mi otro hermano!- y Libertad, a quien parecería que su padre no la declaró con su apellido, leí mi nombre.

En las líneas que refiere el autor, respecto al recinto educativo "donde se conspiraba", me quedé un tanto sorprendida; ignoraba tales o cuales acciones conspirativas que allí se desarrollaban. En la década de los años sesenta nadie me habló de política, tampoco de temas similares. A mis 18 años, igual a tantas otras adolescentes, la lectura consumía mis horas de ocio. Mi afición por la música, a destacar los ritmos norteamericanos, entre ellos el rock and roll, twist, mash potatoes, eran mi verdadera afición. Con José Miguel Parra (qepd) ¡cómo bailaba! De gran estatura, me soltaba por los aires. Bailar con él era un verdadero lujo, ¡una gozada! Hoy seríamos "Jevitos" o quizás "¡Popis!".

¿A qué obedecen estos aparentes y simples comentarios? Porque "quien calla otorga", y, con la palabra comprometida, sencillamente "perfilar", cuanto el articulista escribe:

"Doña Luz le acompañó …." Y corrijo, Ella no me acompañó a la oficina de Víctor Alicinio Peña Rivera. SÍ me llevó a mi hogar y en su interior le explicó a mi madre Quisqueya (qepd) la difícil situación que a las autoridades del Liceo se les había presentado debido a que agentes del SIM fueron a buscarme a la referida institución educativa en la cual, y en horas de la mañana, cursaba el bachillerato.

Doña Luz Mendoza de Tejada regresó a su trabajo y  junto a mi madre, ¡que sí me acompañó! con destino a la oficina de Víctor Alicinio Peña Rivera, teniente primero del Ejército Nacional y jefe del Servicio de Inteligencia MILITAR (SIM) en el Departamento Norte del país, nos subimos al  "cepillo", los tan temidos carritos del SIM.

Luego del saludo de cortesía, Peña Rivera nos señaló las butacas para sentarnos. Y allí, desde su escritorio, empezó a decir cosas, ¡de las que yo no entendía ni papa!

Llena de interrogantes, como mudo testigo, su mirada fija en la mía, con mucho carácter y fiera expresión, señalándome con su dedo índice -el que subía y bajaba en un baile continuo- más que hablarme, en tono bastante alto empezó a decir: "La he mandado a buscar para darle un consejo militar y si no obedece mis órdenes y de nuevo tengo que mandar por usted, la enviaré a Ciudad Trujillo y le pasará lo mismo que a su papá" (1).

Continuó irrefutable, categórico: "Usted forma parte de los grupos o células del padre Cruz, lo visita (2) cada tarde, el rosario es una identidad entre los miembros, además de que la falda escolar así lo confirma". Dios, ¿qué decía este hombre, yo interesada en el baile y él empecinado en que yo conspiraba.

Peña Rivera, sin dejar de hablar, me ordenó, con gesto fiero: "¡De hoy en adelante, cero visitas al padre Cruz o a su iglesia (3). El rosario se lo quita del cuello, lo guarda y lo reza en su casa (4). La falda de kaki solo puede usarla en las aulas del Liceo!".

Concluyó mirando a mi mamá, pero señalándome con el dedo índice: "Recuerde que le he dado un consejo militar, evite que mande a buscarla de nuevo!".

A todo cuanto escuchaba, permanecía silente, sin decir palabra alguna. MUDA, TOTALMENTE MUDA.

Víctor Alicinio Peña Rivera, el temible jefe militar, involucrado en el asesinato de las Hermanas Mirabal y el conductor Rufino de la Cruz, ¡JAMÁS ME INTERROGÓ! Como jamás le pronuncié palabra alguna, él solito escribió, dirigió y desarrolló  el monólogo.

Finalizado nuestro muy desagradable encuentro, en un carrito del SIM, muy gentilmente, nos envió a nuestro hogar.

De Víctor Alicinio jamás olvidé su fiera y casi diabólica mirada, tal cual la bestia hambrienta y sedienta presta a saltar sobre su indefensa presa.

Retomada la cotidianidad, continuamos bailando y sí nos manteníamos alerta ante los ruidos que hacían "Los cepillos"  al pasar frente a nuestros hogares. Nos aterraba imaginar que se detendrían para apresarnos, o quien sabe ¡cual otro desafortunado invento se les ocurriría!

¡Y esa es mi verdad! El episodio que desgraciadamente me tocó vivir. Por lo demás, aquellos tiempos pasados ¡¡NO DEBEN REPETIRSE JAMÁS!!

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(1) Eugenio Perdomo Ramírez, mi padre, fue requerido por agentes del SIM el 25 de enero del año 1960. Junto a ellos, salió del domicilio familiar y ¡jamás volvimos a verle!

(2) Asistíamos a las misas vespertinas que eventualmente oficiaba el reverendo Daniel Cruz Inoa. Al finalizar, pasábamos a la Sacristía a saludarle y de él recibíamos consuelo y bendición.

(3) En Santiago, durante el mes de octubre, igual a cualquier otro collar, nos colgábamos el rosario y así poder rezarle cuando se nos antojaba.

(4) Los viernes me gustaba quedarme con la falda del uniforme. Si bailaba, la amplitud de la misma me permitía mejores movimientos.