Vivía tiempos muy, pero muy malos.  Había sobrevivido torturas, persecución, el dolor de ver amigos cercanos ser encarcelados y/o asesinados.  El panorama era realmente feo, y ahora empeoraba.  Lo estaban desterrando a un lugar agreste, aislado.  Sí literalmente lo metieron en una isla, una formación rocosa, sin hábitat o vegetación.  Para que le pasara allí lo que parecía inevitable, que muriera de hambre, se volviera loco o se suicidara.  Juan, que caminó con Jesús, que era uno de los tres discípulos más íntimos, el que recostara su cabeza del hombro de Jesús en la última cena.  Que fuera el único discípulo presente en la crucifixión, asumiendo el mandato de Jesús de cuidar en lo delante de su madre María; ese Juan había llegado a Patmos forzadamente, en un barco romano que lo dejó allí, no sin antes desearles entre burlas la peor de las muertes.

En un lugar así, no hay sombra de árboles, pues no tiene vegetación, ni fauna.  Carece además del privilegio de oír un pajarito cantar por las mañanas.  Así que si no tiene la fortuna de encontrar una cueva, será víctima del inclemente sol.  Si Juan no sale a pescar morirá de hambre, pero no posee herramientas.  Si entra en pánico no tiene para dónde coger, no hay alternativas.  Si se cree empobrecido, nada lo convencerá de lo contrario, pues allí lo que abunda es la carencia.  Si se siente solo, no tiene a ningún otro ser humano consigo.  A lo mejor se toparía con los huesos de algún desterrado previo, lo cual le hundiría en su desesperación y temor.  No existen puertas, por tanto no hay salidas.  Asumiríamos que tampoco tendría con quién hablar, y sin embargo descubre que lo único que si tiene, es compañía…

En sus propias palabras escribe que fue llevado allí “por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo”.  Cualquiera en su lugar, reclamaría al Creador aquella mala situación, preguntándole si un Dios de Amor paga así a los que les son fieles.  Más este hombre, da un ejemplo de respeto y sumisión, pues en vez de cuestionar, de hundirse en sus circunstancias, usa el exceso de tiempo que ahora tiene, para orar intensamente.  Lo vemos porque escribe: “Yo estaba en el Espíritu, en el día del Señor, y oí detrás de mí una voz como de trompeta, que decía:  “Yo soy el Alfa y el Omega, el primero y el último”.Apocalipsis 1:10-11.

Trayendo “la tragedia” de Juan a nuestras vidas, y siendo Patmos esa situación o adversidad que nos afecta, podríamos usar el paralelismo para ver si hay luz al final de nuestro túnel, o en este caso, un barco que venga en nuestro rescate.  Patmos podría ser una enfermedad incurable, un terrible diagnóstico o accidente.  Un mal empleo o la falta de uno.  Patmos puede ser un hijo que se descarría, un mal matrimonio o una terrible situación financiera.  Patmos puede ser ese deseo insaciable de tener y aparentar, lo que no somos o tenemos.  Incluso, puede haber varios Patmos a la vez.

Entonces tiempos así de difíciles ¿pueden aprovecharse?  Sí, teniendo intimidad con Jesús.  Puedes imaginarlo inclinarse hacia adelante observándote, esperando de ti ese accionar, ese momento de claridad dentro de tu bruma, en el que rindes toda soberbia, ira, desesperación y depresión, para hablarle y decirle, simplemente; “te necesito, no puedo más sin ti”.  Esa simple y sincera adoración sube como un olor agradable hasta el tercer cielo.  El resultado está descrito en el Capítulo 4:1 del Apocalipsis.  “Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá y yo te mostraré las cosas que sucederán después de éstas…”

¿Puedes ver todas tus preocupaciones desaparecer tras semejante vivencia?  Puedes aceptar la idea de que de alguna manera el “primero y el último” tendrá la última palabra que redefinirá tu vida, y por tanto, esa puerta que reclamas, se abrirá y Dios mismo te dirá “sube acá”.

No sabemos el tiempo que transcurrió, ni si Juan duró allí años, lo cierto es que Patmos pasa.  El barco que viene en tu rescate llegará, y la transformación que habrás experimentado te convencerá de que este tiempo de tribulación fue necesaria.  Porque cuando sales de ese destierro no eres el mismo que llegó allí.  Porque ocupado en tu vida, no orarías intensamente si no te pasan por Patmos.  Si tuvieras la oportunidad de entrevistar a Juan y preguntarle si reniega del tiempo que pasó en la isla, seguro te diría: No, porque fue mi mejor tiempo de intimidad con el Rey.  ÉL abrió puertas celestiales y me dio revelaciones que definen ahora mi vida…  (Tiempo en el que escribió el libro del Apocalipsis).

Otra clave es que, aunque en Patmos te sentías vacío, cuando sales de allí estás lleno para dar.  Pues Juan escribió sus tres epístolas después de este tiempo, y por su contenido, vemos a un Juan lleno del Amor de Dios.  Que en lo adelante llama a los demás:  Hijitos…  y te impregna de palabras poderosas: 1 Juan 3:7-8  “Amados, amémonos los unos a otros; porque el amor es de Dios.  Todo aquel que ama, es nacido de Dios y conoce a Dios.  El que no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor.”

Por tanto, las cartas de amor se escriben después de superar la tormenta.  La casa se maneja mejor cuando haces de la faena, acciones familiares y no campos de batalla.  Y tus ojos ya no están puestos en lo material, sino en la Gloria del Altísimo.  En tu camino de fe, procura escuchar a un predicador que haya vivido su “Patmos” y que en consecuencia se haya acercado a Dios, porque estará impregnado de Su Esencia, y eso dará a sus ovejas.  Un predicador así no se preocupa por dinero, viajes, fama o fortuna.  Se interesa por las almas, para que las que no han vivido su Patmos lleguen allí, los que están usen ese tiempo sabiamente, hagan lo que se supone que debe aprender o  escurrir, y decirles a los que hayan salido, que no queden amargados por la experiencia.  Por tanto Jesús mismo dijo:  “En el mundo tendréis aflicción, más confiad, yo he vencido al mundo”  No pierdas ni un minuto en pelearle a Dios.  Eleva una humilde adoración y puertas celestiales verás abiertas.

1 Juan 3: 1-3Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a él.Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos como él es.Y cualquiera que tiene esta esperanza en él, se purifica, como él también es limpio.

 

REGOCIJATE, PUES TU DIOS NO ESTA MUERTO.  Un día como hoy resucitó!  Bendiciones!!!