Todo en un buen filme  lo exhibe la cinta ganador del Oscar a la mejor película, “Spotlight”, dirigida por Tom McCarthy. Un trabajo  cercano al documental, basado en una investigación publicada por el ‘Boston Globe”,  develando el abuso sexual de 80 niños en la arquidiócesis de la Ciudad de Boston.  Antes de hacerse público, el crimen fue escondido bajo la capa del  Cardenal católico Bernard Law, máxima autoridad clerical, desde 1984 hasta el 2002. Treinta y dos años de encubrimiento.

Escándalos por el estilo siguen apareciendo  como bubas venéreas por todo el planeta, a medida que salen  de su agobiante silencio cientos de  víctimas   traumadas a perpetuidad. Hace apenas unos días, el cardenal George Pell, encargado de las finanzas del vaticano, admitió el ocultamiento de casos de pederastia en el seno de la Iglesia católica australiana en las ciudades de Ballart y Melbourne, del 70 al 90, mientras él ejerció de obispo y luego de arzobispo. Un informe belga detalla que 13 menores se suicidaron por abusos de religiosos reportado en 2010. Otras ciento setenta y cinco víctimas salieron a la luz pública.

“Spotlight”  diseca folio a folio la dinámica tenebrosa de la pederastia a la sombra de la cruz;  autoridades  religiosas violentando  la doctrina cristiana y el amor al prójimo.  Frente a la pantalla, comprendemos la eficacia de una inveterada cadena de complicidades: jerarquía católica, feligreses atemorizados,  poder civil. Y de qué retorcida manera racionalizan su infamia con el servicio a un Dios diseñado, por supuesto,  a conveniencia,  para justificar la impunidad de   perversidades terrenales.

Recomiendo  sentarse en la oscuridad  del cine  a meditar el contenido de esta producción cinematográfica que  muestra esa muralla de silencio  que ampara el accionar  patológico  de algunos representantes de cristo  y que fuera impenetrable  durante siglos.

Boston es parte de una nación institucionalizada,  regida por una constitución irrenunciablemente laica; igual sucede  en Australia, Bélgica, Holanda y Canadá. Sin embargo, aun  en esos lugares, la lucha  por denunciar y llevar a la justica a los culpables de abuso a menores ha sido ingente y trabajosa, viniendo a demostrar la fuerte  influencia de la jerarquía católica.  Imaginémonos por un momento una tarea semejante  en esta  Republica Dominicana nuestra, donde el poder de la Iglesia  es todavía tal que  amedrenta a políticos y se afianza en un concordato medieval. Poseen  riquezas incalculables alimentadas desde el Estado;  se sirven de  la tolerancia  complaciente de las clases altas y de la ignorancia supersticiosa   de las bajas.

No hace mucho tiempo, un nuncio apostólico polaco y un párroco de la misma nacionalidad depredaron sexualmente a docenas de niños dominicanos. Fueron llevados ante la justicia.  Dos  excepciones que resquebrajaron la muralla protectora; quizás, por ser tan repulsivo el crimen y grande la indignación del público se pudo hace justicia.  El resto permanece en archivos sellados. La mayoría escapa y queda libre.

Aquí,  sin exagerar, el número de  crímenes sexuales en manos de religiosos  se contara algún día por centenares. Ahora  las víctimas callan y sus familiares también. La clerecía sigue contralando la mordaza. Las autoridades terminan siendo secuaces.

“ L´Osservatore Romano”,  vocero del vaticano, dedica un artículo sin precedente a “Spotlight”:  “…El film no es anticatólico, y logra ser la voz del shock y el profundo dolor de los fieles al enfrentarse y descubrir estos crímenes horrendos…”