Para los filósofos “a la carrera” (aquellos que llegamos a la filosofía como parada lateral en sus lecturas y no porque haya estudiado sistemática y formalmente la disciplina que, en Occidente identificamos con el trío de Sócrates, Platón y Aristóteles, estamos en cierta forma enmarcados en un helenismo que convierte a la filosofía antigua en un monopolio de toda la verdad filosófica.
O estamos presos de la hecatombe que significó el advenimiento de la modernidad y con ella la ciencia y con su negación del método deductivo y el imperio de la inducción, llegando a identificarse con el cientificismo y el tecnologismo, cimentándose así los nuevos héroes modernos: Descartes, Wittgenstein y Frege, por señalar a los filósofos de la ciencia más alejados de la tradición helenística.
Algunos autores quedaron entrampados en el tránsito de la modernidad: se enfrentaron a los viejos problemas de la filosofía sin incidir en los nuevos. Es el caso de Baruch de Spinoza (1632-1677). No participó en el movimiento de la “Ilustración” pero revolucionó la teodicea y, por lo tanto, el molde del pensamiento “único” medieval.
Spinoza fue un filósofo neerlandés de origen sefardí hispano–portugués, heredero crítico del cartesianismo, considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz. Hostigado por su crítica racionalista de la ortodoxia religiosa, su obra cayó en el olvido hasta que fue reivindicada por grandes filósofos alemanes de principios del siglo XIX. Según Renan: «Schleiermacher, Goethe, Hegel, Schelling proclaman todos a una voz que Spinoza es el padre del pensamiento moderno».
Su obra política es tan original como su obra filosófica, resultando un adelantado de la obra de Rousseau. Su visión política parte de la geometría de Galileo, luego de aceptar de que el mundo está sujeto a ciertas leyes. Según su visión, el fin del Estado es hacer a todos los hombres libres, lo que significa que el hombre ha de dejar de ser un autómata.
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Este es el personaje que ha sido trabajado en una tesis doctoral presentada en la Universidad Complutense de Madrid, por una filósofa dominicana que ha hecho carrera enseñando filosofía desde que en los años ochenta le abriera las puertas de la academia en UNIBE cuando recién aterrizaba de regreso a su país.
La Dra. Elsa Saint-Amand Vallejo, de la Escuela de Filosofía de nuestra cuasi pentacentenaria Universidad de Santo Domingo, hoy Autónoma, puso en circulación su obra “La Utopía materialista de Spinoza” (Publicada por el sello editorial de la UASD en este año de Dios de 2018) en el salón Manuel del Cabral de la Biblioteca Pedro Mir.
El afecto que nos profesamos me ha llevado a escribir este reporte de una obra que parece sobrar en una sociedad cuyas preocupaciones se están acomodando alrededor de los grupúsculos políticos para decidir el destino en el 2020 como si aquí no ha pasado nada con Oderbrecht. Parece que lo que haya pensado Spinoza hace tres siglos no tiene relevancia.
Pero los académicos de verdad nos preciamos de mantener vivos los pensamientos críticos, irreverentes y premonitores de un mundo diferente al que nos quieren obligar a adoptar. En esta perspectiva es que entiendo por qué el gesto de Elsita es tan simbólico de una casta intelectual que no quiere morir embaucada en si perencejo es mejor que sutanejo o, en términos más baladíes, con quien voy a poder llegar al Poder para hacerme de lo “mío”.
Debemos leer a Spinoza (en este caso, a través de la obra de Saint-Amand) porque “… La potencia que está en el pensamiento político-utópico de Spinoza tiene base material en una naturaleza que lucha contra las adversidades, en la mirada de los niños y en los proyectos de las juventudes que buscan plenitud y realización. En este sentido, el filósofo ha dejado un legado de comprensión que nos llama a investigar las causas del sufrimiento humano, para superarlo progresivamente y para dar inicio a una nueva historia de logros para toda la humanidad.”
Según el amigo argentino José Paz en una entrada de Facebook: “La vida de Spinoza es una de las más tristes en la historia de la filosofía. Un hombre que fue perseguido y marginado –por unos y otros-, que tuvo que dejar de lado lo que era su auténtica vocación, la filosofía, para dedicarse a la labor de pulidor de lentes para poder sobrevivir. Tuvo la soledad y la enfermedad como compañeras durante buena parte de su vida, y todo ello por un único pecado: atreverse a pensar por sí mismo.”
Bien vale la pena el encuentro con un judío sefardí expulsado de su comunidad en estos tiempos de valientes.