Me siento marginada, ignorada, es más, invisible. No he sido tomada en cuenta para nada.

Nunca me han encuestado, ni presencial ni por teléfono. Solo fui contactada una vez en el 2016 en que una persona amiga que trabajaba en una institución gubernamental me pidió, casi me rogó, que si podía dar mi nombre, mis datos personales, porque le habían exigido llevar una lista de diez personas en su trabajo y así conservar su puesto. Yo sabiendo que necesitaba de su sueldo accedí muy gustosa. Un día me llamaron, me preguntaron mi nombre, también si conocía a la persona que había llevado la lista, y yo, ya avisada, contesté que sí, me preguntaron por quien iba a votar y sin ninguna duda les dije “por el candidato oficial”, que le garantizaba el puesto a mi conocida. (Claro, esto último no lo dije).

Alguien me comentó luego que era una forma de garantizar un fraude. No lo sé, porque no sé nada de política. Soy apenas una vieja que observa, oye, lee y saca conclusiones sin bases ni fundamentos, solo basados en mi experiencia.  Y me puedo dar el lujo de opinar porque creo no me van a llevar presa, no me pedirán pruebas, ni me sacarán de mi casa a la fuerza. De esta manera puedo decir lo que me parezca, lo que me venga en ganas.

Me siento invisible porque no he recibido el primer salami, ni una sola viga de pan. No me han llenado mi tanque de gas. No me han traído una funda con lo elemental. Arroz picadito del que le echan a los pollitos en el campo. Sardinas picapica. Una botellita de aceite. Habichuelas, no sé si tendrán gorgojos, aunque creo éstos fueron erradicados, así como las chinches y los piojos que ya no se oyen mencionar.

Me siento abandonada, nadie se me ha acercado a ofrecerme una mascarilla, aunque sea de la más corriente. Siento envidia cuando veo las reuniones de los funcionarios en Palacio y los miembros del Congreso con unos tapabocas que parecen unos marcianos listos para llegar a Marte.

Pero no crean, siento tanta envidia al ver a la gente pasar por el frente de mi casa con sus mascarillas artesanales, colgando de una sola oreja. Los comparo con los motoristas que llevan sus cascos en el brazo y creen que por el hecho de tenerlos, están protegidos. También recuerdo a  Mafalda que por mucho que viera en la televisión hacer ejercicios, nunca bajaba de peso.

Me siento tan abandonada, porque no he tenido el privilegio de saborear el ritmo de los tambores, la voz privilegiada del guardia que canta, ni los mensajes de aliento de los cantantes pastores durante el toque de queda.

No he sido agraciada con recibir la visita en las madrugadas para darme lo mío, (dato aportado por una gran amiga que vive en Los Frailes), porque así como ustedes me ven, tengo amigas en La Ciénaga, a las que les pido me comuniquen con la que fue nuestra ayudante en la casa por casi treinta años y con quienes converso sobre los hijos y los nietos cuando llamo, de esta forma me hacen muy gustosas el favor. Tengo amigas en Naco, en Piantini, Arroyo Hondo, Los Cacicazgos, La Castellana, Sabana Perdida, Bella Vista, Evaristo Morales,  Los Restauradores. En fin, mi círculo de amistades es inmenso, de ahí que reciba tanta información de lo que sucede en cada sector. Entonces:

“¿ Tengo  o no tengo razón?” “Pues pa’qué les digo que no, si sí”

Hace mucho tiempo que una campaña electoral no se había visto con tanto silencio. Sin las famosas “peinadoras”, llamadas así porque fue Peynado el que las puso de moda, eso creo. No se ven los famosos “bandereos”, por lo menos en horas visibles, porque a sigún dicen, las caravanas son nocturnas y promovidas por el oficialismo cuando reparten mercancía.

Todo lo que cuento es pura especulación, porque como les dije, he sido ignorada y abandonada. Sólo creo en lo que me cuentan mis amigas de los diversos sectores y como ya saben, solo fui tomada en cuenta para decir por quien iba a votar en el 2016. ¿Me habrán creído?

Como estamos en la época de la oferta y la demanda, así veo se maneja el Congreso para poder aprobar leyes y cuarentenas, estoy a la espera de mi mascarilla, y de las buenas. De mis funditas de comida. De alguno que otro sobre con unos pesitos, dependiendo del monto para vender mi voto al mejor postor. Es más, así con la edad que tengo, espero me ofrezcan un puestecito, no tiene que ser presencial, acepto una botella, pero de esas que me garanticen un retiro bien pesado para lo que me resta de vida.

¿Alguien se anima?