Existe un desencanto de la política, una especie de rechazo de los ciudadanos respecto de la actividad política, entendida como algo ajeno, profesionalizado, secuestrada por un grupo de agentes sociales que se denominan los políticos. Y que la gente percibe que actúan más en defensa de sus intereses particulares que en la búsqueda del bienestar colectivo.
Hay mucha injusticia en esta repulsa globalizante y omnicomprensiva que se condensa en “todos los políticos son iguales”. La frase para mi es añeja – ya mi abuela, de niño, me la decía-, y aunque rechazo este “tonto tópico” de manera racional, la verdad es que muchas veces siento que llevar la contraria en esto, me cuesta cada vez más hacerlo.
En todo caso, digo para mis adentros: “Así es, si así os parece”. Ya que soy incapaz de hacer o decir como escribió George Orwell: “Mi lema es “grita siempre con los demás”. Es el único modo de estar seguro”.
Al contrario de eso, desde joven, en mayor o menor medida, siempre desde mis propias convicciones, he nadado contra la corriente. Y en ese ejercicio de fidelidad a lo que he creído en cada momento, me he mantenido al margen del reparto de posiciones. Por coherencia con mis ideas y valores personales. La fidelidad a uno mismo es una carga muy pesada en tierra de servilismos.
Así pues y, como afirma el catedrático de Filosofia Moral, Aurelio Arteta, refiriéndose a los tópicos, esas “verdades populares”, como la de todos los políticos son iguales, “los tópicos son frases prefabricadas…esto es, expresan pensamientos que no hemos pensado o producido nosotros mismos, sino que nos vienen ya aderezados y completos”, que nos llegan de otros, de una manera “anónima e impersonal. Y que luego repetimos todos”. Es el triunfo de la frase hecha. Y eso nos lleva a la conducta gregaria, a sentirnos parte del grupo, a no disentir y, por lo tanto, no ser diferente (Tantos tontos tópicos, Barcelona, 2012)
Obviamente, no todos los políticos son iguales, y la diferencia más notable es en cuanto a la pertenencia a partidos políticos diferentes. Pero incluso dentro de los mismos hay diferencias básicas, entre quienes se adhieren a un ideario de una manera más extremista o más centrada, o entre quienes honestamente siguen unas ideas y valores y quienes fingen seguirlos.
También entre quienes solo hacen política para buscar una ambición personal y quienes, sin descartar la búsqueda de un cargo legítimo, lo hacen también, para tratar de configurar la sociedad en función de los ideales a los que se han adherido o prometido cumplir.
Pero el tópico de que todos los políticos son iguales, sobre todo, lo que viene a querer decir es que los políticos son unos aprovechados, unos cínicos impenitentes, que tienen como único Norte su interés individual. Y unido a ello, que van a la política a satisfacer sus ambiciones de poder o mando, de obtención de riqueza y privilegios, y en menor medida, en satisfacer las necesidades e intereses de la colectividad.
Cuando tienen poder el reparto de sus favores sigue este orden: sus familiares, sus seguidores, sus aliados, sus patrocinadores, sus colegas, y en último lugar, el interés general (si es que alguna vez esto se les plantea como un objetivo político). La “realpolitik” de baja ralea imperante, induce a pensar que eso último es “poesía, no política”.
La práctica de la política nos muestra, pues, que hay motivos más que suficientes para pensar de esta manera. Y esto es aplicable a los países ricos y de tradición democrática de Occidente, pasando por los países del llamado “segundo” y “tercer mundo” (es decir, los países clasificados por tener menos nivel de desarrollo económico, menos tradición democrática y con menos seguridad jurídica para sus ciudadanos).
Aunque sería una ceguera desconocer que es en estos últimos, dónde se puede aplicar más a rajatabla y de manera más generalizada, el tópico de los políticos como agentes de frustraciones colectivas, por el hecho mismo de existir una sociedad civil más endeble e instituciones judiciales al servicio directo del poder político. Con lo cual los ciudadanos están más indefensos y atomizados ante las manipulaciones del poder (sean ideológicas-propagandísticas o represivas).
Sin embargo, No todos los políticos son iguales. Aunque hay países dónde hay que hacer enormes esfuerzos para diferenciarlos. En el mejor de los casos, tenemos a esos sistemas políticos estables con larga tradición, con un bipartidismo, perfecto o imperfecto, donde las diferencias entre los programas de los partidos X e Y son sutiles. Y en los cuales los cambios de un partido a otra apenas son perceptibles.
Ni siquiera, a veces, en el ámbito reducido de la Administración, ya que el número de puestos de designación política discrecional es tan insignificantemente bajo, que los partidos disponen para dar a sus activistas un número reducido de puestos, y las más de las veces, para ellos se exigen unos determinados perfiles profesionales o de experiencias que no puede desempeñar cualquiera.
Por otra parte, el poder financiero controla y tiene mayor sujeción sobre la vida económica (los “mercados”) y la política tiene menor margen de maniobra en sus opciones alternativas. Precisamente esta es una de las claves de la actualidad en los países centrales y más aún en aquellos de la periferia de la Unión Europea, llamados los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España), y se puede incluir a Chipre.
Tampoco son iguales los políticos en los países llamados en desarrollo, aunque según las tradiciones y cultura política locales, a veces tienden a asemejarse. Aquí la similitud no viene dada por que en las alternancias pacíficas y normales de un partido a otro, casi nada cambia, sino por el hecho de la enorme dificultad de que pueda haber alternancias. En pocas palabras: el cambio político está bloqueado o se eso se pretende desde el poder.
El control político conlleva, por el inmenso poder del hiper presidencialismo, que el espacio de la oposición se vea muy reducido y coartado. Para no hablar de la tradición autoritaria que conlleva la aplicación de un sistema de despojos o “spoil system” acentuado, capitalizando el partido gobernante la totalidad o casi, de los puestos públicos, y condenando a los partidos opositores – si lo son de verdad-, y no sucursales del Gobierno, a una vida precaria.
La identidad en las concepciones y muchas veces en los valores de los políticos en el gobierno y en la oposición son a veces totales. Los estilos políticos, el léxico, las posturas, los mensajes, pueden variar, pero el núcleo duro de las “ideas y creencias” son semejantes. La misma actitud monopolizadora del poder, el mismo autoritarismo, el neo patrimonialismo, el clientelismo, nada es esencialmente diferente. Son las dos caras de una misma moneda. Comparten una misma cultura política y además se resisten al cambio de la misma.
¿No hay diferencia alguna? Haberlas las hay, son diferencias de grado y son diferencias unidas a las tradiciones predominantemente autoritarias o democráticas de las culturas internas de los partidos.
En primer lugar, un partido creado con la idea matriz del centralismo democrático, deriva en acciones políticas que divergen de un partido creado con un funcionamiento democrático pluralista interno y con libertad de funcionamiento de fracciones y tendencias.
En segundo lugar, esta la personalidad de los líderes que controlan los partidos, un líder megalómano, ejerce el poder muy diferente de un líder que, aunque con tendencia autoritaria, está acostumbrado a ejercer el liderazgo entre grupos que ejercen la confrontación política como su estado natural de existir.
Quizás los políticos sean bastante iguales entre sí pero hay que admitir que algunos políticos son más iguales que otros.