“Todo lo que he aprendido sobre la vida lo he aprendido con un balón en los pies” – Ronaldinho

En muchas partes del mundo el fútbol es una pasión de multitudes. Lo mismo es la política en nuestro país. En el fútbol, como en la política, se corona un campeón cada 4 años. Si nuestros políticos supieran de fútbol, tal vez actuaran de una manera diferente.

Si los políticos dominicanos supieran de fútbol, tal vez fueran tan populares como Messi en Argentina o James en Colombia. No me cabe duda que algunos políticos observan con un poco de envidia las gradas llenas en los estadios donde se disputa la copa del mundo y que piensen con un poco de nostalgia: “¡Ay, si yo tuviera una concurrencia como ésa!”

Así como un gol no se puede anotar sin el apoyo de otros jugadores, en la política no se puede ganar queriendo ser líder único. Se gana con un equipo de trabajo cuyos miembros manifiesten desacuerdo cuando existan discrepancias importantes, y no siendo complacientes solo para “quedar en buenas con el jefe”. En el fútbol, como en la política, se gana comunicándose efectivamente en cada jugada, muchas de la cuales son planeadas con antelación.

Para llegar a la copa mundial hay que sacrificar mucho. Es más, solo un gol requiere bastante sudor y un arduo trabajo en equipo. Raras veces se anota un gol con poco esfuerzo. En la política, muchos quieren llegar a la cima sin haber hecho el esfuerzo requerido. Como decimos coloquialmente, quieren ganar “a la fuerza” sin importar las consecuencias. En el fútbol, esta desesperación se manifiesta en patadas (y a veces mordidas). En la política, se manifiesta en conductas irreprochables como la repartición de dinero a los votantes o la compra de cedulas. Pero mientras una mordida en fútbol resulta en expulsión y suspensión, en la política dominicana, la compra de cedulas es visto como algo normal, como parte de la estrategia política de cada partido.

Es importante ganar, pero incluso los mejores equipos de fútbol pierden de vez en cuando. Una pérdida en el fútbol puede ser debilitante, pero también puede servir para motivar y energizar al equipo, lo que resulta en prácticas adicionales para trabajar en aquellas habilidades que necesiten mejorar. Lo mismo ocurre en la política – donde se puede aprovechar una derrota para reorientar las energías y planear mejores estrategias para el futuro. Pero nada de esto es posible si no se es buen perdedor.

En el fútbol, después de cada partido, ganado o perdido, el equipo completo estudia las cintas del partido para analizar lo que se hizo bien, lo que se hizo mal, lo que se debe mejorar y lo que se debe mantener. En la política dominicana, este sistema de auto-evaluación interna no existe, y mucho menos en caso del partido ganador. La aritmética política es siempre la misma: el numero de veces un partido político haga una auto-evaluación de sus valores y principios es inversamente proporcional al numero de elecciones victoriosas. Es decir, mientras mas ganan elecciones, mas pierden sus valores.

En el fútbol, un árbitro se hace cargo del partido tomando decisiones que podrían afectar a cada equipo, tanto positiva como negativamente. El árbitro tiene la última palabra sobre todo lo que sucede en el terreno de juego. Tiene la autoridad para expulsar a jugadores, para anular goles, y para declarar infracciones. El árbitro es imparcial para ambos equipos. En la política dominicana, el árbitro es una institución parcializada que favorece al partido en el poder y le hace la vida cada vez más difícil a la oposición.

En el fútbol, si algo no funciona se desarrolla otra estrategia. Si después de un tiempo ninguna estrategia ha dado resultado, entonces resulta mejor cambiar de entrenador. Solo en la política dominicana, el pueblo sigue eligiendo a los mismos partidos que nunca han ofrecido una estrategia real de desarrollo. El pueblo Dominicano sigue eligiendo a los mismos entrenadores, algunos hacen esta elección ingenuamente y otros por conveniencia propia. Mientras esto siga sucediendo seguiremos en el mismo camino en que vamos, hacia un país mas pobre con mayor inseguridad y desigualdad social.