El gran teatro del mundo lo representamos nosotros, no creo que nadie nos escamotee el premio. Les cuento que en ocasión de la llegada de las Rotativas de un periódico nacional , sí mal no recuerdo 1983, el fecundo historiógrafo dominicano Emilio Rodríguez Demorizi se extasió en leer una seleccionada página de la lucha con Jack Veneno a la cabeza.

En un intelectual de esa categoría tan interesado en los pininos de la lucha libre, me movió a curiosidad y surgió la interrogante en mi acerca  de lo que apreciaba como un dislate del porque ese gusto  en ese tipo de personalidad. Su respuesta fue cortante:  son verdaderos artistas de teatro, quiso decir no hay desperdicios en el performance.

Cuando impartía literatura dominicana en la educación media el texto de consulta era Panorama de la Literatura Dominicana, de Max Henríquez Ureña, en dos tomos, ( Colegio Santa Marta, desaparecido), en el libro encontramos que la primera obra representada en Santo Domigo fue un Entremés de Cristóbal de Llerena. El teatro comenzaba a abrir sus puertas en suelo isleño en estas tierras americanas del llamado Nuevo Mundo y vino para quedarse. La máscara se entronizó en nuestra idiosincrasia para perfilar el destino encubierto de la sociedad dominicana hasta los días actuales.

Si los grandes artistas y talentos del tablado dominicano se pusieran a indagar sobre la creación estética de su arte, descubrirían en el escenario la instauración de "malas artes" que intenta sobreponerse y competir con los reales representantes del género; Iván García, Franklin Domínguez, Salvador Pérez, Monina Sola, María Cristina, Haffe Serrulle y otros no menos destacados.

¿En qué consiste mi interpretación del caso?, en que asistimos a una hipocresía, a una semblanza asociada a una tragicomedia de lo que acontece en círculos o segmentos de la Sociedad, donde se exhiben poses, gestos, ademanes y movimientos corporales al estilo de danza trágica, que tras el telón reparten funciones los actores ante sus espectadores para timarlos y engullirse sus pertenencias, nos tratan como espectadores, no como parte de la obra, sin rol alguno, pasivos. No hay democracia, es un puro espejismo.

En verdad, estamos presenciando angustiados, pavorosos y atemorizados en cada movimiento de esta tragedia de inseguridad, de violencia y atracos  cotidianos, del que a veces no despertamos, perdiendo cierta capacidad de asombro ante lo acontecido sin ruborizarnos; porque ya no sabemos distinguir si es una obra de teatro la que presenciamos o es la dura realidad la que se nos presenta sin máscara, pero que nos golpea encerrándonos en el escenario familiar: vivimos espantados, quisiéramos despertar de esa pesadilla y pensar que sólo era eso, un sueño o una representación en el tablado.

La realidad se sobrepuso a la ficción con todo su peso y los linderos son muy tenues: realidad o ficción, ficción o realidad, ¿con qué me quedo? Al final las psicopatologías, construimos un pueblo de enfermos con la fiereza de la hipocresía y las mentiras reiteradas de farsantes de las palabras que no escatiman oportunidad para justificar descaradamente en cualquier medio una supuesta verdad acomodada.

Son actores de un teatro sociopolítico de engaños y poses a los fines de conquistar simpatías. Razón tenía Demorizi en ver la lucha libre como destrezas artísticas, pues aquí hay muchos personajes que hacen de magos para engatusar al pueblo , sin ser actores auténticos. Pero podría pasarles lo de Fuenteovejuna en la obra dramática de Lope de Vega, donde el pueblo hizo justicia en sus manos y nadie en particular fue responsable de la muerte del Alcaide.