Los humanos somos seres sensibles. Nuestra piel, que nos recubre y protege, que nos resguarda de las situaciones que nos circundan, tiene una importancia fundamental. Cuando aún la conciencia no sabe qué, la piel nos dice “ojo”. Las sensaciones que experimentamos cuando una situación externa nos impacta, es gracias a que las terminaciones nerviosas de la piel llevan y traen hacia y desde centros nerviosos, la información que nos coloca en estado de “alerta”.
Aunque no logro imaginar las sensaciones que le producen al recién nacido o nacida, la experiencia de succionar el pecho de la madre e iniciar un proceso de satisfacción de una necesidad tan básica e importante como la alimentación, lo que resulta extraordinario, es la transfiguración de su rostro en ese proceso tan íntimo. Las caricias y susurros de la madre completarán esta extraordinaria experiencia intersubjetiva.
La discípula de Freud, Melanie Klein, señalaba que los “instintos agresivos” para la supervivencia que afloran desde el momento del nacimiento, se ven canalizados por ese acto materno de alimentación, susurro y mimo. Llegó a distinguir, para explicar las experiencias agradables o desagradables de este mágico acto, como “pecho bueno y pecho malo”. Esas experiencias, según ella, es clave para entender el desarrollo de la personalidad desde el primer año de vida. Especulación, es posible, pero esa experiencia primera madre – criatura, definirá muchas otras situaciones en la vida futura, no cabe dudas.
Somos seres sensibles, porque estamos dotados de un sistema nervioso central y periférico que nos constituirá como seres biopsicosociales en un todo integrado. Sensaciones, sentimientos, imágenes se irán estructurando de formas inesperadas, en un proceso continuo. Por supuesto, otros procesos psicosociales reafirmarán, modificarán, o restructurarán esa realidad. Inmersos dentro de un determinado contexto social y cultural, emergerán situaciones que podrán canalizar o modificar, en uno u otro sentido, estos procesos. Somos seres particulares, pero al mismo tiempo, situados en con contexto particular.
La relación con la madre y la familia es en esos primeros años de la vida serán fundamentales para su desarrollo psico y socioafectivos. La ternura, manifestada en el contacto íntimo entre la madre y la criatura, las caricias, los susurros, en fin, todo ese contacto cálido y de cariño entre ambos, será una experiencia de primer orden para nuestra capacidad de comunicarnos y dialogar con nosotros mismo y los demás, para el desarrollo de una inteligencia intra e interpersonal. En ella se manifiesta esa primera relación de dos, que nos inicia en nuestra humanidad.
¿Qué importancia puede tener esto en la primera infancia en el contexto de la educación?
Con la incorporación se iniciará un nuevo proceso en la socialización, que ya se inició en la propia casa y la comunidad circundante, pero que en la escuela se revistará de características particulares.
La escuela está provista de unas intencionalidades muy bien definidas, y en ella se iniciarán procesos complejos pues involucrará todo el mundo de relaciones de niños y niñas que vienen de diferentes familias con diferentes estilos de crianza, aunque más o menos situados en contextos sociales y culturales parecidos.
La socialización que se irá estructurando será muy compleja e inevitable. Por más que se pueda prever, la escuela en su dinámica tiende a crear perfiles, modelos: “el o la niña que se porta bien”, “el o la niña que se porta mal”; “el o la niña que aprende rápido”, “el o la niña que no aprende rápido”, etc. La escuela tiende a homogeneizar a las personas, pues sus procesos suponen determinadas regularidades en el desarrollo.
Una pedagogía de la ternura debe lograr que cada niño y niña, en esa dinámica de las relaciones que se irá constituyendo, los impulse y desarrolle en sus particularidades e individualidades. Las estrategias de juego, lo lúdico, el ritmo y el movimiento, el desarrollo de habilidades motoras finas y gruesas, el reposo y la quietud, deberán ser situaciones que cada niño y niña debe experimentar en su particularidad y subjetividad.
Un aspecto muy particular que debe ser promovido de manera explícita es lo que tiene que ver con el abrazo, que aunque en un primer momento “no es figurativo ni consciente, sino que consiste, más bien, en sensaciones corporales, en un estado incipiente de la conciencia” (La ternura, una emoción para recuperar de Martin Ignacio Berasain), deberá ir constituyendo en una experiencia que exprese vivencias positivas, que manifieste sentido de cariño y solidaridad, de ser valorado y apreciado, de manifestar aceptación y aprecio.
Por otra parte, los seres humanos somos seres de acción. Nuestro cuerpo está estructurado de una manera muy particular para la acción. Aunque en los primeros años gateamos, muy pronto nos erguimos, dándonos una libertad sin precedentes en el uso de las manos. Nuestras piernas nos permiten desplazarnos y nuestros brazos y manos a realizar todas las acciones necesarias que complementen, aumenten, modifiquen, en fin, restructuren y amplíen esta capacidad de desplazamiento y movimiento. Con las piernas me desplazo, pero con las manos agarro, presiono, golpeo, acaricio, me expreso.
En esa etapa de la vida, el niño y la niña, deben aprender a dominar su cuerpo, sus movimientos, como expresión de sus emociones, sentimientos y, posteriormente, sus propias cogniciones. La escuela debe crear todas las condiciones para que eso sea posible. El aula debe ser abierta, sin mesas ni sillas. Espacios que permitan caminar, correr, saltar, bailar sin obstáculos. Esos espacios deben estar repletos de estímulos, sonidos, música, que estimule la inteligencia kinestésica e inter e intrapersonal.
Aunque en esa etapa de la vida son importantes las rutinas que generan hábitos y crean ritmos biológicos, deben al mismo tiempo generar autonomía y autocontrol. Los niños y las niñas deben aprender a arriesgarse, como una prueba de que están dotados de las posibilidades para afrontarlas. Deben aprender a manifestar sus emociones, las que fueren, en un ambiente de respeto y apoyo, que los acoge, los cuida y protege.
Este proceso debe ser estructurado en el marco de una pedagogía de la ternura que les permita expresarse plenamente.