Para quienes asumimos con profundidad las esencias fraternales del cristianismo, la Navidad es siempre un período de introspección, de examen de conciencia siguiendo la metodología de ver, juzgar y actuar, para revisar la coherencia y corregir el rumbo cuando detectamos que nos hemos desviado de la senda.

Esta fiesta es mucho más que el consumismo de comer y beber, de comprar, regalar y recibir cosas materiales, porque todos los caminos nos conducen siempre a las esencias del mensaje del Jesús de Galilea, que nació en Belén, hijo de muy humildes y anónimos trabajadores, signados por el destino de migrantes y refugiados que ha correspondido a una inmensa mayoría de los seres humanos, desde los remotos orígenes de la vida.

La Navidad nos invita siempre a la fraternidad, a la solidaridad, al acercamiento al mandato cristiano de amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a uno mismo. Eso es muchísimo más que la confesión religiosa, que levantar los brazos en un templo y darse golpes de pecho. Tampoco tiene  que ver  con dar limosnas o dejar caer migajas de las mesas de la abundancia, tratando de acallar nuestras conciencias, rodeados de carencias, privaciones y exclusiones permanentes.

En su mensaje de este 25 de diciembre, el Papa Francisco, cultor de la humildad y la sencillez del divino maestro, nos ha recordado que “el mensaje de la Navidad es que Dios es Padre bueno y nosotros somos hermanos”. También que “la salvación pasa a través del amor, la acogida y el respeto de nuestra pobre humanidad, que todos compartimos en una gran variedad de etnias, de lenguas, de culturas, pero todos somos hermanos en humanidad. Entonces nuestras diferencias no son un daño o un peligro, son una riqueza”.

El Pontífice nos invita a redescubrir los nexos de fraternidad que nos unen como seres humanos y vinculan a todos los pueblos, advirtiéndonos que sin esa visión cristiana “nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu”.

En estos tiempos en que se riega tanto odio y se proclama confrontación en nuestro país y nuestra isla, cobra mayor fuerza y justeza el reclamo papal de “fraternidad entre personas de toda nación y cultura”, como también “entre personas con ideas diferentes, capaces de respetarse y de escuchar al otro”, así como también entre personas de diversas religiones.

Francisco no predica la exclusión de nadie, ni reclama exclusividades, ni siquiera en el ámbito de las religiones, donde también vislumbra el encuentro y el diálogo ecuménico, en un mundo profundamente conturbado, cada vez de mayores desigualdades, violencias y estigmatizaciones, donde se acentúa una distribución de las riquezas  concentrada en el uno por ciento de la humanidad, generando una inseguridad generalizada.

En estos días de Navidad debemos sentir rechazo por este mundo de pocos estadistas y reducción de paradigmas, y reafirmar los anhelos de nuevos liderazgos con reivindicación del respeto a la diversidad, de la ética, de las prácticas democráticas, de los organismos intermedios, de la sociedad civil y de la participación, de nueva reformulación de la política, como ciencia del bien común y no para la apropiación del poder y las riquezas.     

Que la fuerza de la Navidad se expanda en profundidad espiritual y nos impacte, impulsándonos a trabajar más arduamente todos los días del próximo año por constituir una sociedad donde quepan todos los sueños y nuestros hermanos no tengan que seguir ahogándose en el Canal de la Mona en intento desesperado por encontrar hálitos de vida y progreso. Y porque no sigamos acumulando tasas tan elevadas de muertes maternas e infantiles, de embarazos de adolescentes, de pobreza y exclusión, y que el agua potable y la electricidad sean definitivamente  patrimonio de todos. Amén.-