Para Epicuro, filósofo griego de la antigüedad, la felicidad es una meta personal del individuo que coincide con las enseñanzas del budismo y el hinduismo de oriente. Por el contrario, muchos pensadores contemporáneos la ven como un proyecto colectivo que puede lograrse cuando una nación pone en el centro de su agenda de desarrollo el bienestar físico y mental de su población. El materialismo afirma que la accesibilidad a bienes y servicios de calidad es la base de la felicidad. 

Hoy los Estados modernos miden su nivel de éxito en la medida en que incrementan su productividad nacional, generan mejores herramientas y servicios que facilitan la vida de todos e incrementan el ingreso per cápita de sus ciudadanos.

Los grandes sistemas de bienestar creados durante el siglo XIX,  época del desarrollo de grandes potencias industriales como Estados Unidos, Alemania, Francia y Japón, fueron diseñados para afianzar la cohesión social en torno al aparato productivo de la nación mediante grandes reformas educativas, de salud, y bienestar social. La realidad es que el Estado de bienestar moderno fue planeado originalmente en torno a un proyecto colectivo de nación y no fundamentado en el interés individual de las personas.

Según el Informe Mundial de Felicidad (ONU 2017) la República Dominicana ocupa el lugar 86 de 155 países en el grado de felicidad de su población. Esta evaluación toma en cuenta las variables de PIB per cápita, esperanza de vida saludable, garantía de libertades, derechos fundamentales y corrupción administrativa. El país más contento de Latinoamérica es Costa Rica. Ahora bien, solo cuatro países (Finlandia, Dinamarca, Suiza y Noruega) siguen marcando los primeros lugares en los estándares de felicidad mundial y en los cuales cabe decir que no existen grandes desigualdades entre sus habitantes, hay poca violencia, existe mucha prosperidad y a sus habitantes se les garantizan sus derechos fundamentales Todos sabemos que como decía Epicuro la felicidad no viene tan fácil. Esa satisfacción personal aparece cuando nuestras sensaciones placenteras están presentes y somos libres de aquellas que no lo son. A nivel biológico lo determinan nuestros genes más que el status económico que tengamos. 

Los Costarricenses tienen mayor satisfacción de la vida que por ejemplo los singapurenses que son una economía mucho más desarrollada. El índice de homicidios en países ricos como Nueva Zelanda y Francia es de 25 por cada 100,000 habitantes. En cambio en países que sufren de pobreza como Perú o Guatemala es de 1 por cada 100,000 habitantes y en el caso de nuestro país 5 por cada 100,000 habitantes (Observatorio de Seguridad Ciudadana 2017). Por lo tanto, alcanzar la felicidad no será tan fácil como creíamos. Mientras nuestras condiciones de vida mejoran así mismo nuestras expectativas aumentan. No somos felices con solo vivir una vida pacífica y próspera, sino más bien en la medida en que nuestra realidad es congruente con nuestras proyecciones. Aun así la naturaleza nos dio la capacidad de controlar nuestros miedos y placeres.