Desde Sancho Panza (reposando una jartura campuna bajo un árbol en algún campo de la Mancha) a cualquier escudero, uno dominicano, pongo por caso (bebiéndose una cerveza en un bar al aire libre en la capital de Quisqueya, observando, con discreta admiración no siempre morbosa, a las diversas mujeres no siempre encantadoras que no le paran bola como tampoco le paraban a Roberto Arlt según dijo él mismo), todos estamos de acuerdo en que hay pocos seres más desagradables que ese bípedo sin hobby, posiblemente atronao, seguramente vago, usualmente metiche, conocido de carambola, que viene a hablarle a uno sobre un carro que corre a 200 millas en 1.01 nanosegundos, de una muchacha que un día muy chiviricamente mientras llovía le preguntó la hora pero que él cree que no lo amaba, de un planeta todavía no descubierto con 9 soles y ni una luna donde se asume hay jicoteas, de una navaja de afeitar para el lampiño que viene con pelos y agua sucia. En fin, un guanajo que viene a interrumpir el disfrute del ocio contemplativo de uno para hablarle a uno de lo que le importa un coño a uno.

Y este fatal no coge directas indirectas, no, amable lector. De nada sirve que uno mire para otro lado y empiece a cantar Un lalá dijo yeyé y un yeyé dijo lalá; de nada vale que uno mire el cielo exclamando Virgen de la Santísima qué peste; nada logra un largo mutis odioso; no, amable lector, el latoso, o latero, con manos sumamente sospechosas, le topará en el hombro a uno para mayor atención, se le parará en frente a uno cacareando minuciosamente de cómo una calurosa tarde en el Loyola un cura que tal vez nunca abusó de ningún niño mudo le dijo a él que él tenía muy buena voz para los cantos benedictinos.

Pero, las cosas siempre ahí mismo, una amiga mía jedi encontró una solución que no envuelve ni arma blanca ni arma de fuego. Otra noche estábamos en el mismo bar cuando apareció este devoto de la lata con su latanía. Cuando hizo su primera pausita para coger aire mi amiga me miró diciendo:

—¿Y qué te pareció el proyecto? Yo creo que tiene una línea poco convencional sin ser profana, se me parece mucho a las primeras acuarelas de Bach, el ahijado…
—Es cierto, pero aparte de Bach, no el compadre, exhibe vestigios del período fucsia de Picasso, el cual ya había sido prefigurado por Merlín, figúrate tú, en el verdeviejo de los druidas…
—Muy buen denouement, yo, repentinamente, pensé que eso de la levedad en el modernismo plástico tenía mucho que ver con Brooklyn, con la tendencia kitsch de tratar a los musos viejos como si fueran mozalbetes, es decir, bocetos…

De más está decir que el latoso, o latero, evidentemente aburrido, miró para todos lados, encontró otra victima y, como mal educado hasta el tuétano desconsiderado que es, sin despedirse de nosotros, la abrumó con una diatriba sobre una desconocida adulta que está embarazada y ahora ella no quiere decirles quién es el padre de esa criatura a millares de desconocidos que no son ni familiares ni amigos…

Pues eso, cuando el latoso, o latero, se le aparezca, póngase a hablar disparates como gestor de arte.

Esto no es a propósito. Si quiere seguir leyendo le cuento que una tarde hace ya mucho el poeta Homero Pumarol cayó por mi casa con el entretenimiento de que en Argentina había un concurso hispanoamericano de libros de poesía donde una editorial llamada Vox publicaría los 3 primeros lugares que él ya había mandao su libro Fin de Carnaval que yo debería mandar un libro mío también. Yo le dije que recordara que yo escribía mayormente cuentos que yo no tenía mucho tiempo escribiendo poemas que yo no creía tener suficientes poemas para un libro. Él dijo Vamoaver y empezamos a escoger poemas hasta llegar rayando a los 300 versos mínimos requeridos por el concurso. ¿Qué título le ponemos? En la mente estaba Poeta en Nueva York de Lorca que me tenía vuelto loco y por eso le pusimos Poeta en Animal Planet. A los muchos meses nos informaron que en un feliz empate dos dominicanos ganamos el segundo lugar (Chile primero, Cuba tercero), que ambos tanto el libro de Homero como el mío serían publicados por Vox, qué alegría sin envidia sentimos.

Aquí le ofrezco, amable lector que no se va a poner de odioso a comentar que si ese fue uno de los ganadores los otros debieron ser horrorosos, par de poemas del librito disponible en Amazon (edición Cielo Naranja).

Animal Planet

Anoche, un hombre le entró a golpes
a una mujer en Trío Café.
Anoche, un orangután de 300 libras
patá y trompá
por media hora
a una rubita
con cara de demonia.
Y había una multitud, y un chino.
Y había como 500 pistolas
porque en Santo Domingo
todomundo anda armao.
Anoche, esa rubita deseó ser una perra.
Sí, una poodle de esas que jieden
un día sí,
y el otro también,
porque de seguro hubiesen salío
los defensores de los animales,
de los árboles,
de las estreeellas,
y otras vainas más importantes.

Batón Ballet

Y somos 20 niñas
Y estamos ensayando
Y suban esos pies
Levanten esos brazos.

Y somos 20 niñas
Y estamos ensayando
Y escuchen el tambor
No tenemos piano.

Y somos 20 niñas
Y estamos ensayando
Y muevan las batutas
Con mucho entusiasmo.

Y somos 20 niñas
Y estamos ensayando
Y escuchen esas madres
La calle va cantando.

Y somos 20 ni ñas
Y estamos ensayán do
Y ahí viene ese camión
Ay Virgen qué frenazo.

Y eran 20 niñas
Y se acabó el ensayo.