En estos días se está hablando, de nuevo y por enésima vez, sobre el asunto de los tragamonedas, que como otras tantas  plagas más que sufrimos en el país, es recurrente.

Cada tantos meses se incautan y destruyen pasándole un greda por encima a cientos de esas perniciosas máquinas prohibidas, y cada otros tantos meses después vuelven a aparecer, como si fueran la verdolaga, lo que demuestra su muy alta rentabilidad.

Hay muchos comentaristas de medios, al igual que padres, madres, y otras personas sensibles, altamente preocupadas por el daño que puede producir entre los muchachos de corta edad y jóvenes, pues estos tipos de juegos pueden ser un paso inicial a otros vicios mayores, e incluso a la delincuencia pura y dura, además de estar gastando su tiempo y metiendo su poco o mucho dinero en estas mafiosas alcancías.

Todos se  preguntan con justa inquietud quiénes las fabrican, quiénes las importan, quiénes las permiten pasar, quiénes con poder o influencias están detrás de todo este rentable y sucio negocio, personas sin escrúpulos, invisibles, que nunca son sometidas a la ley, a pesar de que con un poco de voluntad policial y judicial podrían ser descubiertas en apenas un par de semanas. Casos mucho más difíciles se resuelven a diario.

Por mi parte, quiero apuntar una muy sencilla solución al este problema que, de aplicarse, se convertiría en el bisturí que extirparía este mal social de manera absoluta y radical.

La medida en cuestión sería multar a los establecimientos, cómplices del negocio, que acojan las máquinas, colmados, billares, bares, comedores… con fuertes sumas, por ejemplo de 50.000 o 100.000 pesos, y si reinciden, se les cerraría el establecimiento de manera definitiva.

Así, los dueños que permiten tan fácilmente su instalación y que nunca les pasa nada, lo pensarían dos y hasta tres veces cuando les propongan colocar los tragamonedas en sus negocios. Claro que para hacer esto, ya lo hemos señalado, hay que tener voluntad, pues donde hay dinero fácil, las soluciones, aunque sean simples, se vuelven difíciles.

Ya tenemos, para vergüenza nacional, más de cuarenta mil bancas de lotería y apuestas vaciando los magros bolsillos de los ciudadanos, en especial de los más humildes mientras, y por contraste, agonizan y desaparecen las pocas librerías de valor que a duras penas sobreviven.

No permitamos que los tragamonedas complementen la cuestionable labor de propiciar de manera pública y alegre el juego. Si los gobiernos y los políticos por un puñado de pesos han perdido sus valores morales, los ciudadanos debemos recuperarlos.