La Cineteca Nacional de México es mi rincón favorito de su ciudad capital. Desde ese lugar, una secuencia de meditaciones sobre la guerra, sus horrores y sobre todo, los conflictos que le dan origen, se inició dentro de mi cabeza. Como un plano secuencial, formaron reflexiones que comparto en reacción estremecida, ante discurso de algunos jóvenes políticos dominicanos de neta orientación fascista.
Fundada hace cuarenta y seis años gracias al apoyo de un grupo de donantes, entre ellos, figuras como Mario Moreno “Cantinflas”, la Cineteca Nacional de México es un conjunto de más de veinte salas de cine de majestuoso tamaño cada una, salas-museo, restaurantes, librerías y tiendas de artículos relacionados con el Séptimo Arte. El cine, como la literatura, es parte esencial de la memoria colectiva. Sus ficciones ofrecen los rasgos de la condición humana que definen la personalidad y el carácter del hombre y la mujer de ayer y de hoy. Conforman un patrimonio intangible que amerita fomento y gestión de conservación.
El visitante que llega a México (y desde República Dominicana cada vez son más) con interés en abrazar parte del patrimonio cultural universal que se conserva esta nación, debe considerar la Cineteca Nacional en su agenda de paseos por la Ciudad de México. Además de exhibir películas, sus salas-museo ofrecen muestras temporales sobre la historia del cine. Por ejemplo, las producciones de Alfred Hitchcock, Stanley Kubrick, Tim Burton, entre otros. Las cinetecas o cinematecas, los museos y las bibliotecas de cualquier ciudad, pertenecen a la gente; sin importar su nacionalidad, origen, creencias u otras manifestaciones de la diversidad.
Actualmente, la Cineteca Nacional de Cd. Mx., exhibe la exposición Buñuel en México (clip). Días atrás fui a verla y luego entré a una de sus salas de cine, para ver 1917 (trailer) película del director inglés Sam Mendes nominada a varios premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos, la Academia de Artes Fílmicas y Televisivas Británicas, y recién ganadora del Globo de Oro, de la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood. La película trata sobre la experiencia extrema de un soldado durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Como bien apuntó el crítico de cine dominicano, Hugo Pagán, la llamada “Gran Guerra” es un episodio bélico menos explorado por el cine que la Segunda Guerra Mundial; lo anterior a pesar del drama que esconden sus emblemáticas trincheras.
Del recorrido por la exposición concentrada en el período fílmico del Buñuel en México, donde el español filmó veintiuna de sus treinta y dos películas, entre las décadas del cuarenta al sesenta, me gustó conocer sobre la persona detrás del genio y artista. Al igual de Ingmar Bergman y Akira Kurosawa, este otro padre del cine fue un hombre familiar. Sin embargo, la joven que nos sirvió de guía en la sala-museo, explicó que, según contaban los dos hijos de Buñuel, su padre nunca les hablaba de cine; les hablada de la guerra. En su caso, la Guerra Civil Española. Buñuel tenía un cuaderno en su escritorio, cerca de él, con los nombres de sus amigos fallecidos. Ponía un asterisco a los correligionarios del surrealismo en la lista.
Un rato después, cuando veía la saga de los dos personajes principales de la película 1917, recordé la lista de Buñuel, comentada por la guía del museo mientras nos mostraba el pequeño escritorio de madera del padre del cine y la gaveta donde lo guardaba. No es mi deseo estropearle la película de Mendes a la audiencia dominicana; todavía la película de no ha llegado a las salas de cine de Santo Domingo y el resto del país. Solo mencionaré que en la escena donde el protagonista sube a un camión junto a otros soldados que acaba de conocer, luego de la surreal escena de la granja abandonada, en la cara del actor protagónico de 1917, George MacKay, vi retratado el sentimiento de Buñuel. Comprendí la señal del asterisco.
Si algo en común tenemos los dominicanos de menos de cincuenta y cinco años, integrantes de cuatro generaciones: los tardíos boomers, los X, los milenios y los Z, es que no podemos recordar una guerra armada en suelo dominicano. Viví una siendo una bebé que no mi memoria no registra, pero acaso mi subconsciente sí. Durante la Revolución de Abril de 1965, residía junto a mi familia en la calle Santiago del sector Gascue. Tenía ocho meses el 24 de abril de 1965, día de su estallido. Mi madre me contaba que cuando los aviones de las tropas estadounidenses invasoras cruzaban por nuestra ventana, dirigiéndose desde el portaviones estacionado en el Mar Caribe hasta el Palacio Nacional, ubicado apenas unas diez o doce cuadras arriba del apartamento pequeño donde vivíamos, me estremecía de terror. Ella corría a cargarme y sacarme de mi cuna para protegerme.
Los pueblos pueden dividirse por luchas sociales, por injusticias, como también por el liderazgo absurdo que invita a la división y el conflicto por motivos de simple intolerancia a la diversidad racial, religiosa o de orientación sexual de las personas, hasta el punto de llegar a guerras armadas y otras tragedias. Esta misma semana ha sido la triste conmemoración de los setenta y cinco años del Holocausto. No solo fenecieron personas de la etnia judía. Los nacionalistas alemanes (nazis) hicieron cenizas a discapacitados, gitanos, homosexuales, entre otros. Un mancha horrenda del hombre moderno, que le acerca al hombre de la caverna y tiene su origen en el liderazgo fascista fomentado por un puñado de hombres. A merced de su poder político, llevaron a ciudadanos comunes a apoyarle en un frenesí de terror y odio.
No han pasado ni quince días desde mi visita a la Cineteca Nacional, ni un mes desde que leí y luego escribí en esta columna sobre la experiencia de Elena Garro en la Guerra Civil Española, cuando hace par de noches, otra obra de cine moderno, me regresó a ese conflicto histórico, que tanto dolor trajo al pueblo español. Siento que el horror de la guerra, y en particular, la Guerra Civil Española me están tratando de decir algo. Esta vez, fue la hermosa e imperdible película Mientras dure la guerra (2019) (trailer) Su director, Alejandro Amenábar rescata el mundo perdido de Miguel de Unamuno. La trama tiene como protagonista al solemne escritor y filósofo de la lengua española. En 1936, siendo rector de la Universidad de Salamanca, ya un anciano, que apenas se contentaba en salir a conversar tranquilo con un par de amigos, quedó al centro del conflicto entre republicanos y nacionalistas.
Amenábar ofrece dato que podría estar pasando inadvertido entre las nuevas generaciones. En 1936, mientras Unamuno era hombre de edad avanzada, un entonces joven y recién proclamado Generalísimo Francisco Franco, conquistó popularidad entre simples ciudadanos españoles, dando discursos sobre la unidad de la familia, la decencia y el rescate de los valores cristianos junto a una acartonada visión nacionalista de España. El discurso del Franco joven, resulta tan parecido al puesto en boga por determinados candidatos políticos milenios dominicanos en este 2020. Es en verdad surreal, escuchar este tipo de oratoria en líderes políticos de la Generación Milenio. Es claro que no la representa. Si algo es notorio de los milenios dominicanos, es que son ciudadanos mucho más tolerantes y abiertos a los valores democráticos, que los dominicanos que somos de generaciones previas, acaso por estar sometidos los últimos, a varios liderazgos opresores que fomentaron el miedo como instrumento de poder.
¿Qué es la decencia? ¿A cuáles valores cristianos se referirán estos jóvenes políticos? Decía Unamuno que el verdadero cristiano es apolítico. Sobre el discurso centrado en la familia, podría una caer en el engaño de su nobleza. Pero al escuchar el resto de ideas que hilan ese discurso completo y la trayectoria de los personajes de la política de extrema derecha, con los que se reúnen y retratan estos chicos enganchados a la política (como es derecho); es evidente, que no están hablando de la familia monoparental típica dominicana, formada por madres solas llena de hijos y cargas pesadas. Ese ideario neo-fascista, al estudiarse detenidamente, en sus distintas manifestaciones, condenaría a un hijo homosexual; fomentaría el anti-haitianismo; y llevaría hasta la tumba a nuevas Esperancitas; esto es, a negarle tratamiento médico contra una enfermedad mortal, a una mujer embarazada. De todo eso se trata. Es un discurso excluyente, antidemocrático y me parece también, poco cristiano. Es un discurso que hay que saberlo leer bien; esconde entre líneas, la división de la familia dominicana, que el perfil estadístico inequívocamente dibuja.
Me observaba Pedro Ramírez Pequeño, que la técnica de mi actual oficio como gestora del conocimiento de una empresa privada, es un aprendizaje que debo compartir con otros. En su opinión, sirve para todo. Creo que mi querido amigo, con el que tengo una valiosa amistad, a pesar de que pensamos de manera distinta en algunos temas, tiene un punto. En este caso de mi examen, la administración del conocimiento histórico de la obra de Miguel de Unamuno y otros humanistas, puede servirnos para evitar conflictos y divisiones peligrosas. La primera generación de personas con marcada vocación democrática y actitud de tolerancia no fueron los milenios. Estos y nosotros tenemos un legado resonante en las generaciones de intelectuales como Unamuno y otros de su tiempo, quienes entre el período finisecular del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, intentaron detener el avance del fascismo. Desafortunadamente, ese horror se apoderó de la Historia, por largas décadas siguientes. Hoy, se asoma de nuevo con aspecto juvenil. Pero la juventud de esos líderes políticos dominicanos, alimentada por un discurso fascista clásico, es solo biológica.
En la orilla: mi España (1922) nos enseña Pedro Henríquez Ureña, para explicarnos que la lengua que hablamos, no solo nos legaron un idioma, sino además el pensamiento de sus maestros. Y vaya usted a saber la suerte que tuvieron algunos de ellos. Federico García Lorca, asesinado; Miguel de Unamuno, apresado y muerto de pena meses después; y Antonio Machado, exiliado y fallecido a los pocos días. Eso fue la Guerra Civil Española o bien, del avance de las ideas retorcidas del fascismo. Estos autores son verdaderos gestores de saberes y su técnica sigue estando vigente. Como sabe mi buen amigo Pedro, es sencilla y no requiere de experiencia profesional o avanzada. Todos debemos leer y cultivarnos más y punto. Especialmente, a efectos de ejercer un voto electoral consiente. El resto de la técnica sería conservar y escucharnos más. Ramírez Pequeño lo entendió. Como Amenábar nos muestra a Unamuno, se sienta cada semana a disfrutar del arte de la conversar. A escuchar las historias familiares de otros. Vean la película de Amenábar y escuchen el programa aún podemos conversar de Ramírez Pequeño (liga). Así de simple se teje democracia y no con discursos acartonados sobre una falsa idea de nacionalismo y familia.
Creyentes, ateos y agnósticos, encontraremos más puntos de encuentro que disidencias, cuando conversamos sobre literatura o el películas de cine de arte. Sean estas últimas, clásicos de Buñuel, o contemporáneas de Mendes o Amenábar. También encontramos esos puntos, como lo hace Pedro, escuchando atento a otra persona decirle lo que piensa sobre familia, creencias y otros temas. Un político sensato debe animar esos valores democráticos. Un insensato fomenta la secesión entre miembros de una misma familia.
Cuando era una bebé en los brazos de mi mamá, me estremecía la aéreo-transportación salida de un punto en el mar, cruzando mi ventana, para hacer la guerra. Su ruido terrorífico me acorralaba dentro mi cuna. Oír en boca de gente tan joven, un discurso que pretende imponer un liderazgo familiar autoritario y saluda la construcción de la identidad nacional de corte fascista, también. Sin embargo, su manipulación de los votos de fe de las personas creyentes, para fomentar divisiones nocivas, en ocasión del voto en las urnas, solo son aviones de guerra que sobrevuelan.
El votante dominicano, en su mayoría personas jóvenes de la Generaciones Milenio y Z, es por naturaleza, un ciudadano con vocación de libertad. No habrá vivido el terror de la guerra, pero tiene sensibilidad e inteligencia para comprender como el odio la detona. En su corazón, la herencia de Unamuno fluye. El joven votante dominicano creyente o no, conservador o liberal, feminista o no, sabe « sentir el pensamiento y pensar el sentimiento». Espera planes y propuestas concretos. Le aburren esos vetustos discursos ideológicos.