Cuando Donald Trump se burla de que la audiencia de la 90 edición de los Premios Oscar cayó en un 19% respecto al año pasado, está reaccionando a los sutiles cuestionamientos que le gasta el mundo del cine, tradicionalmente identificado con creencias progresistas, gente Light, avant-garde, muy distante de la mentalidad conservadora y ruda del mandamás de Washington.
Pero es seguro que mister Trump y mucha otra gente no advierta que esa caída de la audiencia de los Oscares no es aislada, y que refleja un fenómeno que debe ser objeto de la atención de quienes hacemos comunicación social en sus diferentes vertientes, quienes educan o tienen por oficio persuadir el imaginario popular: la irrupción vertiginosa y creciente tendencia del estilo y los gustos de los jóvenes, cada vez más predominantes en el mundo actual.
Una crónica del martes de la edición digital del diario mexicano El Economista cita que también los premios Grammy atrajeron a 26.1 millones de espectadores en enero, su menor audiencia desde el 2006. El público televisivo del Super Bowl del fútbol americano, la transmisión más vista del año, disminuyó en un 7 % respecto al año previo.
No había razones para que perdiera interés la 90 ceremonia del Oscar, con el exuberante y majestuoso derroche del glamour, las cargas de emoción y el talento a que nos tiene acostumbrado el evento, excelentemente conducida por la transmisión original, y la hispana a través de TNT.
Contradictoriamente la transmisión en vivo de 4 horas, tuvo la publicidad más costosa jamás pagada, pues según la referida publicación, la dueña del show, ABC, agotó sus espacios publicitarios cobrando un promedio de 2.6 millones de dólares por anuncio de 30 segundos, por sobre los 1.91 millones de dólares de 2017.
El problema no es del ceremonial de los óscares. La situación nueva son los cambiantes focos de interés de los jóvenes y la creciente diversidad de las ofertas a las que accesan.
En mi adolescencia los adultos nos enseñaban a usar los artefactos domésticos que nos permitían escuchar noticias, deportes, y música. Hoy el proceso lo dirigen y controlan los jóvenes, incluso los niños, y ahora son ellos los que enseñan a los mayores a usar los equipos que nos informan, educan y entretienen.
Y he aquí que el estilo veloz y diverso de enfoque con que los jóvenes hacen uso de las omnipresentes tecnologías de la información y la comunicación, no tiene nada que ver con espacios televisivos de larga duración como las 4 horas en vivo de la rutilante ceremonia de los oscares o, ese largo discurso de 2 horas y 10 minutos del discurso presidencial del 27, transmitido en odiosa y costosa cadena a través de cuchumil medios.
Contrario a las generaciones mayores, a las que nos costaba masticar chiclets y caminar al mismo tiempo, los jóvenes atienden de manera simultánea a los teléfonos inteligentes, hablan y/o chatean con los amigos, ven películas a través de sus laptops o tablets, conversan con sus amigos y familiares del país o del exterior por el amigable skype, atienden al cartón de conversar con los padres, al tiempo que estudian sus clases en las que se gradúan con altas notas, y sin meter chivos.
Simplemente, ellos tienen otros códigos para administrar el tiempo y su capacidad de internalizar data, y todo tipo de conocimientos, teniendo en Youtube, para música, videos y audios; Instagram, para fotos y videos; Facebook para intercomunicarse con los amigos, y compañeros de estudios; Twitter, a través del cual reciben noticias, siguen a celebridades de las artes y los deportes, y otras redes en las que se mantienen inmersos gran parte de su tiempo.
Los comunicadores, pedagogos, negociantes del entretenimiento y los deportes y la cultura, todos tenemos que administrarnos con los nuevos paradigmas que representa la centelleante diversidad con que los jóvenes aprenden, se relacionan, entretienen, reciben y comunican todo tipo de información, hoy en día.
Por lo menos Hollywood estoy seguro de que ya estará advertido.