Mi mujer y yo queremos comprar una casa. Decidimos que ya era tiempo de meternos en una hipoteca a 20 o 30 años. Nos pasamos el año ahorrando, para completar con los 5 mil dólares, más o menos, devueltos por los impuestos, y dar el down payment; pero para nada, la casita se cae siempre, al final de febrero o marzo o abril estamos en cero de nuevo, y con la terrible sensación de ser más viejos y más pobres, y es verdad, lo somos.
"Aló, ¿ta Julia?, e Julio, papá ta grave", dijo la voz del hermano evangélico de mi mujer cuando contesté el teléfono, abajo se escuchaba una bachata, creo que alguien pedía una jumbo. Y podría haber sido otro día de principios del año pasado, o del antepasado, o del 2010: el tono de tragedia, la falta de cortesía, el ruido del colmadón en el fondo, eran los mismos. Llamé a mi mujer y salí a fumarme un cigarrillo. Afuera la nieve caía en hielitos, cerré los ojos dejándola golpear mi cara. El vecino paleaba en su acera, le gusta, he visto la alegría de atronao en sus ojos al inicio de la tormenta; es de esa clase de seres humanos que deben estar haciendo algo físico o se aburren; odia los domingos, se alegra cuando al carro se le pincha una goma; si no tiene nada que hacer, se pone a mover los muebles de sitio a sitio; es una gran bendición. "Vecinos cuánta nieve, ¿no quieren paliá?, no se apuren que yo voy a paliá la acera entera".
Mi mujer es una buena hija, no quel papá ha sido un buen papá. La mamá se murió antes de yo conocer a mi mujer, los rumores son quel viejo la mató con cuchillitos de palo. Mi mujer tiene dos hermanos, el evangélico en Bonao, que es un cero a la izquierda, y el otro, que es otro cero, en algún apartamento en Brooklyn. A ese lo trajimos a Nueva York y desapareció. A principios de diciembre lo vi en el Subway. Era sábado y para yo llegar a mi trabajo tuve que tomar el tren 5 hasta la 149 Grand Concourse, de ahí una guagua hasta la 125, de ahí un camello hasta la 96, de ahí un camión de bomberos hasta la 59, y de ahí el tren N para Brooklyn. Es que los fines de semana los conductores parece que beben y los trenes están de su cuenta. En fin, en Pacific entró Julín y a pesar del tiempo sin verlo lo reconocí de una vez, está más joven. No parece dominicano como yo, parece un blanquito con su abrigo entallao a la moda, su bufanda de colores haciendo juego con su boinita de lao y sus jeans estrechos con correa de hebilla ancha. Mi mujer dice que él no nos visita porque piensa que nos da vergüenza tenerlo de familia, ete cohete, él es el que se avergüenza de nosotros. Nada, que cada vez quel papá se enferma él no ayuda para nada, y la inmensa cuenta de la clínica sale de nuestros bolsillos. Me hice el loco y no lo saludé.
"What is it this time?", le pregunté a mi mujer cuando entré, pensando en las borracheras del enfermo, hasta un hígado de bauxita un día dice basta. Ella me miró con reproche, no le gusta que le hable en inglés. Tiene la teoría de que lo que se dice en un idioma aprendido como segunda lengua no se siente igual, uno miente más fácil, y tiene razón: ‘I love you’ se le dice a cualquier persona, ‘Te amo’ solo a una.
"Tiene lo pie hinchao, lo tienen con suero to ei tiempo, nopuerepirai, ei hígado no funciona, ei corazón no aguanta una operación", me dijo mirando el suelo. Me da pena con ella, ya tiene arrugas en la boca, sus manos llenas de cayos, hace más de cinco años que no toma unas vacaciones, pero estoy seguro que desde que se muera el viejo reservará un vuelo. Es lo de siempre con los pobres, la familia solo se junta en los entierros. Creo que le da vergüenza conmigo, el dinero también es mío y, sin embargo, yo no cojo ni para comprarme otro abrigo, que necesito. Mi familia no me pide nada, soy hijo único y huérfano.
Yo sé, lo que importa es la familia, yo lo sé, pero, ¿y qué de nuestros sueños?, ¿no nos hemos matado trabajando para comprar nuestra casita? El compadre Pichicho y la comadre Pichicha tienen su casa, el compadre Miguelo y la comadre Miguelina tienen su casa, el compadre Rafelito y la comadre Rafaela tienen su casa, y mi mujer y yo en este apartamentico. Yo quiero que ustedes nos hubiesen visto antes de esas llamadas del evangélico de porra ese. Nos sentábamos a buscar en el internet una casa acorde a nuestras posibilidades, en el Bronx, con sótano. Yo me pasé dos años haciendo cálculos, noche a noche. Si alquilábamos el sótano, y dos habitaciones, podíamos pagar las mensualidades con menos de lo que pagamos ahora de renta, y propietarios, sin ningún landlord tocando la puerta un domingo en la mañana con la autoridad que da un título de propiedad. Yo quiero que ustedes nos hubiesen escuchado antes de dormirnos, recordando la casita rosada que vendían por Prospect Avenue, imaginándonos reparándola, pintando las paredes otra vez de rosado mirando las estrellas en el techo bajo, hablando en la cama firmando el préstamo en el Banco de Ponce. Ya no, cuando se acerca el tiempo de recibir el cheque del Income Tax tememos hacer planes, no queremos invitar a la Desgracia y, sin embargo, ella nos visita, puntual. Qué maldita coincidencia esa la enfermedad del papá justo en estos meses, eso es una maldita coincidencia. Es como si el viejo conociera al cartero que trae el cheque quien lo llama para que lo pida para atrás ahí mismo. Qué sensación de impotencia tener ese cheque en la mano solo para cambiarlo y enviar una remesa a Bonao. Ojalá que esta vez pase lo peor, y perdóname Dios mío, pero toy casi casi seguro que entre el evangélico del Diablo y el viejo borrachón y algún doctor vagabundo nos están cogiendo de pendejos.