"El hombre es imperfecto."
Ha habido siempre en algún lugar de mi conciencia una inconformidad al tener que aceptar esa frase. Aunque sea cierta.
Es cuestión de cómo está formulada. Tendría más sentido decir que el hombre es tan perfecto como puede serlo. Su conocimiento y habilidad, a la medida de su estado, lugar, tiempo, y espacio. Es ésta una de las más curiosas realidades que nos puede ser proporcionada por el acaso de los encuentros y de las faltas, conquistas y tropezones, de la naturaleza humana.
Después de todo, el orden general está dentro de lo natural.
Observen la manera en que los sistemas corren dentro de otros sistemas. Fíjense tanto en los patrones que forman al hacerlo, como en la compleja maquinaria en la que resultan. Una de la que sólo alcanzamos a conocer un muy pequeño trozo.
¿De dónde más podemos razonar, sino a partir de lo que sabemos?
Por sencilla que sea esa noción, a muchos se les escapa, y andan por la vida con una sensación de posesión y dominio absoluto… Ignorando lo irreal y quimérica que es dicha sensación.
Incluso, muchos de aquellos que sí son conscientes de nuestros limitantes, son a causa de esto atacados por el tedio, esa fastidiosa enfermedad del alma.
¿Qué otra razón sino esa, es la que provoca que tantos hombres se encuentren insatisfechos? ¿La razón de que, cuando ningún otro animal en la naturaleza se queja de lo poco que se le haya brindado, el hombre esté siempre en busca de más?
Cualquier eufemismo se ha vuelto válido, para evitar considerarle existente al permanente desencuentro del hombre con su capacidad.