Más de 190 mil personas han sido contagiadas de COVID-19 en 160 países, y se rompió la marca de los 7000 decesos. Los países más afectados pertenecen al mundo súper desarrollado, a una distancia sideral de República Dominicana en calidad de vida, nivel de ingresos, infraestructuras y sistemas de salud.

Ante la inminencia de respuestas drásticas y necesarias, las cúpulas empresariales como ADOZONA y COPARDOM han hecho anuncios que asombran y causan indignación. Otras sencillamente callan, enunciando medidas superficiales y buenas intenciones.

Solicitan ser parte de la comisión de alto nivel para decidir qué hacer y qué no frente a la pandemia de COVID-19. Explican en sus redes sociales cómo suspender a trabajadores y trabajadoras dejándolos sin derecho a sueldo, usando resquicios legales pensados para situaciones particulares y no para una emergencia nacional y mundial. Se sabe de empresas hoteleras que ya lo están haciendo. Los otros grandes grupos empresariales reclaman tener voz y voto en las políticas que se definan. Todos esgrimen estar preocupados “por sus empleados”.

Es asombroso. La desigualdad en República Dominicana es ya demasiado grande, sin entrar a imaginar cómo serán de desiguales los efectos de la pandemia.

A septiembre de 2019, existían en el país al menos 22 salarios mínimos legales, y de estos la gran mayoría no alcanzaba para cubrir la canasta familiar que calcula el Banco Central para el 20% más empobrecido de la población.

En diciembre de 2019, cuando llegó la hora de ajustar el salario mínimo en las zonas francas, se pedía un 40% y ADOZONA sólo concedió un 15%, para llevarlo de 10,000 a 11,500 pesos; un salario de hambre. Mientras, las exportaciones de zonas francas en 2018 ascendieron a 6,230 millones de dólares, y en 2019 recibieron favores tributarios por 24,427 millones de pesos.

Por el lado de los hoteles (en su mayoría en manos de cadenas transnacionales) -cuyos trabajadores perciben salarios mínimos entre 6,686 y 10,355 pesos, y también se benefician con privilegios tributarios- los ingresos turísticos en 2018 llegaron a 7,560 millones de dólares.

Ante tal éxito y tantos privilegios, ya que se preocupan tanto por “los empleados” ¿no pueden pensar más allá, ante una pandemia que mata y que golpeará a los más afectados por los bajos salarios, el trabajo informal, el hábitat deficitario, las desigualdades sociales y las condiciones de un sistema de salud precario, privatizado y mercantilizado? ¿Es este el momento para buscar cómo no estar obligados a proteger a los trabajadores, o entonces chantajear con suspensiones y despidos masivos, o recibir compensaciones y subsidios fiscales con fondos públicos que financiamos todos los dominicanos, para garantizarse ingresos y ganancias a como dé lugar? ¿Dónde quedan la vida, la salud de “sus empleados” y el interés del país?

En momentos en que urge la solidaridad, el sentido cívico y el patriotismo auténtico, una conducta de tal egoísmo es insultante. Parece que, como capitalistas, no saben que sin fuerza de trabajo sana, alimentada y viva, se hunden; y que el país y el presupuesto nacional no son un barril sin fondo.

Que lean a Bill Gates, el tercer hombre más rico del mundo, con una fortuna de USD$108,000 millones, cuando dijo en su conferencia en TED 2015 sobre “La próxima pandemia”: "Primero, necesitamos sistemas de salud fuertes (…) que las madres puedan dar a luz de manera segura, que los niños tengan todas sus vacunas (…) También que podamos detectar el brote desde el principio.  Necesitamos contingentes de reserva médica; suficiente personal con el conocimiento y el entrenamiento, listo a desplazarse, con todas las habilidades (…). Una epidemia mundial de gripe costaría no menos de 3 billones de dólares, con millones de muertes. Las inversiones necesarias conllevan beneficios significativos (…) Los servicios primarios de salud, la investigación y el desarrollo, son asuntos que reducirían la desigualdad en el tema de salud y harían más justo y seguro este mundo. Por eso pienso que esto debe ser una prioridad absoluta".