Las noticias que llegan de Santo Domingo a veces son inquietantes, sobre todo las relacionadas con problemas de inmigración. La presencia de un número tan grande de inmigrantes en un país con recursos limitados no guarda necesariamente relación con situaciones en otros países. Los amigos de República Dominicana estamos obligados a expresar, tantas veces como sea posible y por todos los medios de que dispongamos, nuestra solidaridad con su pueblo y su antigua lucha por preservar su identidad cultural. Todo eso sin olvidar cuestiones humanitarias imposibles de soslayar.
Nada de lo anterior debe hacer disminuir la importancia de las celebraciones de las fiestas patrias, como la Independencia Nacional del 27 de Febrero. Para aquellos que no residimos en Quisqueya, estas ocasiones se revisten siempre de una trascendencia especial. Son una oportunidad de acercarnos espiritualmente a una tierra que amamos.
En Miami, como todos los años, nos reunimos en el Parque Juan Pablo Duarte, en el Pequeño Santo Domingo, el barrio de Allapatah, para presentar una ofrenda floral ante el monumento a los Padres de la Patria. El Excelentísimo Señor Cónsul Eduardo Sánchez y distinguidos funcionarios consulares como Mayralisa Roa, Manuel López y Enrique Sarubbi, uno de ellos, como otros cónsules y funcionarios en el pasado, se encargaron personalmente de recordarme que estaba invitado a participar. No sólo en Miami sino también en la vecina ciudad de Opa Locka se reunieron los dominicanos con otros residentes para rendir homenaje a la República
Este año disfrutamos de la presencia del joven y culto historiador y académico Edwin Espinal que en acto celebrado en la noche del día 27 atrajo el interés del público asistente con su brillante conferencia sobre “Duarte y la Independencia Nacional”, pronunciada en un importante hotel del área metropolitana del Gran Miami.
Para muchos de nosotros, tanto esos actos como otros convocados por el Consulado, el Instituto Duartiano de Miami, la Casa Cultural Domínico Americana, Viernes Culturales Dominicanos y otras instituciones, se han convertido en algo sagrado. Alejados del territorio nacional, el sentimiento de dominicanidad y de solidaridad antillana se reviste de características especiales. Constituyen un estímulo constante para enfrentar el distanciamiento geográfico. La vida me alejó de mi tierra natal, Cuba y determinadas circunstancias me han impedido residir en otro territorio al que me unen lazos indestructibles, el de la patria de Duarte, Sánchez y Mella, la tierra que siempre acogió a los cubanos y contribuyó como ninguna otra a la independencia de la patria de José Martí. Dondequiera que he encontrado a un dominicano o dominicana me he reunido con un hermano o una hermana.
Más allá de lo puramente personal, los acontecimientos de los últimos meses y la prolongada crisis inmigratoria exigen que no sólo los funcionarios y las instituciones se ocupen de manifestar solidaridad con un pueblo que no desea perder su identidad. Como ya lo hacen algunos importantes medios de difusión periodística y cultural entre nosotros, le corresponde a todos aclarar aspectos y situaciones que, de no ser descritos adecuadamente, pueden contribuir a una confusión que ya es evidente en los medios de comunicación y en círculos de opinión internacionales.
No todos están conscientes de que, a pesar de esas bien conocidas limitaciones de extensión territorial y recursos económicos, los dominicanos siempre han demostrado estar al lado de sus vecinos haitianos en cuestiones fundamentales de la existencia. Con logros y fracasos, los hijos de Quisqueya han expresado su solidaridad con el pueblo haitiano en los momentos más difíciles. Tales datos deben resaltarse.
La historia está llena de enfrentamientos y de malos entendidos que no se limitan al caso domínico-haitiano en cuestiones fronterizas o inmigratorias. El peso de la historia se hace más visible cada vez que se producen manifestaciones públicas como las que tuvieron lugar, días atrás, en Puerto Príncipe, caracterizadas por un alto contenido emocional.
La situación inmigratoria en Estados Unidos puede ser considerada como punto de referencia ya que ésta ayuda a establecer una composición de lugar más allá de un caso nacional específico, es decir, contribuye a tener en cuenta todas las circunstancias que rodean a un asunto que requiere afrontarse para prever problemas y calcular consecuencias.
El actual período histórico, en lo que concierne a problemas inmigratorios, se extiende a lo largo de una amplia geografía universal. Seleccionar el difícil y complicado caso que enfrenta República Dominicana para hacerle objeto de ataques inapropiados, como ha sucedido en muchos ambientes, sería totalmente injusto. Bastaría con echar una mirada a Norteamérica, a numerosos países hispanoamericanos y sobre todo a la vieja Europa y al Medio Oriente. Y que conste que no siempre podemos comparar situaciones.
Por supuesto que es imposible olvidar las tristes lecciones del pasado y reparar retrospectivamente situaciones que han agravado un diferendo de siglos. La advertencia de Jean Price-Mars, expresada en el tercer volumen de su obra “La República de Haití y la República Dominicana” (Puerto Príncipe, 1953) sigue no deja de preocupar. Estas fueron las últimas palabras del texto en cuestión: “….como le sucedió a Casandra, veo el horizonte ensombrecido por nubes grávidas de tormenta”. Ignorarlo no ayudaría a resolver el asunto, pero el camino que debe transitarse no debe ser el de la desesperanza y el desánimo. Los dominicanos han sabido enfrentar todos los obstáculos. Es una historia gloriosa la de una nación pequeña, pero con un pueblo grande.
En cualquier caso, desde cualquier ubicación geográfica en que la vida me sitúe, seguiré proclamando mi total solidaridad con el pueblo dominicano. Siempre es hora de decir presente al celebrar la independencia, lo cual implica necesariamente mirar al pasado. Mientras se acude a la historia y se discuten las cuestiones más importantes, debe esperarse lógicamente una variedad de criterios, a veces encontrados, pero que deben escucharse y respetarse. Se impone mantener la civilidad y extender siempre la mano a otros pueblos. Pero nadie puede exigir a los dominicanos, ni a ningún otro pueblo, renunciar a una identidad que ha costado tanto.