Invitados recientemente por la dirección de asuntos internacionales del Departamento de Estado de Puerto Rico a presentar una ponencia en ocasión del primer foro de solidaridad con Haití, tuvimos la agradable oportunidad de conocer a unos antillanos apasionados de la tierra de Toussaint Louverture y Jean Jacques Dessalines.
La idea era redescubrir Haití en su pasado glorioso para redimensionar sus aportes y grandes lecciones a la humanidad al mismo tiempo que al apuntar los errores de sus dirigentes de hoy contribuir al levantamiento de su pueblo con respeto, admiración y dignidad.
En 1804, la revolución haitiana benefició de manera fundamental a la raza negra en todo el planeta, con lo que abrió en América Latina, el camino a la autodeterminación de los pueblos.
Con su doble carácter anti-esclavista y anti colonialista, la independencia de Haití significó la culminación de las aspiraciones de del cacique Enriquillo empujado al combate por el salvajismo europeo.
Dicha revolución es el principio del rechazo materializado de la supremacía racial y política de los blancos que redujeron al estado de “una cosa” a los esclavos negros traídos de África, en contra de lo cual luchó hasta la muerte Sebastián Lemba Calembo, un esclavo cimarrón transformado en jefe rebelde.
Por un nuevo orden mundial, Haití jugó un papel primordial hacia la igualdad racial que se no limitó en el plano político sino también en lo intelectual.
Asi, Antenor Firmin inició la propagación de un nuevo pensamiento a través del clásico ensayo “De la igualdad de las razas humanas” (1885) en repuesta al racista francés Joseph Arthur Gabineau, autor de un libro que intentó vanamente decir lo contrario.
De esa revolución solidaria y humanista a través de grandes luchas en contra de las potencias colonialistas y sus lacayos criollos, los más cercanos beneficiarios son nuestros vecinos y hermanos de la parte Oriental de la isla.
De haber proclamado el fin del sistema esclavista durante la presencia solicitada de Boyer (1822-1844), no es casualidad que hace 50 años haitianos dirigidos por el poeta Jacques Viau se hayan sumados a la guerra de abril enfrentando con los dominicanos al poderío estadounidense.
Afectada por la inestabilidad institucional y política, hoy es Haití que necesita del apoyo y solidaridad internacional, particularmente antillana y latinoamericana.
Ciertamente, la línea política venezolana es conocida; de los aportes en el plano social del régimen castrista también hay evidencias; pero poco se ha dicho de lo que se mueve desde la dirección del Estado Asociado de Puerto Rico.
Con más de 40 organizaciones, bajo el impulso del Departamento de Estado, se creó hace un poco más de un año la Alianza Puertorriqueña de Solidaridad con Haití.
Se trata de una plataforma integrada por puertorriqueños, dominicanos y haitianos que intervienen directamente en el terreno a través de múltiples acciones humanitarias y de desarrollo sostenible, sin dejar de apoyarse mutuamente en temas de índole regional y local.
La mayoría de las organizaciones ha surgido alrededor del terremoto del 2010. Dicha acción coyuntural se ha transformado en política estatal que busca dinamizar la cooperación desde una alianza entre la sociedad civil y el gobierno.
El tema migratorio regional igualmente forma parte de sus preocupaciones. Al constituir los dominicanos la comunidad más numerosa de extranjeros en situación migratoria irregular en Puerto Rico, se empujan acciones en contra de la xenofobia creciente de reducidos sectores.
La situación de los haitianos en República Dominicana también tiene repercusión en esta isla vecina al dar la oportunidad de acercamiento entre los inmigrantes quisqueyanos preocupados por los derechos humanos.
Tres mujeres marcaron esta estancia en Puerto Rico. La haitiana Elisabeth Borno, biznieta del presidente Louis Borno, cónsul designada por Haití, una exquisita dama que se da a querer por todos que la conocen.
También, Hilda Guerrero, el icono de la amistad dominico haitiana. Y Lily Castro, el ejemplo de la militante boricua que llega a la función pública para provocar cambios.
Globalmente, descubrí un modelo de trabajo entre el gobierno y las ONG que pudiera ser replicado en República Dominicana afín de, sin contradicciones, miedos ni tabúes, estructurar y visibilizar mejor la solidaridad para con Haití.