Una de las labores fundamentales del filósofo es clarificar el cúmulo de conceptos que usamos en nuestra vida cotidiana y que, entre otras razones, el verse constantemente manoseados se le atribuyen significados alejados de su peculiar y más remoto sentido. Los vocablos mutan, adquieren significados según los usos frecuentes de la comunidad de hablantes que los utiliza; pero nunca es una empresa fútil intentar clarificarlos con el propósito altruista de que los miembros de la comunidad hagan una buena práctica de ellos.
Por el momento dos conceptos: soledad y aburrimiento. Si los trabajamos como duplas encontraremos expresiones, creencias e ideas que circulan en nuestro medio de que ambas realidades, denotadas por los vocablos en cuestión, son experiencias concatenadas o, en última instancia, una produce la otra. Así encontramos expresiones como “es aburrido estar solo”, “la soledad es aburrida”, “cuando estoy solo, estoy aburrido”.
La negación del anonimato, que es un producto de la esfera social en las sociedades modernas, nos ha llevado a no reconocer el valor ascético y místico del silencio y la soledad. Ello emparejado a la cuestión moderna del cansancio o fatiga producida por las largas horas de trabajo, este último obligatorio para la propia sobrevivencia. Combinando ambas cosas tenemos lo que Bertrand Russel denominó como “tedio” de la vida moderna. En este sentido, tedio, hastío, aburrimiento, pesadez, apatía, monotonía resultan ser sinónimos, porque designan aspectos del mismo fenómeno en términos generales.
Dejemos algo claro, Antonio Gala justificaba que la soledad querida no es mala, pero la impuesta sí lo es. En este sentido, tiene toda razón. Poro, ¿hasta dónde determinamos lo que nos sucede en la vida? ¿Cómo tenemos el control absoluto de estar o no estar en soledad? ¿Cómo la soledad nos lleva al aburrimiento o, por el contrario, cómo el aburrimiento genera sentimientos de soledad?
El término aburrimiento se hace más oscuro si lo unimos a la experiencia de la soledad. Una cosa es estar solo o embargarle a uno ese sentimiento de soledad que se asemeja a la melancolía, esa dulce soledad tan ambigua. El aburrimiento al igual que la soledad es un estado que por su habitual presencia en nuestras vidas nos modela un carácter aburrido o solitario, respectivamente. Ahora bien, estar solo no es necesariamente estar aburrido.
El aburrimiento surge a partir del fracaso de unas expectativas que se tienen previamente a un hecho o situación. Por ejemplo, si tenemos el deseo de reencontrarnos con un viejo amigo que solía ser el alma de las fiestas, lo natural es que esperemos que el reencuentro sea estimulante. Crear expectativas en torno al reencuentro, que primariamente se originan en nuestro deseo de pasarla bien, nos obliga a esperar del otro una serie de acciones que satisfagan tal propósito; pero anulamos lo fortuito del encuentro. Si por alguna razón las expectativas formuladas de inicio no fueren cumplidas, entonces se nos origina una sensación de aburrimiento, de fracaso entre lo deseado o esperado y lo que realmente sucedió.
Nótese cómo el aburrimiento nos distancia de la soledad. El aburrimiento es una sensación de fracaso de expectativas que puede generar, en consecuencia, una soledad no querida; pero que no necesariamente ha de ser así. Frente al fracaso de las expectativas de un encuentro es que surge el aburrimiento, pero no por la soledad. La soledad dañina se genera desde el aburrimiento cuando el “ego” se anquilosa morbosamente en su pena. Pero es recurrente en la tradición mística y ascética el hecho de la soledad querida en la que el sujeto reflexivo crece y se agiganta por los mecanismos y procesos analíticos que permite y que solo son llevados a buen término si se hacen en soledad. Recordemos la “soledad sonora” de la mística, el espacio en donde el alma se tranquiliza del bullicio y de lo cotidiano y aspira a la perfecta unión, no exenta de escollos y presencias inefables, con lo más profundo de sí.
Conocer(se) en soledad no es aburrido. La vida intelectual y académica demanda de largos momentos de soledad e introspección. Igual para la vida cotidiana: salir del tedio del trabajo no es solo “bajarse” unas frías en un colmadón repleto de bulla, también es darse espacios de soledad.