Somos animales hechos de cuento, sí, pero el cuento encierra tiempo y poesía. Refiriéndonos a esta última, hay que leer y reescribir textos más como un cartógrafo que como un ingeniero. Ya te hablaré yo de formas y estructuras cuando te tenga cerca y te haga sentir pánico en la aldea. Escribiré en ti como un grafiti humano: aguja de tinta o reloj que va por ahí ardiente por un polvo lunar y apoteósico.
Como he hablado ya de tiempo, quiero traer al caso un díptico de la poeta dominicana (del mundo) Soledad Álvarez. En sus Itinerarios, la escritora compone un mapa de lo pequeño a partir de una poética que conjuga el eros centrado en el cuerpo y el tiempo ofuscado en las categorías del deseo. Lo que el posestructuralista Art Brenan llama “el trastorno de la metáfora”. Dice Álvarez en su poesía que “La desnudez de la noche estremece la memoria, devora cuerpos, alrededor de lo que tuve y no: Playas hirvientes/ciudades/muebles/adulterios/libros. Piedras como brasas laceran el alma”. Siempre me sorprenden los poetas cuando con la palabra regular recrean artísticamente imágenes que son la biografía de lo común. Encontrar la poesía en estos escondrijos es algo difícil, porque el diamante del sonido poético se esconde a plena vista en la cotidianidad del lenguaje. Es por esto que quien práctica la disciplina del poeta (la poesía filosofa) termina convirtiéndose en contemplativo (Valente, Yourcenar, Lezama Lima, Matos Paoli) y nosotros recibimos esta manera de repensar el mundo a través del ejercicio del vate, de su pausa, de su paciencia a la hora de tocar la muerte. Soledad dice, y dice bien, que “una niña quiere ser corista y canta canciones tristes como lágrima […] en juego interminable de máscaras, de crímenes de ternura, de condenados adolescentes que han bebido el filtro del escándalo y del amor. Mi adolescencia, mi adolescencia, esta noche su cintura breve, su pelo, el encuentro feliz de los desencuentros ¿Alguien conoce el naufragio de que esta mujer es capaz?”
Es evidente que la poesía es una de las fuerzas a las que recurrimos cuando nos enfrentamos a los obstáculos que nos deparan las amables interrupciones del día. Cuando más se sufre es cuando más se goza, pareciera decir Álvarez, quien al enfrentar a sus personajes al suplicio del deseo y la catástrofe, también afirma “Este es el tiempo de la fiesta de los amantes que llegan y se despiden con reverencias, la cabeza entre las piernas, las secretas esperanzas entre las piernas […] aquel saqueo del tiempo, aquel tumulto de los sentidos para llegar a ninguna parte sino a este desteñido paisaje de la nada”. Estamos básicamente ante la materia de la contradicción, desde donde mana una savia metafórica. Quiero hacer un ensayo de la obra de Soledad Álvarez en donde pueda explayarme, investigar en sus textos no los signos de cohesión, sino los índices y señales de las contradicciones (in)tangibles que producen estos signos. En otros términos, mi ensayo será un análisis materialista de su literatura, y reitero, no fijándome en los signos o significantes que le impregnan una supuesta o esperada unidad na(rra)cional, sino deteniéndome en las íntimas subjetividades que me invitan a pensar en el texto como una obra no acabada, chocante, incoherente, pero a la vez eficaz y sublime por su carácter formal y contradictorio.
En “Itinerario II”, la poeta declara que “Ese hombre no pasará a la historia morirá y su voz de ciego se perderá en la luz y sus palabras en la oscuridad más oscura de hormigas y caracoles. Las mujeres que vendrán inventaron su domicilio de fruta mordida no conocen sus manos penetrando exasperando en oleada deslumbrante. Sábanas dientes saliva aliviando mi paladar perecerán, perecerá su tristeza de animal solitario”. Alejada del cuerpo virginal y adolescente, la mujer se hace guerrera de lo real y del imaginario. El efecto de dominación del macho caribeño queda ata(s)cado en esta escritura de Soledad, que comprueba la inutilidad de autopsias naturales, ya que la poesía, nutrida de tiempo y cuerpo, acaba con la imagen de ese hombre: “Morirá y su lengua al revés no embriagará mi lengua, al revés sus brazos como un suplicante amortajado, hacia dentro escuchará el naufragio de la hoja, el hormiguero de sangre, el tumulto cuando fuimos los hombres y todas las mujeres crepitando. Este hombre morirá sin encontrar su itinerario”.