Aunque obvio, un reto constante de la democracia es el desarrollo de una sociedad mejor que la existente. Pero, no hay desarrollo social si el entramado institucional social, económico y político no potencia el crecimiento y la realización individual, pues toda acción que mejore a los individuos optimizará al colectivo.
El valor de una nación está en la promoción efectiva del bienestar de su gente, su seguridad y el florecimiento de cada persona. Mientras más fuertes seamos colectivamente más lo seremos como personas. Esta dualidad entre sociedad e individuo debe ser preservada, sin que una destruya a la otra.
Para encontrar el balance perfecto entre el Estado y los individuos no podemos mirar hacia una izquierda política que defienda únicamente a las minorías para convertirlas en mayorías cuando sus ideas son convertidas en políticas públicas. Tampoco hacia la derecha que solo aspire a la preservación de un patriarcado institucional que esté por encima de cualquier versión nueva de sociedad.
La respuesta a las problemáticas sociales actuales es mucho más compleja que detener la mirada en estas visiones político-sociales. El distintivo de una mente educada es la capacidad de entretener una idea sin aceptarla, sabiendo que la verdad no se encuentra de un solo lado de la cara de la moneda (Aristóteles).
Una sociedad creadora de un mundo mejor deja que sus individuos trasciendan la esfera de lo esperado, remueve las raíces culturales, renueva los ideales éticos preponderantes y traspasa los límites del sentido común.
El orden social no se consigue viendo la luz únicamente. De ahí que el individuo con coraje debe confrontar las sombras de la corrupción social rampante, salir de las paredes que protegen las ciudades de los factores externos, que amenazan con generar desorden en la humanidad y los convierten en títeres políticos muchas veces. Ojalá después de sus luchas este pueda volver al seno de la sociedad con nuevas virtudes y conocimientos que sirvan como base al desarrollo de todos (Jordan Peterson).
El verdadero destino de la humanidad es trascender sus propias limitaciones (Nietzsche). La República Dominicana tiene que abrir el horizonte de sus miradas cortas. Sin embargo, no tendrá visión amplia sin cada dominicano.