De unos años a hoy, es mucho lo que ha cambiado la sociedad dominicana. En muchos aspectos, para mal.

La juventud es la que más está sufriendo los estragos de esta transformación.

Hay una rebeldía en los jóvenes apreciada en la ropa, en el cuerpo tatuado, en la salida a altas horas de la noche, en la juerga callejera-algunos mezclando la bebida con otras cosas-, el sexo a destiempo y la falta de respeto a los mayores y a las autoridades.

¿Qué se puede esperar de un hogar, de una institución, de una comunidad o de una nación donde lo que impera sea el desorden, la contumacia y la falta de obediencia a los valores, a las reglas y a los líderes establecidos?

Para muchos es poco lo que vale la figura de un maestro, de un sacerdote, de un pastor, de un director de escuela, de un policía o de un padre.

En su afán porque la iglesia de Cristo funcionaria bien, el apóstol Pablo en su carta al joven Tito (3:1-2) dio un gran consejo para ser aplicado entre los creyentes de la Isla de Creta.

El gran maestro del evangelio de Cristo dijo: “Recuérdales que estén sujetos a los gobernantes, a las autoridades; que sean obedientes, que estén preparados para toda buena obra; que no injurien a nadie, que no sean contenciosos, sino amables, mostrando toda consideración para con todos los hombres”.

Los cretenses era una sociedad de personas impulsadas por un espíritu altamente exigente y predispuesto a cuestionar y a usar eso como pretexto para lanzarse al levantamiento contra las autoridades legítimamente establecidas.

Pablo advertía que esta conducta nunca debía penetrar a la iglesia. Todo lo contrario, los creyentes debían  siempre mostrar disciplina, respeto y observación a los grandes valores.