“La sociedad no es mas que el desarrollo de la familia; si el hombre sale de la familia corrompido, corrompido entrará en la sociedad”. Lacordaire
Tal como hace Estados Unidos de América, cuando los países pequeños o en “en vías de desarrollo “no se portan bien” esto es, contravienen los dictados de nuestro “hermanito del Norte” no los certifica, omisión esta que los descertifica.
Traducido lo anterior, equivale decir que por nuestro incorrecto proceder no alcanzamos la categoría de país. Somos cualquier cosa, menos un país. Esa no certificación tiene su costo, y es que nos impide el acceso a ciertas “ayuditas” para mermar nuestras ancestrales precariedades.
De igual manera hace ya un buen tiempo una organización internacional, cuyo nombre no me viene a la memoria calificó de fallido al Estado Dominicano. Como era de esperarse esa afirmación zahirió en su estima al pueblo.
No voy a ahondar en la génesis del calificativo en razón de que no soy experto ni conozco los parámetros para arribar a la valoración de que somos un Estado fallido, pero si el barómetro utilizado para darnos esa denominación fue la energía eléctrica, pienso que la entidad evaluadora se quedó corta, pués en torno al manejo y solución de esa crisis, más que fallido hemos devenido en un Estado prácticamente inexistente.
Haciendo abstracción de las razones o motivaciones que permitieron concluir en que el dominicano es un Estado fallido, mi convicción sincera y muy particular, es que lo de fallido es la secuela directa de la descomposición y la degradación de los valores que han hecho de la dominicana -me apena decirlo- una sociedad fallida.
En ese orden, el resquebrajamiento y la inversión de valores han desbordado los límites de la irracionalidad. El consumismo material y una competencia individual vacua y voraz, han alcanzado entre nosotros ribetes de hedonismo. La obsesión en procura de la fama y la celebridad se han convertido en un síndrome que avasalla nuestra cotidianidad.
La delincuencia, tal si fuera un deporte, se ha llevado de encuentro la tranquilidad del hábitat dominicano, que hasta no hace mucho tiempo era para el mundo un remanso de paz y sosiego, mientras la incertidumbre y el temor se han constituido en tragedia para nativos y extraños.
El colofón de esa sociedad fallida encuentra su acicate en la falta de credibilidad y sinceridad de un liderazgo institucional, político y social “fofo y arrogante”.
Agregado a todo eso, la conducta alienante del hombre común distanciado y huérfano de autenticidad, cuyo crecimiento vertiginoso social y económico está cifrado en la mentira y el efecto demostración o la pose. El empresariado, por su parte, que es el sector más pudiente de la sociedad dominicana pese a sus esfuerzos, se percibe como modelo a no seguir.
Para retratar de forma acabada el cuadro de la sociedad fallida a la que me refiero, el mayor aporte proviene del propio Estado Dominicano, con el ascenso al poder cada cuatro años de un nuevo gobierno, en el cual se enseñorean en apretado maridaje el “populismo” con el “pragmatismo de la desvergüenza”.
Ese amañamiento supera con creces, la zorruna expresión maquiavélica de que “el fin justifica los medios” lo que significa que en nuestra sociedad “todo se puede y todo se vale” versión popular recogida y hecha realidad, en la expresión “E pa` lante que vamo” y yo le agregaría que en la sociedad dominicana, ya, “to e to y na e na”.
Por si todo lo anterior no fuera suficiente, a manera de abono, para enturbiar aún más nuestra aquejada sociedad, los tres últimos estadistas que nos hemos gastado, si bien difieren en la forma, en el fondo son más de lo mismo, habiéndonos legado en su diccionario político, estas tres perlas. A saber:
Balaguer, interiormente extraño y de actuar difuso, expresó: “La corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”; Hipólito, incapaz, el menos creíble y a juzgar por él mismo, dijo que: “Todos los dominicanos somos corruptos”; Leonel, con un toque de ironía y cinismo y su indiscutible manejo de la palabra, sin el menor sonrojo, manifestó, que: “Yo aprendí a hacer mañas”.
Algo más, las expresiones transparencia, lucha anticorrupción, pacto de civilidad o gobernabilidad y comisión de seguimiento, pese a su cacareo a través de los medios de comunicación, no van mas allá de su contenido literal y no pasan de ser vocablos con carácter de sainete y falsía pública que no se lo creen ni los mismos que los promueven, y mucho menos los que los suscriben ante flashes alegres y hermosas gráficas periodísticas.
Todo lo anterior, se produce con la deliberada intención de menoscabar en grado sumo la educación, enseñanza y la salud de los dominicanos, con fines y propósitos ulteriores indescifrables y “no santos”.
Me es dable, citar al insigne maestro Eugenio María de Hostos, en el sentido de que lo antes dicho, me produce asfixia moral, pero como dominicano me enternece y me sirve de bálsamo espiritual que Jorge Luis Borges, titán supremo de la literatura universal dijera del insigne intelectual dominicano Don Pedro Henríquez Ureña, que al igual que el prócer José Martí, quien no los había leído, no sabía de la “fascinación de la palabra”.
La sociedad está fallida, porque como lo diría Secretario General de las Naciones Unidas (ONU) Baki Moon…“el hombre ya no quiere ser útil sino importante”. La comunidad dominicana no escapa a ese aserto.
Si se quiere para dignificar en algo nuestra gallardía, a modo de bálsamo, nos dignifica la permanencia de LA PATRIA y sus símbolos sacrosantos, y nos alientan en procura de un mejor porvenir, las: HERMOSAS LETRAS DE NUESTRO GLORIOSO HIMNO NACIONAL.