A raíz del bochornoso y lamentable asesinato del joven monaguillo Fernely Carrión por el cura  de su comunidad, se discuten nuevamente sin visos de mejoría, el atropello y la vejación a menores por parte de una sociedad donde muchos tienen la "crucecita" marcada a fuego en la frente (parece) y como borregos son llevados al paredón de la mentira, encubrimiento y la desfachatez como hace la gran corporación llamada Iglesia Católica, cada vez que ocurren crímenes o abusos como éste último.

Lo sucedido es terrorífico, la maldad no tiene color, ni raza ni razón ni distinción de ningún tipo. En paralelo a esta desgracia, la otra realidad es la bajeza de los jerarcas de la Iglesia que sin ton ni son encubren a violadores en serie, los protegen de tal modo en complicidad con las autoridades que nada les ocurre a estos demonios con pies y cabeza.  De ejemplos estamos  hasta las saciedad: Albergue infantil de San Rafael del Yuma, los abusos cometido en la comunidad de Juncalito, Santiago,  por el curita polaco Wojciech Waldemar, su compatriota el otrora Josef Wesolowski acusado de mil aberraciones en este país y ayudado a escapar de la inexistente justicia dominicana por las mismas autoridades y un largo etc…

En ese sentido, también culpables es la familia de Fernely y los familiares de otros tantos menores, que seducidos callan las afrentas a los que están sometidos sus hijos indefensos por intercambio de dinero o un bien material. Trato de entender, la poca o nula educación, raciocinio, sensatez o ignorancia que pueda tener una familia de "creer" en cualquier persona, pero cómo es posible que usted padre/madre sabiendo lo que le hacen a su hijo/a o a las actividades que se presta el menor y se haga el ciego ante semejante maltrato!!.

Por cierto, la flamante fiscal Olga Diná dijo que la fiscalía necesita más pruebas para condenar al cura pederasta y asesino confeso. O sea, ¿qué más pruebas necesita esta fiscal?. La justicia debe ser firme y rotunda frente a este triste caso.

Por eso también, ya es hora de que decididamente y con firme voluntad exijamos el fin del desastre aberrante del Concordato firmado por Trujillo y el gobierno del Vaticano en 1954 y declaremos formalmente este país como una nación laica, donde todas las confesiones religiosas estén bajo la sombrilla de las leyes dominicanas sin privilegios ni dádivas para ningún vividor de los cuentos eternos.

Siempre he tenido claro, y ahora muchísimo más, todo aquel que hace daño físico o sicológico a un menor, sea quien sea, no merece otra cosa que la muerte. Este abuso y posterior crimen es otra tragedia que añadir a la larga lista de pederastia en este país ciego, sordo, mudo y confabulado con lo peor de los poderes fácticos.  Asco!