No tengo la culpa de ser quien soy.  De vivir,  de pensar. No tengo la culpa de haber nacido aquí.  Quién sabe cómo se forjó el destino para que mi primer aliento lo tomara en el aire de la República Dominicana.

No tengo potestad de deshacer el hilo que ha ido tejiendo mi presente, las cosas que pude elegir y las que no.  Sin embargo,  hay tantas situaciones con las que no tenemos nada que ver,  incluso, con las que no estamos de acuerdo y aun así,  es como si lo hubiésemos hecho nosotros mismos.

Cuánto desearía hoy poder existir en otra dimensión muy distinta a la que vivimos como país.  Me encantaría tomar una actitud egoísta,  pero resulta que no puedo. Todo lo que está sucediendo a raíz de la sentencia del TC,  los errores cometidos,  las declaraciones acertadas y las despistadas, van como un bulto no deseado sobre mis hombros y los hombros del país, de todos sus ciudadanos y de los hoy ex ciudadanos.

Podríamos decir (como típicamente se dice) ¿A quién le importa verse bien o mal ante el mundo?  Total siempre hemos sido así,  pasionales,  bocas sueltas,  ruidosos, irrespetuosos ¿No es así que somos?… Resulta que a mí,  a la que nadie conoce y la que no representa nada, ni nadie,  le importa y mucho todo lo que afecte el nombre de mi tierra.  Cuántos sentimientos encontrados,  cuanta vergüenza por un lado,  cuanta rabia por otro. Cada frase descompuesta hacia mi país me hiere,  pero no podemos negar que  merecemos mucho de lo que se dice, así como hay miles de exageraciones y distorsiones de la verdad.

Quisiera saber,  qué podremos hacer para remediar con altura los errores cometidos, porque es definitivo que tenemos que encontrar una solución sensata a todo este embrollo.  Qué haremos para volver a ser dignos,  para dejar de ser asesinos de almas… Mil veces se ha dicho que no solo el cuerpo muere.

Hubiera deseado escribir de otra cosa,  de poesías o de cuentos,  pero es imposible,  por lo menos yo y los que son como yo,  lloramos por nuestro país y la situación en que está metido. Somos el país.

Tal vez la solución sea más sencilla de lo que imaginamos, tal vez, igual que el destino jugó con nuestras vidas al ponernos aquí y jugó con la vida de 210,000 personas más,  las cuales también nacieron aquí,  antes del 2010,  la solución sea tan sencilla que simplemente haya que borrar todo de nuestras mentes … pero ¿Será así? ¿Lo haremos bien?  O seguiremos con la tradición de dividirnos internamente,  de tomar decisiones que no incluyan el pensar nacional,  o del caos típico que se refleja hasta en las calles… Al destino no siempre se le puede soltar la mano para que camine solo.