En un día como hoy viene a mi memoria el escritor, etnólogo e historiador Fernando Ortiz. Él se reivindicaba como cubano, pero pasó muchos años en el extranjero, quizás precisamente añorando su lugar natal y por ello dedicó tantos esfuerzos a las vivencias directas y la descripción de todas sus herencias, al punto que se le ha denominado “el otro” descubridor de Cuba (después de Cristóbal Colón).
Nacido en 1881, pasó parte de su infancia y juventud en lugares donde estaba presente su herencia europea. Al regreso a La Habana estudió con profundidad las herencias africanas de la cultura de su país. En esa tarea estuvo acompañado de otras grandes figuras como Nicolás Guillén y Alejo Carpentier.
¿Y por qué pienso en Fernando Ortiz Fernández? Porque fue él quien, en 1940, propuso el término de transculturación, que define la asimilación progresiva de elementos culturales que en principio son foráneos y hoy, 26 de noviembre, en República Dominicana conmemoramos el día nacional del merengue y el Black Friday, así, en inglés, porque lo de viernes negro no se ve en ninguna publicidad.
Fernando Ortiz estuvo preocupado por la preponderancia de la cultura de los Estados Unidos en su isla y así lo describió en “Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar” un título tan del caribe de habla española, que pudo haber sido escrito también en Puerto Rico, República Dominicana o Barranquilla. En esos momentos es cierto que la presencia de la cultura, las prioridades y la forma de pensar de los Estados Unidos estaba muy presente en Cuba. Poco se imaginaba él que varias décadas después, era otra potencia la que iba a hacer sentir su poderío en su propio país y en otras regiones del Caribe (Venezuela).
Aquí que todavía tenemos la suerte de que, con todas sus falencias, la mayor influencia continúe siendo la norteamericana, podemos rescatar la parte más valiosa de esta transculturación. Y, a la vez que tomamos un sistema legal progresivamente más homogéneo con el sistema norteamericano, que, por redes sociales, televisión, programación pagada o simple presencia de cadenas alimenticias, franquicias y productos industriales, podemos reivindicar, en el día del merengue (declarado así por decreto en el año 2005 y reconocido como patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO en 2016) y después de haber celebrado a San Guívin, acordarnos de los grandes méritos del agradecimiento.
En primer lugar, reconocer los aportes que hemos recibido de manos de esta potencia militar, económica y cultural (que nos llegaron en ese orden), pero también aprender a replicar el hermoso gesto de sacar espacio para apreciar lo que tenemos, los regalos que nos ha dado la vida. Comparto con todos ustedes una inesperada gracia de la que hemos disfrutado en El Arca, asociación dedicada al rescate de la dignidad de las personas con discapacidad, que, en principio, son más vulnerables que los demás. Esta institución labora desde Buenos Aires de Herrera, un lugar que, además, presenta debilidades económicas y salubres. Gracias al decidido esfuerzo de todos los que allí laboran, y tal vez por el miedo de las repercusiones que esto podía traer en personas con dolencias renales, pulmonares, cardiovasculares y hormonales, en estos casi veinte meses no ha habido ni un solo caso de transmisión de COVID en los hogares donde ellos residen. A los involucrados en el cuido, a los familiares, a los donantes directos e indirectos y hasta a la divina providencia les doy mis más sentidas gracias.