Como isla que somos, tenemos muchas herencias marineras de antaño que se van olvidando, y con eso de viajar en aviones, autobuses o en las ciudades flotantes que son los cruceros, tan finos y cómodos que nadie puede ya marearse por efecto del oleaje. Estos legados culturales de la mar se ven, o mejor dicho se escuchan aún, con frecuencia en dichos dominicanos tan populares como ¨ soltarse en banda ¨, que era una maniobra del velamen. La de ¨carajo a la vela ¨ para darle poco valor a un individuo y significando, la primera y mala palabra, la canastilla de los mástiles donde se colocaban los vigías marinos. La cada vez menos usada, por suerte, de ¨ eso es lo que trajo el barco ¨ para decir que no hay donde escoger. Y una muy interesante que es ¨ irse al garete ¨ la cual se refiere a cuando una embarcación va sin dirección, arrastrada por la corriente o por el viento y que coincide con el significado popular para aludir a algo que perdió su propósito. Por lo que se percibe en artículos, programas, comentarios de aquí y allá, parece como si el país, el gran galeón siempre repleto de tesoros, estuviera en esa peligrosa forma de navegación.
Que este pedazo de isla – y no digamos el otro- marche sin rumbo definido adentrándose por unos océanos sociales, políticos y económicos cada vez más agitados, es de verdad inquietante, pues ir a la deriva tanto tiempo puede tener un final poco feliz. En una condición como esta, suelen entrar en juego una larga sucesión de factores. Puede ser que el barco tenga problemas causados por la corrupción y podredumbre que produce el agua y la sal, sobre todo la sal de la buena vida, la cual acaban haciendo numerosas filtraciones en el casco conocidas como las temibles vías de agua. O es posible que lleve demasiada carga de gastos, dispendios y nóminas en sus bodegas y el viento no tenga suficiente fuerza para mover la nave a la discreción de sus gobernantes.
Puede ser también que el timón de mando esté atorado porque los pilotos no lo manejan con la suficiente firmeza ni continuidad que una larga singladura institucional necesita. Tal vez las velas estén rotas o bajas por falta de voluntad de coserlas cada vez que pasa un furioso vendaval político y las hace jirones. O es porque la mayoría de su tripulación, marineros, oficiales, contramaestres y hasta los grumetes están pescando por su cuenta sabrosas y frescas piezas, en aguas quietas o agitadas, desde las amuras de babor o estribor, descuidando las tareas y responsabilidades asignadas.
Pudiéramos pensar que los piratas y filibusteros bien abundantes por este Caribe, lo hayan abordado a golpe de cañón y cuchillo para saquearlo y desvencijarlo, dejándolo a merced de una penosa suerte. O puede ser todo lo anterior junto, formando una cadena con eslabones de desaciertos, tan pesada, que rompió el ancla para fondearse. El asunto es que los pasajeros tenemos la sensación de no ir muy seguros, de poder encallar con rocas o bajíos, a pesar de que se nos repite en tantas ocasiones eso de tener el viento en popa y las olas calmas.
Capitán, oficiales, cuidado, mucho cuidado, pónganse de una vez por todas sobre la brújula, agarren con fuerza el gobernalle, revisen bien las cartas de navegación y miren con precisión el sextante, porque la mar, aunque bella e inspiradora, suele ser con harta frecuencia irascible y traicionera.