Esta semana ha sido pletórica en acontecimientos escatológicos –temas “más allá de la vida y la muerte”. La prensa y la televisión mundial, incluyendo a los comentaristas radiales, no han podido abstraerse de hablar de la muerte y el poder. Sobre el poder y la muerte.

Sobre la muerte nos enfrentamos a la noticia del paso a la “otra vida” del Comandante Hugo Chávez. Sobre el poder, nos lo recordó la intempestiva renuncia de Benedicto XVI al solio de San Pedro. O, ¿habrá sido al revés? ¿Los sucesos nos hablan de la realidad del poder, mientras que la cercanía de la muerte “iluminó” a Joseph Ratzinger a dar un ejemplo sobre los límites biológicos para el cumplimiento de tareas sobrehumanas?

Pero, ¿no nos dice algo el empecinamiento del Comandante al suplicar vida aunque fuere al precio de las coronas de espinas o mil cruces para llevar a feliz término una tarea tan hercúlea como hacer una transformación revolucionaria de una sociedad? O, ¿es más portentosa la transformación de una burocracia que “desgobierna” a la más universal de las instituciones humanas, la Iglesia Católica?

En ambos casos, dos maquinarias se afinan para asegurarse el poder después de un líder carismático, en un caso, y anodino, en el otro. Uno en forma de un proceso eleccionario que viene con los rasgos más absolutistas de la Edad Media con el boato más renacentista, como es el Colegio Cardenalicio reunido para “votar” la sucesión papal.

En el otro, se retuerce la fórmula constitucional para someterse a la expresión más democrática para designar al heredero de la revolución o al desmantelador de la misma, en unas elecciones apresuradas señaladas para mediados de abril. Los resultados de ambos procesos, aunque en este marco escatológico, son asuntos muy terrenales.