Con el paso del tiempo y con el avance de la técnica (sobre todo en los países con mayores niveles de industrialización) los procesos constructivos se han ido encaminando a ser más ligeros, resistentes y de ciclo de vida cerrado. A menos que sea un requerimiento inicial de diseño, la arquitectura busca siempre aligerar el peso del edificio en cuanto sea posible y es de ahí de donde surge la iniciativa de crear materiales, que aún cumpliendo una función estructural, aporten esa ligereza. La “aparición” del acero como elemento estructural antepuso este concepto de lo liviano a la pesada fórmula del hormigón armado.
Un hecho cierto es que el proceso constructivo que lleva un edificio (entendiendo este proceso desde la fabricación misma de los materiales) implica un consumo determinado de energía. Lo triste es que hoy por hoy y en muchos casos ni siquiera somos conscientes de este nivel de consumo. Conscientes o no, se genera una contaminación por esta energía consumida, que deberíamos estar capaces de comenzar a reducir.
Se podría decir que los responsables de construir el edificio no lo son de fabricar los materiales y que los primeros solo lo compran a los segundos. Este es un análisis muy inocente de la situación; es como que el médico le dijera al paciente: te lo receto, pero no soy responsable de los efectos que este medicamente te pueda ocasionar. Desde luego que el médico no tiene responsabilidad aparente en la fabricación del medicamento y no está presente en la producción del mismo pero también es cierto que como prescriptor es absolutamente responsable de la administración adecuada de una medicina que dará alivio a un enfermo. De la misma manera un arquitecto es responsable de los materiales que prescribe en sus obras y por ende tiene que asumir el compromiso de esta situación.
Pero ¿cómo puede un arquitecto o profesional de la construcción influir en los procesos de fabricación de los materiales que solamente compra?….desde la etapa inicial de diseño. Con el diseño y disposición espacial de los ambientes a raíz de la elaboración del programa de necesidades, con la selección de los materiales, con la forma de utilizar estos materiales; el arquitecto puede influir.
Claro está, esto amerita un arquitecto comprometido con una causa que lo acercaría más a ese hombre del renacimiento: un investigador del estado de la técnica, un ingenioso buscador de soluciones, un profeta que adelanta un paso a la industria de la fabricación de materiales y le propone alternativas. Eso no es utópico, se ha formado en las escuelas para ello.
Se habla de que para la construcción de un simple edificio de viviendas se pueden llegar a consumir – entre pitos y flautas- por el orden de 1,000 a 1,200 kwh/m2 , mientras que para construir un edificio de oficinas se pueden llegar a consumir unos 6,000 kwh/m2. Si a este último ejemplo le sumamos unos 250kWh/m2 de media que amerita para su funcionamiento, estaríamos hablando de cifras fuera de toda proporción.
Ya se ha hablado –incluso en esta columna- de las ventajas de la industrialización de los procesos constructivos, frente a la cada vez menos ventajosa construcción artesanal. Es cierto que las técnicas de industrialización aportan valores que la arquitectura contemporánea está buscando: optimización de recursos, control de los procesos, reducción de peso de los materiales sin renunciar a prestaciones, etc. La pregunta sería ¿realmente compensa sustituir la construcción artesanal por un sistema cada vez más industrializado? La respuesta sería que sí, pero…
Toda vez que industrializar las varias fases que conforman el tinglado de la construcción suponga ahorro de dinero y menos emisiones, la respuesta a la pregunta será sí. En cuanto se deje en un plano secundario el bienestar del consumidor último – el usuario del edificio- o el equilibrio medioambiental entonces será no. Industrialización no siempre es igual a sostenible, ni tampoco es sinónimo de eficiencia energética. Para que sea así debe primar el interés de conjugar lo factible económicamente, con lo factible ecológicamente.
La industrialización es un buen camino, quizás el mejor camino; solo hay que tomar conciencia de los objetivos reales de la misma: sostenibilidad y eficiencia energética. Controlar que esto sea así también es tarea del arquitecto.