Rabat. En una entrevista, para la revista Esquire, por allá por el año 2013, el presidente de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama, expresó cuales habían sido las lecturas que más han influenciado su vida como político, citó, entre algunos libros; Things Fall Apart, de Chinua Achebe, Song of Salomon, de Toni Morrison y las tragedias de Shakespeare, sin especificar. Esta curada selección daba al público una idea de este hombre que llego a ser el primer presidente negro de la nación más poderosa del mundo. Las lecturas sobre colonialismo e identidad racial llaman a comprender el complejo mundo donde se desarrolló, las tragedias de Shakespeare la difícil convivencia en la política, hasta aquí, no había mucho lugar para el supuesto engaño de una elocuencia que domestica serpientes, ni misterio sobre qué tipo de liderazgo habían escogido los americanos. Recordando lo agradable de leer esa entrevista empecé a reflexionar sobre algo que se ventila hoy en el debate nacional, la llamada renovación.
En los Estados Unidos, una de las democracias más consolidadas del planeta, en varios momentos de su reciente historia, distintas personalidades han sido parte de la llamada renovación; un joven senador de Massachusetts, un joven ex gobernador de Arkansas o un joven senador de Illinois. El simple adjetivo que hace alusión a algún cargo político da la idea de alguna experiencia, da la idea de trayectorias y tradiciones que marcan un camino. Pero al buscar en el tiempo, no hay una cronología, una fecha de expiración ni momento ideal para el surgimiento de estas figuras.
Aunque es muy difícil extrapolar la realidad política de un país a la del nuestro, donde los ciclos políticos parecerían eternos, donde tenemos nuestras especificidades, realidades sociales, nuestro concón, me permito recordar algunas trayectorias, que, en su tiempo y espacio, en la coyuntura del momento, dieron paso a lo que se podría interpretar como renovación. Empecé por recordar una foto de un joven llamando Joaquín Balaguer, descubierta en un libro de su autoría, llamado “Memorias de un Cortesano en la era de Trujillo”. En la fotografía, aparece un joven Balaguer, arengando en un discurso, protestando en contra de la ocupación americana. Confieso que en el momento de revelación de aquella foto quede absorto, nunca me había imaginado que el “Doctor” haya sido en algún momento una persona joven, tampoco me lo imaginaba idealista, entonces, en ese momento, forzosamente tuve que cambiar mi percepción sobre aquel líder que en el momento que leía el libro, gobernaba el país, ciego, anciano, pero con una lucidez impresionante. Recordé también, que cuando llegó a ser presidente la primera vez, tenía una carrera de más de 30 años en la función pública. Me vi obligado a recordar, que, aquel nonagenario líder, en el año en que yo nací, 1978, lo habían declarado políticamente muerto y enterrado, por una ola de democratización que trajo al poder al PRD, dando la presidencia a Don Antonio Guzmán. Vi después al mismísimo Joaquín Balaguer, volver, no con el alma perdida, como la canción de Gardel, sino con su propia consigna, renovado. En su primera encarnación, el “Doctor” había significado una renovación respecto de la era trujillista, en la segunda, un ave fénix. Posteriormente, continuas reencarnaciones lo llevaron de nuevo a la presidencia.
La renovación en política, no solo la han personificado, quienes llegaron a ostentar, el altísimo privilegio de servir como presidentes de la República Dominicana. Recordando las conversaciones con mi padre, Julio Cesar Rodríguez, quien me hablaba de aquella figura trascendental, aquel inmenso líder y emblema que fue el profesor Juan Bosch volvió a mí el tema de la renovación. El partido de más tradición en el sistema nacional, el Partido Revolucionario Dominicano, vio en su momento la renovación, en el doctor José Francisco Peña Gómez, probablemente el líder más vilipendiado y subestimado de nuestra historia política reciente. Su liderazgo, significó una fuerza que obligo a la dirigencia tradicional de su partido a aceptar a ese joven con cualidades excepcionales. Esta última realidad, junto a todas las grandes consignas que me enunciaba mi padre, fue lo que dio origen al Partido de la Liberación Dominicana.
En la actualidad, cuando miro muchas de las figuras políticas en el debate nacional, veo un cambio generacional, veo la renovación, situación muy halagüeña, pero debo seguir mi recuento cronológico.
En el año 1996, tuvimos una especie de punto de inflexión, una renovación que trajo una figura que lucía atípica como Peña Gómez pero más novedosa que Joaquín Balaguer y Juan Bosch, el doctor Leonel Fernández. En ese momento, los más jóvenes veíamos una figura que conectaba, un verdadero cambio generacional, un discurso fresco y nuevo, pero en el fondo, también había una figura con la debida profundidad que tenían los viejos. Al remembrar esa época no pude dejar de recordar aquellos primeros discursos de Fernández en la Asamblea General de las Naciones Unidas, no encandilando las masas, ni dando dotes de acervo intelectual, sino proyectando, como en la República Dominicana, los barrios marginales tenían nombres de zonas de escenarios de cruentas guerras, como Katanga y Vietnam. Esta realidad, significó una nueva voz que daba orientación sobre el carácter de este nuevo liderazgo. Al llegar Fernández a la presidencia, había pasado el cadalso de una candidatura vicepresidencial además de años de militancia política sumado al endoso, tanto de Juan Bosch, como de Joaquín Balaguer.
Algunos años más tarde llego Hipólito Mejía, quizás el más peculiar de nuestros presidentes, quien, al llegar a ostentar tan distinguida posición, tenía años de militancia política, probada eficiencia administrativa y había sido candidato a vicepresidente de José Francisco Peña Gómez.
La última encarnación de renovación la ha traído Danilo Medina, un liderazgo esencialmente pragmático, sin la grandilocuencia de la intelectualidad, pero con la aguda inteligencia de entender todos y cada uno de los grandes problemas que aquejan nuestra nación. El presidente Medina es símbolo de la política profesional en su mayor expresión, ha agotado posiciones electivas, administrativas, trayectoria que ha servido de aval para realizar un gobierno de grandes transformaciones y rotundo éxito.
El próximo 6 de octubre, el pueblo dominicano, deberá elegir entre la tradición y la novedad, como hemos visto, la renovación no tiene una forma específica, no viene en un envase prefabricado ni aparece en un momento especifico, lo que define y trae la renovación, es la persuasión. Si se impone la tradición o llega la novedad, lo definirá, la soberana voluntad expresada en las urnas.