Imagine que el gobierno le dice que tiene que construir un nuevo hospital de atención terciaria. Sin embargo, las autoridades solo le dan el 20% del presupuesto, poco más de lo necesario para construir los cimientos. Le dicen que tendrá que recaudar el 80% restante mediante consultas médicas privadas en la única ala del edificio que está más o menos lista. Pero luego las autoridades no le permiten organizar sus servicios como quiera; de nuevo, las autoridades le dicen qué especialidades puede ofrecer y cómo utilizar los ingresos, y usted acaba teniendo demasiado dinero para las paredes y la fontanería, pero nada para el tejado, la electricidad o los equipos y suministros médicos.
Así ha sido el proceso de elaboración del presupuesto de la Organización Mundial de la Salud (OMS): menos del 20% del presupuesto procede de las «cuotas de membresía» de los 194 países constituyentes y gobernantes de la OMS. La OMS debe salir a recaudar el resto de su presupuesto. En la actualidad, la OMS depende de la buena voluntad de algunos de esos mismos Estados Miembros, que aportan fondos voluntarios adicionales, y de otras fundaciones y organizaciones. Pero la mitad de ese 80% recaudado viene con tantas condiciones que la OMS puede comprar todos los ladrillos que necesita, pero no energía eléctrica.
¿Es esa la forma en que queremos que se financie la organización encargada de ayudarnos a conseguir la salud para todos y de construir un mundo mejor preparado, más protector y con mayor capacidad de respuesta, en condiciones de responder a la próxima pandemia o a tantos otros retos sanitarios?
Definitivamente, no. Y, sin embargo, eso es lo que está ocurriendo. La pandemia de COVID-19 ha puesto de manifiesto el precario estado y la frágil estabilidad de la financiación de la OMS. Mientras que algunas áreas de trabajo relacionadas con enfermedades específicas atraen tradicionalmente tanto la atención como la financiación, otras, como el trabajo de base necesario para permitir que el mundo esté mejor preparado para el próximo brote importante de un patógeno o la formulación de las recomendaciones de mejores prácticas que ayuden al mundo a reducir la carga de morbilidad en sus poblaciones, pueden ser consideradas como prioridades por los Estados Miembros de la OMS, pero no tanto cuando se trata de la financiación. Y, sin duda, cuestiones fundamentales como la precalificación de los medicamentos que el sistema de las Naciones Unidas y sus asociados utilizan para proteger al mundo de toda una serie de amenazas de enfermedades transmisibles y para prevenir la progresión de muchas afecciones no transmisibles y de otro tipo no deberían depender de la búsqueda de contribuciones voluntarias.
Necesitamos que esto cambie. Necesitamos que la financiación de la OMS tenga una base segura y estable a largo plazo. Esto permitirá a la OMS establecer planes y presupuestos adecuados para hacer frente al conjunto de problemas sanitarios a los que se enfrenta y se enfrentará el mundo. Todos nos beneficiaremos de ello.
Un grupo de trabajo de los Estados Miembros de la OMS se ha venido reuniendo virtualmente durante el último año para debatir y presentar recomendaciones en pro de la financiación sostenible de la Organización. Del 13 al 15 de diciembre, el grupo celebrará su quinta y última reunión, en la que acordará las conclusiones y recomendaciones que presentará al Consejo Ejecutivo de la OMS en enero.
En este foro todavía se está debatiendo mucho sobre si se debe aumentar y cómo se ha de aumentar la cantidad de dinero no destinado a fines específicos como porcentaje del presupuesto total de la OMS. Un punto clave de estas recomendaciones será que los Estados Miembros de la OMS acepten un cambio radical en sus contribuciones señaladas, esto es, sus «cuotas de membresía». El aumento, que se aplicará a lo largo de varios bienios, garantizará que el 50% del presupuesto bienal de la OMS se financie íntegramente con este fondo.
Para nosotros, los Enviados Especiales del Director General de la OMS para la COVID-19, es evidente que hay que dar a la OMS la flexibilidad y el margen necesarios para planificar los programas futuros con seguridad. Instamos a los Estados Miembros a que se pongan de acuerdo con nosotros y presenten al Consejo Ejecutivo propuestas firmes que garanticen y estabilicen la financiación futura de la OMS.
Todos queremos y necesitamos que la OMS sea capaz de proteger adecuadamente al mundo frente a la próxima pandemia y frente a otras tantas amenazas de enfermedades transmisibles, de dotar al mundo de las herramientas y los conocimientos necesarios para prevenir el aumento de las enfermedades no transmisibles, de crear sistemas de salud resilientes y de guiar al mundo hacia la adopción de innovaciones en materia de salud pública que mejoren el estado de salud de todos los habitantes del planeta.
Les rogamos que se unan a nosotros para transmitir este mensaje a sus gobiernos, que se reunirán del 13 al 15 de diciembre para decidir el futuro de su salud y la de sus hijos y nietos.
Necesitamos una OMS sana para que el mundo pueda mantenerse sano.
Firmado:
Los Enviados Especiales del Director General de la OMS para la COVID-19
- Profesora Dra. Maha El Rabbat, ex-Ministra de Salud y Población de Egipto y Profesora de Salud Pública;
- Dr. David Nabarro, ex-Asesor Especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible y el Cambio Climático;
- Dra. Mirta Roses, ex-Directora de la Oficina Regional de la OMS para las Américas;
- Dr. Palitha Abeykoon, ex-Director de Desarrollo de los Sistemas de Salud de la Oficina Regional de la OMS para Asia Sudoriental, Asesor Principal del Ministerio de Salud de Sri Lanka;
- Profesor Samba Sow, Director General del Centro de Desarrollo de Vacunas de Malí.