La visión es el sentido que permite al hombre y a los animales percibir su entorno y con ello, transformarlo: al ver, obtenemos información sobre los objetos; su tamaño, forma, dimensión, localización y movimiento, y para que este complejo acto pueda ocurrir son necesarios tanto el objeto mismo como la luz, el ojo y el cerebro. Las ciencias físicas y la propia filosofía intentaron explicar la visión desde los inicios de la antigüedad: Pitágoras, Empédocles y más tarde Platón, propusieron la idea de que la luz salía del ojo proyectada en rayos que chocaban con los cuerpos pero que al mismo tiempo éstos emanaban efluvios, la eidola que complementaba la formación de lo visto. Siglos después físicos, matemáticos y astrónomos lograron conceptualizar la visión de forma más rigurosa y detallada, destacándose entre ellos Isaac Newton, principal responsable del principio de que la luz es color.
Las observaciones de Newton se basaron en la comprensión del espectro, es decir, el que la luz solar, al pasar a través de un prisma, se descompone en seis colores básicos: el azul celeste, el azul violáceo, el verde, el rojo anaranjado, el rojo púrpura y el amarillo. Al igual que los filósofos helénicos, Newton consideró que los cuerpos, al ser iluminados, reflejaban o absorbían todos o parte de los componentes de la luz tornándose así en el uno u otro color percibido por los ojos.
Es sabido que el amarillo es el color más próximo a la luz y que a través del tiempo y las diferentes culturas adquirió innumerables significados: la presteza y agilidad del pensamiento, la paz y la sabiduría; fue además centro de los puntos cardinales para la civilización china y símbolo del júbilo, la alegría y las emociones a través el mundo occidental. Para otros, evocó el satanismo (es el color del azufre), la traición, el poder y la arrogancia (por ser el color del oro), razón por la que todo esto conformó una suerte de "psicología del color" ilustradora del efecto que éste induce en nuestra conducta.
Fue justamente el poeta y científico alemán Johann Wolfgang Goethe quien, en oposición a la teoría lumínica de Newton, trazó las bases de dicha psicología al proponer que la comprensión del color depende también de nuestra concepción individual y no solamente de la materia; y como tal, que ello involucra una tercera condición subjetiva más allá del cerebro y lo meramente físico. Goethe intentó desarrollar las leyes de la armonía del color y estudió su influencia fisiológica sobre el quehacer humano conduciendo experimentos con tal propósito; en consecuencia, para él, al igual que para un artista, el color y la luz fueron "cualidades" y no meros fenómenos atómicos.
En las artes, dos grandes expositores de la pintura y la literatura nos permiten meditar sobre el significado del color y en particular sobre la metáfora del amarillo: Vincent van Gogh y Jorge Luis Borges. Ambos, desde épocas y lugares dispares, armados de instrumentos radicalmente diferentes –el lienzo y la palabra–, desde planteamientos existenciales disímiles, coincidieron en este color atribuyéndole significados y transformándolo en pleno centro de la creación artística.
Las contribuciones de Van Gogh a la expresión pictórica no sólo se evidenciaron a través del desarrollo de técnicas hoy consideradas imperecederas, sino también con la aplicación del color en la representación de los estados de ánimo y las emociones tan poderosamente reveladas en sus cuadros. Van Gogh fue el pionero en el uso de pigmentos artificiales a fin de crear nuevos tonos brillantes a partir del bario y del azufre; por igual, sus rápidos y decisivos trazados con el pincel le permitieron crear cientos de obras portadoras de una particular belleza nunca vista anteriormente.
Van Gogh pintó con la desesperación que le provocaba su autodestructivo tormento interior; con la pasión de brochazos que bordeaban la rudeza, y con la rebeldía de un rechazo al "mundo civilizado" de una época a la cual no se sentía pertenecer. El amarillo, sobre todo en su última etapa creativa, fue el color predominante en la obra de Van Gogh; para unos ello fue provocado por el consumo de la absenta o ajenjo, "La hada verde", una bebida popular en aquellos tiempos capaz de inducir cambios en la percepción visual. Para otros, dicho rasgo provenía del efecto de la Digitalis purpúrea, la planta medicinal que su médico le indicaba como tratamiento de los archiconocidos trastornos mentales que le aquejaban. Mas, ¿acaso importa el análisis técnico de semejante obra? ¿No está quizás en nuestros propios ojos leer el amarillo de Van Gogh?
Borges, por su parte, encegueció paulatinamente durante la adultez y declaró una vez que su ceguera era "modesta", "un hecho personal desprovisto del dramatismo que abruma a quien pierde la visión de forma repentina". En la serie de conferencias que dictó en el Teatro Coliseo de Buenos Aires en 1977 habló de los colores, de cómo extrañaba el rojo y el negro y de cómo siempre supo que "el amarillo nunca le fue infiel ya que siempre estuvo con él". Bastaría rebuscar entre los poemas contenidos en El oro de los tigres para comprender la dimensión de tal confesión: "Ahora sólo perduran las formas amarillas… y sólo puedo ver para ver pesadillas"; "Hasta la hora del ocaso amarillo cuántas veces habré mirado al poderoso tigre de Bengala ir y venir por el predestinado camino".
Entendiendo que la vida y las cosas que la forman, tal cual los colores, podrían ser vistas a través del sublime subjetivismo goetheano, es de rigor recordar que el amarillo –el icte de los griegos– resulta de la mezcla entre el verde y el rojo: las ansias, la esperanza y los sueños navegando en el sanguíneo torrente de la pasión del corazón.
Porque no sólo se puede ver, sino también sentir en amarillo.