Sobre la lectura hay mucho que decir. Es uno de esos procesos que realizamos sin que se nos enseñe explícitamente cómo hacerlo y de cierta manera creemos que sabemos hacerlo. En los años de escolaridad escuché una y otra vez la reprimenda constante de que apenas leíamos lo mínimo y de forma pésima; pero nunca se nos desarrolló la capacidad de comprensión e interpretación de textos. Se suponía que debíamos aprenderlo de los cursos anteriores y haberlo dominado por la fuerza del hábito. Bastaba con el esfuerzo, el sacrificio, la paciencia para enfocarse y concentrarse; bastaba con hacerlo y dejarse penetrar por el sentido del texto. Era como si el texto fuese un hablante incansable, por consiguiente, estábamos obligados a escuchar el temible silencio de la escritura.
Fruto de esta práctica tradicional sobre la lectura, lamentablemente todavía está presente en nuestro sistema educativo, la lectura poseía en nuestro imaginario estudiantil una doble valencia: si la ordenaba el profesor era aburrida y fatigosa; si era por mi cuenta, resultaba entretenida y enriquecedora. De este modo se orquestaba el universo de lectura en un dualismo empobrecedor: la lectura académica era la obligación; la lectura lúdica era el deleite. Entre la obligación y el deleite se concentró la poca pedagogía sobre la lectura que encontré, en mis años de estudiante, y que percibo que reproducen hoy día en un buen número de docentes, tanto de secundaria como del nivel universitario.
Ciertamente, hay intereses distintos sobre la lectura. Incluso algunos autores hablan de tipos de lecturas para enfatizar que leer el periódico no es lo mismo que leer un texto académico o un poema. Al margen de esta distinción evidente, lo importante está en el propio proceso de la lectura. La pregunta cardinal es qué ocurre en nuestra cabeza cuando leemos un texto. Respondiendo esta pregunta nos encontramos con varios modelos teóricos y cada uno de ellos posee sus aspectos positivos como también sus desventajas en la comprensión y explicación del fenómeno. Desde la psicopedagogía hasta la ciencia cognitiva, bien se trate la lectura como un conjunto de habilidades, bien como un proceso interactivo o bien como un proceso de transacción entre el texto y el lector, la lectura es una actividad compleja y dinámica por lo que requiere del desarrollo consciente de estrategias cognitivas (habilidades de decodificación lexical, aprehensión semántica e integración de información en bloques cada vez más complejos) como también de estrategias metacognitivas (autorregulación, autoevaluación, etc.). Ahora bien, el aprendizaje de todas estas herramientas no augura el éxito en la actividad ya que, en tanto que actividad compleja, la lectura también es un saber análogo al arte. La perfección de la habilidad se adquiere a través de la práctica constante. No se es buen lector por el dominio conceptual de determinadas estrategias, sino por el desempeño mostrado en la ejecución de las mismas.
En resumidas cuentas, en la lectura hay una impronta personal direccionada por el hábito. En este sentido, ser buen lector es una virtud (con ella se construye un carácter como disposición para…), es un saber hacer (es el fruto de la ejecución y perfección de una actividad) que requiere de un saber (como dominio cognitivo y metacognitivo de ciertas estrategias para la ejecución de la actividad).
No tomar en cuenta esta impronta personal en la pedagogía de la lectura es pedirle peras al olmo. Por ello es la fragilidad de la enseñanza de la lectura más allá de la alfabetización y la decodificación lexical. Saber leer es algo más que descifrar en qué idioma está escrito un texto o saber qué significa cada palabra que lo compone. Saber leer es una reconstrucción de sentido y una apropiación de un mundo extraño a partir del propio. Es un hacer suyo lo que está contenido en otro lugar y que alguien (el escritor) dejó allí para ser aprehendido. Saber leer es ser la víctima que actúa en su propio crimen ya que, si bien ningún texto cambia el mundo, tampoco lo deja intacto. El mundo no se transforma con los textos, sino con las personas. Está demás decir que la transformación de las personas encuentra en la lectura una vía idónea para su efectuación. Leer es vivir.