Este trabajo está preparado para publicarse el sábado 26 de diciembre de 2020, último de este trágico año de pandemia. Es oportuno recordar mediante el estudio de la historia que en el presente existen epidemias y pandemias, y que es nuestra responsabilidad como ciudadanos cuidarnos. 

La primera referencia que tenemos de esta enfermedad la encontramos en  1666, año en que ocurrió una epidemia en la Isla de Santo Domingo. Esa epidemia atacó particularmente a la ciudad de Santo Domingo, y provocó una alta mortalidad en la zona urbana y en los campos cercanos a la ciudad. Hacia 1748 se registran algunos reportes de casos de disentería sobretodo en las tropas militares. En 1802 y durante la invasión de Leclerc, según relata el doctor Rafael Miranda, la disentería “se convirtió en un azote para las huestes extranjeras y así volvemos a tener poderoso aliado contra el usurpador exótico”. Hacia 1874 la influencia de la medicina francesa en la República Dominicana, era muy notoria, y se comienzan a seguir medios diagnósticos y de tratamientos más exactos en seguimiento de esa escuela médica.  De hecho en esos años se registran anuncios en la prensa del doctor Charles Doran, quien promocionaba nuevos tratamientos para las enfermedades “fatales” como el coup o la disentería. Otro ejemplo ofrecemos, el doctor Manuel María Morillo, egresado de París, tuvo una actuación estelar en la epidemia de disentería que asoló la ciudad de Santo Domingo en 1896. El doctor Morillo, quien ejercía en el Cibao, vino a la ciudad capital a auxiliar a los médicos locales.  

En 1901 un reporte del Hospital Militar, dirigido entonces por el doctor Luis Manuel Betances, reporta varios casos de disentería entre los pacientes internos. En 1902 se reportaron en el mes de febrero 3 muertos por disentería. En la Ley de Juro Médico de 1906 en su articulo 97 se establecía que : “los médicos están obligados, una vez establecido el diagnóstico a declarar al gobierno a la jefe comunal respectivo todo caso de enfermedad epidémica que se presentara”. La primera de la lista era la disentería. 

En 1930, tras el paso del ciclón de San Zenón, se desató sobre la ciudad capital una plaga de moscas y luego una seria epidemia de disentería que sumó un nuevo mal, al decir del doctor Miranda, a los muchos derivados trágicos de ese acontecimiento. En esa década y la siguiente en el país se llevó a cabo un plan de saneamiento que llevó acueductos y alcantarillados a muchas zonas del país. Sin embargo en 1951 se desató una epidemia de disentería en San Francisco de Macorís y zonas aledañas que produjo una gran cantidad de muertes en poco tiempo y que produjo pánico a los habitantes de esa región de nuestro país. Esa enfermedad que fue bautizada por la gente como “el dolor” se establecía con fiebre alta, dolor abdominal intenso y todo tipo de trastornos gastrointestinales. Relata el doctor Miranda que los pacientes sufrían de cólicos espantosos y que la muerte ocurría muy rápido, y en muchos casos, no había tiempo de llevar al paciente a recibir asistencia médica. La Secretaría de Salud Pública envió a los doctores Luis Ureña, Sixto Inchaustegui y Rafael Miranda para que se trasladaran a la ciudad de San Francisco de Macorís y tomaran las medidas de lugar. Era director del Hospital San Vicente de Paul el doctor Fabio Rojas, y médico Sanitario Provincial el doctor josé Asilis. Esa comisión investigó y llegó a la conclusión de que era una forma sobreaguda de enterocolitis, y tras tomar las medidas higiénicas de lugar en arroyos y ríos, la epidemia cesó.