La semana pasada seguimos los pasos de André Taguieff y su definición del racismo como una disposición o práctica adversa a las diferencias. En una palabra, el racismo es heterofobia: miedo a la diferencia. Comprender el racismo como una “disposición heterofóbica” trae ventajas en términos de precisión del concepto y de su posterior aplicación a diversas realidades aglutinadas bajo el mismo fenómeno. La condensación conceptual y la facilidad para su aplicación son dos rasgos importantes de toda definición.
Esta definición permite distinguir diversos racismos. Pero, antes de las distinciones, conviene señalar un presupuesto, es el siguiente: el racismo no es solo una disposición interior, sino que esta debe ser exteriorizada bien sea en unas conductas (que pueden luego convertirse en prácticas) o en un discurso (que tiene que ser dicho). Las acciones y las palabras son las que podemos catalogar como “racistas”. Por ende, inferimos que tal o cual persona realiza un discurso racista o se comporta de modo racista. Esto permite abordar el racismo como un fenómeno “visible” a posteriori, esto es, acceder a él por deducción lógica una vez que ocurre; no antes.
La distinción más elemental en torno al racismo es la que se ha trabajado de modo implícito y que deriva de las definiciones más comunes del término. Se distingue entre el racismo “científico”, que es un discurso construido como verdad empírica, sin serlo, y el “neorracismo” o el racismo que vino como consecuencia de la ideología racista y que se instauró en prácticas o conductas veladas en determinados grupos de personas en contextos distintos.
En el primer tipo de racismo, que sería la moderna ideología racista, las ciencias sociales del momento argumentaron sobre las diferencias de los pueblos bajo el concepto de raza. Este concepto resultó ser una clave interpretativa de dos realidades no reducibles: lo cultural y lo biológico. Con el propósito de jerarquizar las diferencias esta teoría pseudocientífica argumentó, bajo la premisa del desarrollo, que los pueblos tenían una constitución o un rasgo biológico diferente al que aducían el mayor o menor progreso material y espiritual. A partir de esta premisa, resultó lógico identificar a grupos humanos con rasgos similares bajo la misma “raza” y mostrar que hay culturas o “razas” más desarrollada que otras. Creo que no podemos reducir el impacto de estas ideas pseudocientíficas; por ejemplo, todos nuestros pensadores de finales de siglo XIX y la mayoría de la primera mitad del XX estuvieron expuestos a estas ideas y la adoptaron como verdad de Perogrullo.
El segundo tipo de racismo que cataloga nuestro autor es el neorracismo no biologicista. Este racismo se condensa en una serie de prácticas generadas a partir del racismo clásico. El discurso de las ciencias decimonónicas murió; pero continuaron las formas veladas de racismo al hablar o actuar de cara el otro, a la diferencia. Así, Taguieff distingue entre un neorracismo universalista y un neorracismo diferencialista.
El neorracismo universalista “niega las identidades” de determinados grupos humanos al considerarla como una abstracción universal que no genera diferencias. Aquí no se reconoce “la dignidad específica” de un determinado grupo ya que las diferencias humanas no se ven como un valor aceptable. En el caso del neorracismo diferencialista su lógica está en “sacralizar las diferencias” a tal punto que niega cualquier unidad en los grupos humanos. El primero nos pone a todos en el mismo cajón con expresiones como “todos somos iguales”; mientras que el segundo nos saca del mismo cajón con expresiones del tipo “no somos iguales”. Dice Taguieff que el primer es heterófobo mientras que el segundo es heterófilo.
Traigo aquí otra distinción mencionada por Taguieff, pero que es de la filósofa Jeanne Hersch. Ella distinguió entre el racismo de explotación (aquel legado por el colonialismo o cualquier sistema de esclavitud) y el racismo de exterminación (con un proyecto genocida explícito o no). Estas formas extremas deben ser diferenciadas del neorracismo bien sea universalista o diferencialista.
Lo importante es que el neorracismo está presente de modo oculto en nuestras sociedades. Desvelar sus formas es crucial y solo se hará en la medida en que queden claras sus acciones y sus expresiones. Hacer y decir, explícitos o no, serán las vías para esclarecer el fenómeno.