Ahora que la cuestión racial vuelve a la normalidad en el país, lejos de todo fervor chauvinista compartiré algunas lecturas al respecto. Por el momento, me quedaré en el ámbito abstracto y universal, nada de aplatanarlo al patio nuestro. Estoy convencido de que la herida racial que llevamos dentro no nos permite aún discutir objetivamente la cuestión de lo negro, lo mulato y lo blanco. Así que quedémonos por el momento en lo abstracto; no solo en el “negro abstracto” como dijo Hugo Tolentino Dipp en su obra Historia del Racismo en América, también en el “blanco abstracto” y, sobre todo, el “mulato abstracto”.
Lo primero, partir de una definición. Adopto la empleada por el filósofo Pierre-André Taguieff (Francia, 1946). Nos dice este autor que el racismo moderno puede ser entendido de dos maneras. El modo moderno o (pseudo) científico propio a las ciencias sociales del siglo XIX que es entenderlo como una “biologización de lo diferente”. A través del empleo sistemático del concepto raza se intentó explicar, en la biología evolutiva y en la psicología de los pueblos, la diferenciación entre los grupos humanos con el objetivo de mostrar la superioridad de unos sobre otros. En esta jerarquización se identificó lo propio a las culturas europeas (color de piel, dimensiones del cráneo, comportamientos, herramientas, etc.) como lo civilizado de tal modo que lo distinto quedó bajo una categoría inferior, lo bárbaro.
Bajo este prisma el concepto raza se convirtió en una especie de “verdad de hecho” irrefutable. Las razas humanas existían y había algunas superiores a otras. Hoy rechazamos este concepto y esta postura como anticientífica y ahí debe quedar. Volver a ella solo debe ser motivo de curiosidad intelectual para trazar los rasgos genealógicos de ciertos prejuicios instaurados en la cultura. Es decir, nadie en su sano juicio planteará hoy como una verdad científica la existencia de una raza y la superioridad de una sobre otra. Si lo hace, no vale la pena tomarle en cuenta por tonto e ignorante. Pero otra cosa es rebuscar en el pasado para probar lo que hoy tenemos como “normal”. La mirada crítica hace la diferencia.
La segunda definición de Taguieff es considerar el racismo como un conjunto de actitudes y conductas en donde se expresa cierto “horror de las diferencias” o un “rechazo del otro”. Ya no es una mirada intelectual o pseudocientífica, sino que es una serie de creencias, valores, comportamientos o acciones hacia el otro diferente. Fíjese que, por el momento, negro y blanco se mantienen en suspenso. Lo importante es la abstracción conceptual. Para hacerlo un poco más difícil, en este segundo caso, el autor francés acuña un neologismo con el que resume esta definición: “postura o disposición heterofóbica”.
¿Qué significa entender el racismo como una disposición heterofóbica? El prefijo griego “hetero” significa diferente, distinto. “fobia” es un sufijo que permite construir términos con el significado de “aversión” o “miedo”. De esta forma, el racismo es una postura o una disposición de aversión o miedo hacia lo diferente. Esto implica una mirada conflictiva con lo distinto a mí, por tanto, en el proceso del reconocimiento mutuo hay una asimetría en la relación en la medida en que “lo propio” se constituye en el baremo para identificar-clasificar lo distinto. Como lo que va también viene, es posible que tanto quien clasifica y jerarquiza como quien es objeto de esta postura se miren mutuamente diferentes. Digamos entonces que reconocer al otro como diferente e identificarlo como tal no es el problema, sino la hostilidad y el rechazo bien sea al encuentro mutuo o al reconocimiento mutuo.
Si partimos de esta segunda definición el concepto “racismo” ya no nos serviría de mucho porque hemos rechazado como pseudocientífico la matriz de su concepción: la raza. Deberíamos, entonces, aducir que el racismo clásico es una ideología que ha dejado como secuela la disposición heterofóbica; sea cual sea el motivo para la diferenciación y la jerarquización de lo diferente.
Digamos que el concepto “racismo” ya es obsoleto y que no daría cuenta, por ejemplo, del miedo hacia el pobre (la aporofobia) o de la aversión a las mujeres (la misoginia). ¿De qué hablamos hoy cuando empleamos racismo o prejuicio racial?