Yo pensé que este artículo no llegaría a publicarse, ni tendría lectores, si, como muchos temían y algunos insensatos pregonaron, el pasado sábado, 21 de mayo, sobre las seis de la tarde, este mundo quedaba finiquitado. Ahora, según nuevos cálculos, tenemos tiempo hasta el 21 de octubre ya que Dios, en su bondad, ha decidido darnos una prórroga.
Así lo asegura Harold Camping, el predicador norteamericano que dice haberse gastado millones de dólares calculando el momento final. Convencido de ello, me cuesta creerlo, lanzó al mundo la advertencia en días pasados, una advertencia que no fue desoída en .nuestro país. En una de nuestra calles, una enorme valla publicitaria, colocada, encima de un edifico recordaba a los transeúntes el fatal día del final de todo.
En horas de la mañana, cuando llegué el pasado sábado a la parroquia en la que trabajo encontré dos niñas en la puerta con la imagen del miedo y del terror en sus rostros. La más pequeña, de no más de siete años, cuando me vio llegó hasta mi corriendo, se aferró a mis piernas y con la voz entrecortada me preguntó si era verdad que el mundo se iba a acabar a las seis de la tarde.
Me dio pena y mucha rabia. Sería esa rabia la que me trajo a la mente aquella advertencia de Jesús a quien causa escándalo a los pequeños. "Más le valdría, dice Jesús, que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar"
Sorprende que en este tiempo en el que estamos todavía se dé crédito a estas tonterías. A pocas cosas le han puesto tantas fechas de caducidad como al propio mundo nuestro, un mundo al que, pese a quien le pese, y por más millones que inútilmente alguien se gaste en calcular el tiempo que le queda, tiene largo trecho que recorrer y una larga historia que recomponer.
Dios hizo el mundo bueno. Todo estaba bien hecho nos recuerda el primero de los libros de la Biblia. Fue el hombre, en su afán por endiosarse, el que desbarató la armonía, belleza y bondad de la creación e introdujo el desorden en el mundo. Y es al hombre al que corresponder recomponer este embrollo.
El tiempo es un don que Dios nos da para que recompongamos la obra que él hizo bien en su día. Viendo cómo tenemos el mundo no creo que Dios quiere enviar de nuevo a su hijo Jesucristo a recoger este desastre. Un día lo hará ciertamente, pero será cuando el hombre haya recreado el mundo que su Padre hizo bueno y que los humanos no supimos administrar correctamente.
Y mucho me temo que el hombre va a a necesitar más tiempo que los cinco meses de prórroga que nos asegura el predicador Camping. Tal vez si los millones que asegura haberse gastado en el cálculo de la fecha definitiva los hubiera utilizado en mejorar alguna cosa mala del mundo el fin que tanto afán tiene porque llegue, estaría realmente más cerca.