En el marco de las declaraciones del presidente Abinader ante la 76 Asamblea General de las Naciones Unidas debemos hacer hincapié en dos citas claves, la primera:

“Ante la división actual que existe entre el liderazgo haitiano, y la peligrosa presencia de bandas criminales que controlan una buena parte de su territorio, los haitianos por sí solos no podrán pacificar su país y mucho menos garantizar las condiciones para establecer un mínimo de orden. Consecuentemente, lo más importante e inmediato es la seguridad en Haití.”

Es menester de todos los dominicanos el entender, y promover, la triste realidad de que la nación haitiana se encuentra desamparada y que el concepto moderno de Estado no existe en el territorio ocupado por nuestros vecinos del oeste. Los Estados, como hemos venido a entenderlos a partir del siglo XVII, son organizaciones con cierto nivel de centralización y control, que permean todos los aspectos de la vida ciudadana y que permiten que esta pueda desarrollarse de manera pacífica y creativa. Es a partir de la existencia del Estado que los conceptos de ciudadanía, de derechos y de dignidad humana pueden existir. Pero para que pueda existir un Estado deben de darse una serie de características, entre las cuales cabe destacar la capacidad de proteger la libertad, la cual es un atributo del orden, de los integrantes del Estado.

El magnicidio del presidente Jovenel no es un detonante del caos que impera en Haití, es la consecuencia lógica de un espacio que durante años ha visto como sus instituciones van perdiendo el control, la legitimidad, y la capacidad de ejercer cualquier tipo de influencia sobre sus ciudadanos. El Haití de hoy, se encuentra secuestrado por bandas criminales y agentes promotores del caos, que aprovechan la situación para enriquecerse a costas del bienestar y la dignidad de aquellas personas que por razones causales históricas se han visto en la imposibilidad de desarrollar las instituciones, y la cultura, necesarias para garantizar que su proyecto de nación no implosionara de manera tan dramática.

Es por esto por lo que se hace tan importante el prestar atención a la última parte de la cita, en estos momentos lo más importante es que la comunidad internacional garantice la seguridad de los haitianos en Haití. Antes de hablar de un programa de desarrollo sostenido, en el cual se abran vías para la inversión, se diseñen nuevas estructuras de poder, se le ofrezcan las oportunidades de crecimiento sostenido y de desarrollo institucional, Haití necesita que se le provea del mínimo necesario para garantizar su existencia, y esto solo lo puede lograr la comunidad internacional a través de un proyecto a largo plazo que promueva el establecimiento de la seguridad, del orden y de las condiciones mínimas que permitan relanzar ese proyecto de nación.

Es así que debemos prestarle atención a la segunda cita:

“A este solemne cónclave le manifiesto que la República Dominicana ha mostrado y seguirá mostrando la solidaridad y la colaboración debidas con el pueblo haitiano, pero también les reitero que NO HAY, NI HABRÁ JAMÁS UNA SOLUCIÓN DOMINICANA A LA CRISIS DE HAITÍ.”

El problema de Haití no es a la República Dominicana que le corresponde solucionarlo. Durante demasiado tiempo hemos sido humillados, vilipendiados y desprestigiados por agentes extranjeros que no son capaces de entender las complejidades de tener un Estado fallido como vecino, más aún uno con el cual tuvimos que luchar por más de una década para poder lograr el reconocimiento de nuestra individualidad como cultura y como nación.

Nuestra solidaridad con el pueblo haitiano ha sido patente y se encuentra a la vista de todos aquellos que quieran ver más allá de los estereotipos y las agendas malsanas que quieren enmarcar a la República Dominicana, un país de mulatos, como un país racista. Es de un interés prioritario para nuestro país que Haití pueda unirse al concierto de naciones productivas, establecer un economía rica y vibrante, una sociedad que se apegue a la ley y que promueva los valores democráticos y de libre mercado. Y estaremos aquí para recibirlos, para invertir en su desarrollo económico y social, luego de que la comunidad internacional tome la decisión de garantizar las condiciones para que Haití no continúen deteriorándose.

Ya el tiempo de esperar, de planificar, ha terminado. De no intervenir la comunidad internacional en el restablecimiento de un Estado de derecho, y garantizar la seguridad de los pobladores de la nación haitiana, nos enfrentamos a una situación catastrófica para toda la región. Una situación de tal magnitud, que las tristes consecuencias de la descomposición de Somalia se repetirán en nuestro mar caribe, y veremos como 200 años de progreso y civilización desaparecen y Haití volverá a ser lo que fue en sus inicios, una guarida de piratas aterrorizando a toda la región.