En La expulsión de Adán y Eva del Paraíso terrenal, Masaccio plasma la pareja primordial echada de su habitat: Adán cubre sus ojos avergonzado y Eva, atormentada, esconde el sexo y los pechos. El patetismo de esta obra, completada en 1425, ilustra magistralmente cómo ambos arrastran el despertar a la desnudez; la exégesis revelada a través del mito bíblico que representó el primer acto cognoscitivo del hombre.
Es tras aquella primera desobediencia (y la asignación pecaminosa al desnudo original) que se definen las relaciones de poder entre Dios y los seres terrenales. Cómo el pecado conllevará a la culpa y al protagonismo corporal que arropó al hombre desde los helénicos y el medioevo hasta el barroco, donde la desnudez de las imágenes representó la inocencia perdida en el Paraíso y la erotización del alma.
Tras "descubrirse" desnudos, Adán y Eva reconocen que no estaban "vestidos"; según los teólogos aquello reflejó el despojo de la cobertura sobrenatural –la gracia–, la indumentum gratiae de san Agustín entregada por Dios, ahora arrebatada por el pecado. Ese intercambio desnudez-indumentaria que departe del Génesis conformará también la relación del cuerpo con las artes pictóricas, la filosofía, las prácticas sexuales, la literatura y las preocupaciones místicas.
En la perspectiva evolucionista, la desnudez es el estado natural del ser, el hábito que lo acompaña en su más profunda intimidad: desde el nacimiento, la enfermedad, el coito y el baño cotidiano. El vestido, a su vez, fue un accidente sociobiológico posterior a la bipedestación resultante de una ventaja de la especie: el que la piel humana no posea suficiente pelo y sea incapaz de abrigar. Paradójicamente, tal hecho le permitó una más fácil eliminación de minerales y calor, y en consecuencia, una mejor locomoción y mayor oportunidad de supervivencia.
El ejercicio histórico de la desnudez
La desnudez en Occidente se remonta a los griegos quienes ofrecieron a la vista pública cuerpos desvestidos en incomparables estatuas, durante competencias deportivas, y en actividades comunitarias donde el desnudo también separaba etnias y clases. Para atenienses y espartanos este no era un tema de arte sino una forma de arte ilustrativa de la concepción de lo ideal, y no necesariamente lo bello; como tal, lograron dar "movimiento" a las esculturas gracias a la contraposición armónica de la anatomía, mejor ejemplificada en el Efebos de Kritios. Tales costumbres estuvieron conectadas a las tradiciones egipcias personificadas por el faraón Akhen-Atón y su amada Nefertiti, para quienes Atón –el sol– era la verdadera fuente de vida que justificaba la práctica del nudismo a fin de "alimentar el cuerpo y el espíritu".
En el Renacimiento el cuerpo se rebela y es campo de batalla, intermediario y medida de todas las cosas como lo imaginó Da Vinci en El Hombre de Vitrubio; es refugio y sujeto "desprovisto de intención retórica" y a la vez, depositorio del deseo, del dolor y de los sueños. Siglos después, la culpa del desnudo se convirtirá otra vez en ley de la tierra gracias al puritanismo victoriano, la dictadura de la religiosidad papal y los tormentos de la incipiente burguesía, que ahogada en su propia hipocresía, codificó trajes, gestos y modales.
La artística rupestre reveló tempranamente el desnudo como interés del cuerpo primitivo, mas no fue sino hasta el siglo XIV cuando se reinicia su representación luego de aquel ser sobrevestido por imposición divina. Tras escapar de las sombras del medioevo el desnudo alcanza la libertad del lienzo renacentista, hecho que facilita entender cómo logró ser reflejo del ejercicio del poder y las expresiones morales de cada época. Con tal propósito, y sin intención enciclopédica, comentaremos sobre tres monumentales obras del arte figurativo pertenecientes a los siglos XV – XX.
Mientras los flamencos insistían en la reproducción del ser cotidiano, Venecia idealizaba el cuerpo femenino a partir de los clásicos. Es en este escenario donde una pintura introduce lo profano a esferas exclusivas del culto religioso: El nacimiento de Venus de Sandro Boticelli. Obra donde la diosa del amor, la belleza y el placer representa la Humanitas, la concepción vital; una manera de entender la belleza, el ser y el cosmos nunca antes concebida.
En el siglo XVIII español aparecen dos óleos del primer artista que pinta un desnudo como si le fuera indiferente, en palabras de John Berger: las Majas de Goya. La desnuda, y la vestida, que al parecer del reconocido crítico, inspiró la creación de la primera. El carácter erótico de dichos lienzos no tenía precedente en las cortes ibéricas, reinados atormentados por la complacencia a la Inquisición y la hipócrita realeza de Carlos III. Las Majas retrataron mujeres que contrastaban un Goya dividido entre su fidelidad al humanismo, el rol de pintor oficialista y representante del ideal burgués, y un legítimo deseo de despojar estas obras de connotaciones mitológicas o religiosas.
Egon Shiele, por su parte, cuestionó la visión clásica de la belleza y los tabúes en imágenes que violentaban el ideario femenino vienés finisecular. La ensayista Carla Carmona Escalera ha dicho que el controvertido artista "desentitiza" lo estético desnudando el alma en trazos donde lo obsceno era un camino a ella". Aquí el desnudo es lascivo; está invadido de sexo, encarnado en trazos de labios, pechos y miradas que convidan a la complicidad; y El abrazo no podría ser más ilustrativo. Sin mostrar los genitales, el lienzo expone dos figuras desnudas abrazadas, imagen donde desconocemos si somos testigos de la ansiedad existencial, la ternura protectora, o la furia erótica compartida.
El hombre desnudo, hierofante del misterio
Hoy el cuerpo está (des)nudado, (des)provisto y (des)humanizado, ofertado a la pornográfica industria del espectáculo de la carne y de los ojos en la civilización de la apariencia. La obsesión de la imagen –que es el poder del mercado y la electrónica– ha erradicado el pudor y la intimidad; nos ha hecho seres públicos donde un sextext o una foto en un iphone cosifican la corporalidad. Los certámenes de "belleza", las modas, la cosmetología y la "ética de la estética plástica", trampas del consumerismo, han convertido la anatomía en blanco del dictado ajeno.
Alfonso Reyes resume el desafío del desnudo en la modernidad afirmando que él representa la existencia en su crudo aspecto de problema, de asombro, de guerra y de símbolo confuso; porque "el hombre desnudo es el hierofante del misterio". Resolver tal afrenta en pos de la comprensión de su vestido será una tarea eterna, ya que en cada época el hombre tendrá una faz e identidad particular, con o sin ropajes impuestos. Y al mismo tiempo deberá siempre estar desnudo para consigo mismo, consciente de grandezas y flaquezas, abierto a su transformación. Aunque el prójimo, en ocasiones armado de ternura y en otras de avaricia, intente disfrazarle.